martes, 25 de enero de 2011

La anulación del voto en época de alianzas. Posición ético-política

Publicado originalmente en kaosenlared.net


Para comenzar me gustaría hacer una pregunta sencilla: ¿por qué vota la gente por un partido político y no por otro? Es una pregunta sencilla, pero su respuesta es compleja. Sin embargo, para avanzar en la reflexión obviaré el complejo proceso de la formación ideológica y la irracionalidad que priva en ciertos sectores (por ejemplo: aquellos que votan por un partido que no sólo no defiende sus intereses sino que va en contra de ellos). Por ello, me animo a dar una respuesta igualmente sencilla: la gente vota por un determinado partido porque siente alguna afinidad con el proyecto que éste representa y no por otro. Aún viviendo en el tiempo del eterno retorno, del fin de las ideologías, de las utopías y del sujeto, y suponiendo que la gente decide todavía con algo de racionalidad, podemos decir que la gente vota porque hay algo en el proyecto de un partido que le resulta afín. Vamos: aunque cierta autoimagen posmoderna sea cierta (la de ser no una mera teorización sino un producto del cambio de sensibilidad que se está dando a nivel de la cultura cotidiana) tendremos que decir que persiste cierta racionalidad en la toma de decisiones que, a pesar del debilitamiento ideológico, permite cierto arraigo e identificación con un determinado proyecto político.


Avancemos en ese sentido llevando a un terreno concreto lo expresado en el párrafo anterior. Cambiemos entonces la pregunta: ¿por qué la gente votaría por el PAN? Ahí la respuesta no se antoja tan fácil. Por ejemplo: los más conservadores votan por ese partido porque en éste logran percibir una ascendencia de lo moral sobre lo político. Para estos grupos, la política es en realidad una extensión de la moral que funciona para salvaguardar los principios y valores que, a decir de estos, nos identifican como pueblo y como nación (ya después, en otro texto criticaré también la ambigüedad de los términos en el discurso lopezobradorista que, a mi juicio, es más cercano a un proyecto conservador que de izquierda. Pero eso lo haré en texto que estoy preparando sobre el populismo). Hay por lo tanto cierta perspectiva moralista y moralizante de la política (que por cierto es algo común con las ideologías de tercera posición, posmodernas, es decir: postliberales y posmarxistas, como es el caso de AMLO. Pero de nuevo: aguanten; eso lo explico otro día).


Sin embargo, ni siquiera el conservadurismo (que tiende a la petrificación social) ha sido inmune a los cambios culturales provocados por la globalización económica y el neoliberalismo. Algunos de estos sectores han aprendido (como lo han hecho los sectores de izquierda) a convivir con dichos cambios. En algunos casos parece que se trata de una cuestión más bien de sobrevivencia, pero en otros se ha dado un giro pragmático en el que la política, al mismo tiempo que funciona como facilitador del proceso de mercantilización, también protege en la esfera jurídica los principios y valores que (de nuevo a decir de ellos) nos identifican. Vamos a decirlo así: sin desprenderse de su conservadurismo moral, algunos (neo)conservadores han entrado en un proceso de (neo)liberalización del que sacan jugosas ganancias. En términos simples, cuando hablamos de la “doble moral” del PAN nos referimos justamente al giro pragmático que admite una flexibilización ética que les permite seguir siendo siervos de Dios y al mismo tiempo practicar el rito pagano de adoración del mercado (para los cons que estén leyendo juego con metáforas teológicas para ustedes).


(Por cierto: las metáforas teológicas también son útiles para criticar al “místico” AMLO, quien usa la figura ambigua de “pueblo” con una significación más escatológica y teológica que filosófica y política. De nuevo, nada más estoy provocando. Otro día aclaro.)


Ahora. Por otro lado vale la pena preguntar: ¿por qué votaríamos por los proyectos electorales de izquierda? En lo personal, sin pensarlo mucho, lo haría por la simple razón de que por medio de estos nos sería posible construir una sociedad que acepta y respeta la heterogeneidad y la pluralidad que la constituye.


Esto puede verse, sin embargo, como una reducción terrible. Ateniéndose a la historicidad del concepto, “ser de izquierda” implica, aún para los más moderados, una visión del mundo y la vida que para materializarse requiere postular la superación del capitalismo (para los más teóricos: lo que requiere de un sostenimiento de la crítica de la ontología política fundamental de la modernidad [el liberalismo]). Aunque el giro pragmático y la flexibilidad ética (en el caso de la izquierda) y moral (en el caso de la derecha) es producto del reconocimiento de la necesidad de modificar el lenguaje, aún así la modificación del lenguaje y la flexibilización ética no implica el abandono del núcleo reflexivo y teleológico que da sentido a las izquierdas: la crítica y superación del capitalismo.


Pero no quiero ir por allí. Me gustaría en todo caso reafirmar que por cuestiones históricas las izquierdas han tenido que abandonar la reflexión del problema social enfocado en su naturaleza económica y dedicar el tiempo a la acción político-electoral. Debido a las transformaciones históricas (la caída del muro, el proceso de globalización y la consolidación mundial del neoliberalismo) y del mismo modo como ha sucedido con los sectores conservadores de derecha, las izquierdas han tenido que dar un giro pragmático. Ahí el realismo rebasa cualquier pretensión de transformación radical. Los cambios sucedidos en las últimas décadas nos obligan a reconocer, sin caer en fatalismos, que la transformación radical, si bien tiene que seguir siendo pensada y postulada como ideal que detona la acción (tensión y función utópica del discurso), es por el momento imposible. Seamos entonces realistas: si las izquierdas llegasen en este momento al poder, es poco probable que logren una transformación de las relaciones sociales (que son de naturaleza económica). En cuestiones económicas, a las izquierdas no les ha quedado sino practicar lo que podríamos definir como un discurso gatopardista, quedando como detonador de su praxis el encontrar los puntos de fuga en la democracia liberal para desde allí avanzar en la ampliación de derechos de grupos marginados que por su condición habían quedado relegados del pacto político.


Vamos a decirlo de forma sencilla: en términos de economía el PAN y las izquierdas electorales no son tan distintos. Siendo así, ¿qué es lo que varía y qué es lo que les permite ser opciones? El núcleo ético. Ante las "derrotas" ideológicas, lo que mantienen PAN y las izquierdas electorales es su núcleo ético. Si en el plano económico el PAN y las izquierdas electorales se han visto obligados a (neo)liberalizarse, entonces lo que respalda sus proyectos como "partidos" es su núcleo ético. Ya habiendo cedido en lo económico, las izquierdas buscan el poder para “hacer algo”.


Y es aquí cuando vienen los problemas. ¿Cómo conciliar proyectos políticos cuyos núcleos éticos son radicalmente diferentes. Por ejemplo, es un hecho que la ampliación de derechos es algo a lo que el PAN se opone sistemáticamente. Su moral no puede aceptarlo. ¿Cómo resolverán las izquierdas esa encrucijada al momento de pactar una alianza con grupos conservadores? La realidad es que no pueden. Su proyecto depende de autonomía de su núcleo ético frente a la visión moralista y moralizante de los grupos conservadores. En realidad es muy simple: para ampliar derechos las izquierdas y el PRD no pueden aliarse con los grupos que se oponen a esos derechos (PAN, PVEM y algunos sectores del PRI), porque si lo hacen, ¿qué es lo que negocian a cambio? No hay de otra: dado que ya se ha renunciado a una transformación radical de la naturaleza de las relaciones sociales en el capitalismo, lo único que queda son esos derechos que se buscan ampliar. Vamos, en materia económica no hay nada que hacer: las izquierdas electorales y PAN son casi iguales. (Esto lo tengo que aclarar porque veo venir crítica lopezobradorista. Por ejemplo: puede variar su consideración a propósito de cómo eliminar la pobreza o qué grado de pobreza es aceptable, pero no en cuanto el hecho de la pobreza en sí. En el caso de AMLO, que es quien denuncia con mayor ferocidad el problema de la pobreza y la injusticia, no se propone una transformación de las relaciones sociales. En todo caso propugna por un capitalismo preneoliberal, una suerte de retorno al punto en que el liberalismo degenera en neoliberalismo. Su discurso no es entonces anticapitalista, sino antineoliberal). Y si se negocian derechos, ¿entonces qué queda? Pues no queda nada. Vamos particularizando: si el PRD ya renunció a una transformación económica, ahora renuncia a la construcción de derechos sociales. Y si no un botón:


El dirigente del PRD en el Estado de México dijo hace unos meses que para ir en alianza había que sacrificar la ampliación de derechos. Literalmente dijo que los derechos sociales no eran prioridad; que la prioridad era evitar que ganara el PRI. Entonces vale la pena preguntar: si ya renunciaron en materia económica y ahora renuncian a construcción de derechos, ¿entonces para qué carajos quieren ganar el poder? De nuevo: para que no lo gane el PRI. A eso se reduce el plan político del PRD. Vamos, sus palabras lindan en el cinismo. Por eso Jesús Ortega dice que la alianza con el PAN no sería ideológica, sino estratégica. ¿Y qué carajos es eso? ¿No se dan cuenta de que alcanzar el poder de eso modo (aunque no gane el PRI) implica en realidad un retroceso? Votar por el PRD es votar por el peor de los pragmatismos. Es un pragmatismo que anula al mismo pragmatismo. Insisto, ¿para qué se quiere el poder si inmediatamente queda anulado? Es como amarrarse los pies antes de caminar.


Ahora. Muchos pensarán y dirán: “oye, no te vemos criticando al PRI”. Y así es en este país, si te defines de izquierda y criticas a AMLO entonces eres chucho; si criticas a los chuchos entonces eres pejista. Si criticas a los dos eres panista y si criticas también a los panistas entonces eres priista. Y bueno, con el PRI no voy a detenerme mucho. No representa una opción para mí. El PRI es una máquina electoral que juega con la historia y la memoria para mantener o rehacerse del poder (según sea el caso). A pesar de su heterogeneidad y hasta de su disciplina, los sectores hegemónicos no son los que deberían ser y lo que deberían serlo son grupúsculos mafiosos. De allí que por este acuerdo muchos dirán: “he ahí el por qué de las alianzas”. Perdonen, pero sentimiento antipriista, si bien está justificado, no es un modo de hacer política. Un proyecto político no se justifica por una vía negativa. Tampoco se justifica por favorecer, de forma simplista, la alternancia. (Peor todavía, resulta contradictorio [a menos que se vea como una alianza entre los tres partidos hegemónicos] lograr la alternancia con expriistas, lo que significa que al final el PRI mantiene el poder por otras vías).


Ejemplos: supongamos que en el DF el PRD está haciendo un trabajo maravilloso (supongamos, así que no se anden con jaladas); y supongamos que el PAN lo está haciendo maravilloso en Jalisco (supongamos). ¿Por alternancia se justifica salida de un partido y entrada de otro? Formalmente sí, si en el país que vivimos los proyectos continuaran sin importar el partido que llegue. Si lo pensamos bien, la alternancia puede resultar negativa en el caso de que un partido en el poder esté haciendo un buen trabajo. En todo caso ese partido tendría que continuar. Y bien, en el Estado de México la cosa va muy mal. Se justifica la alternancia. Pero en Guerrero las cosas también van mal. Entonces se justifica la alternancia. En este último caso, el PAN y el PRI deberían aliarse para sacar al PRD, puesto que no ha funcionado. En otros estados tendrían que aliarse el PRD y el PRI para sacar al PAN, que es el caso de Jalisco y su homófobo gobernador. La democracia no se reduce a alternancia y ni siquiera ésta es sinónimo de cambio (diez años del PAN en el poder lo demuestran).


Y bueno, ¿cuál es la idea? Simplemente reflexionar cómo los proyectos políticos de oposición (al PRI, puesto que ya son gobierno) se van anulando. El hecho es que en nuestro país, desde mi perspectiva, en términos electorales nos hemos ido quedando sin opciones. Un proyecto político es aquel que busca el poder para algo y democracia es lograr una mejor calidad de vida para la gente. Si te alías con quienes se oponen a tu proyecto anulas la fuerza del poder y entonces no cambias nada ni mejoras la vida de la gente. Entonces, frente a los procesos electorales en ciernes en el presente año y los que vienen para el próximo en los que alianzas electorales son algo más que una posibilidad, ¿qué hacer?


Una opción, no necesariamente “buena” aunque no por ello absurda o irresponsable, consiste en la anulación del voto, pensando que si bien la democracia no es perfecta sí es perfectible, pero también que su perfectibilidad pasa necesariamente por aceptar y acelerar el momento de crisis visible en la ausencia de opciones. Anular el voto no es un desatino, sino un acto político que asumido con responsabilidad llama a no darle legitimidad a un proceso sustentado en el engaño y la manipulación, en la ocurrencia política y mediática y el pragmatismo desmedido que despoja a la actividad política de su naturaleza ética (lo que es una paradoja: ¿quién habría pensado la actual desvinculación entre la ética y la política?).


Hoy anular el voto puede verse como un acto compromiso ético y político (en otro momento hablar de ética implicaría hablar de política y viceversa, pero actualmente no) frente a la instrumentabilización del voto que sólo logra la reproducción de un régimen no sólo imperfecto, sino en franca decadencia (sí, la democracia mexicana, así de pronto, ya está en decadencia). El voto negativo o voto por eliminación sólo busca la preservación y reproducción del sistema aunque ello no se refleje en un verdadero cambio en la vida de la gente. Anular el voto desde una plataforma crítica, reflexiva y racional es una forma de recuperar el valor del voto y su carácter ético/teleológico de la manía pragmatista que he taerminado por anular la voluntad política (de allí que el voto negativo sea irracional, porque mina la voluntad y en esa medida carece de fuerza ética). En el voto negativo o por eliminación no hay auténtica libertad; se decide con base en despojos.

viernes, 21 de enero de 2011

¿Legalizar el incesto? Reflexiones ético-filosóficas

Hace algunos días, vías twitter, leí que Leo Zuckerman proponía como “tema de la semana” la “legalización del incesto”. Me parece que el tema resultaba útil como termómetro moral, poniéndonos en una situación límite a partir de algo que no ha sido pensado con suficiencia y debatido. Vamos: no se trataba de que como en otros casos hubiera demandas de legalización de esta forma de relación, sino simplemente de debatir un tema que por lo demás resulta espinoso.

Sin embargo, la idea de Zuckerman no viene de la nada. En el noticiero de José Cárdenas dio la explicación. En una de las universidades más importantes del mundo, un famoso académico e investigador despertó el escándalo. Éste famoso personaje, tiene una relación incestuosa con su hija. Y bueno, ser investigador y académico no deja al sujeto libre de perversiones. Sin embargo, por lo que narra Zuckerman, el caso es que en esa relación no se nota patología alguna. En un caso como ese, ¿sería posible aceptar una formalización de la relación o a partir de ello ver la posibilidad de la legalización de ese tipo de relaciones? Esta es mi aportación.

(Nada más para no dejar, cuando Zuckerman narró y posteriormente hizo la pregunta no pensé en respuestas. No fue sino hasta que un analista que aparece constantemente en su programa (@andreslajous) preguntó vía @twitter que me puse a elaboras ideas. Cuando intenté responder a sus preguntas me di cuenta de la dimensión del asunto).

¿Qué pasa cuando lo moral y lo político se mezclan? ¿Qué sucede en el momento en que las creencias morales particulares afectan de modo fundamental el ordenamiento jurídico que pone límites a nuestras relaciones más íntimas? Mi perspectiva es que hacer política desde una perspectiva moral nos lleva a situaciones políticas y jurídicas indeseables. Replanteo la pregunta: ¿es necesario construir lo público y lo jurídico desde creencias morales? Creo que no, porque es imposible crear desde la moral aquellos marcos institucionales y legales que permitan la convivencia de diferentes conductas y formas de relación. La moral, que es algo relativo a la deliberación y a la acción personal, sólo puede servir para orientar mis acciones y calificar la de otros sólo en términos morales.

Siendo así, frente al sentido común que dice que la buena política parte de la moral, vale la pena volver a preguntar: ¿es posible hacer política sin moral?, ¿cómo se pueden buscar beneficios para la sociedad sin una idea acerca de lo que es bueno? Pues bien: me parece que es posible siempre y cuando en sociedades políticamente seculares pensemos “lo bueno” no como algo dado de una vez y para siempre, sino como algo que se construye socio-históricamente. El político y el legislador, con ayuda de los especialistas, debe pensar su actividad como de orden racional, lo que implica pasar por un proceso de racionalización (control) de las creencias morales para evitar que éstas se conviertan en prácticas de control y de disciplinamiento de la vida privada de las personas.

Sin embargo, postular la desmoralización en la construcción de lo público no implica el abandono de la ética por lo siguiente: la modernización, si bien nos ha permitido avanzar secularmente en la construcción de nuestro mundo de relaciones, también ha traído consigo un sinnúmero de problemas no apreciables a simple vista. Uno de ellos, importante para el presente caso, consiste no sólo en la desmagicalización y racionalización del mundo de vida, sino en el paulatino abandono de lo ético y su sustitución de la ciencia. En este caso justamente pretendo ver cómo la ciencia, sustitutiva de lo moral como constructor de lo público, si bien es cierto que representa un verdadero tránsito, también funciona como nuevo mecanismo de “moralización”, entendido como productor de verdad que por su naturaleza resulta irrefutable.

Pues bien. ¿Cómo se conecta con el tema que nos ocupa? Me parece que se conecta de varias formas, pero para ello tenemos que hacer un largo recorrido. Veamos:

Hay varias razones por las que podríamos considerar el incesto como algo susceptible de ser penalizado, aún siendo producto del consenso entre las partes en un momento en que este consenso puede considerarse como libre de violencias. Una de éstas proviene de la costumbre: simplemente pensamos que el incesto es una práctica incorrecta porque así nos lo han transmitido. He aquí la dimensión moral (etimológicamente mos/mores es la traducción latina de la voz griega ethos que se traduce como hábito o costumbre): consideramos que algo es inmoral porque no es habitual o parte de la costumbre de una sociedad. Claro que lo anterior hay que tomarlo con pinzas. El incesto, es decir, las relaciones sexuales con consanguíneos es, en realidad, una práctica que se da en muchas sociedades y culturas. También es cierto que a pesar de ello la práctica no es bien vista o, por lo menos, no se acepta en el caso de relaciones sexuales entre padres e hij@s y entre herman@s. Hay límites establecidos social y culturalmente que operan en el ámbito público como una norma no escrita.

Sin embargo, atendiendo a todo lo anteriormente dicho, ¿tiene la objeción moral a la legalización del incesto un sustento irrefutable? En realidad no. Por ejemplo: ayer pensaba sobre el tema y la idea de tener relaciones con mi madre o con mi hija me parecía francamente desagradable. Vamos: la idea no me gustó. Pero del hecho de que no me guste la idea no se sigue que mi creencia deba ser universalizada e institucionalizada. Vamos: mi gusto no da sustento ético a la objeción moral. Por el contrario, la ética como reflexión crítica y racional sobre la moral invitaría, desde mi perspectiva, a reconocer que no hay sustento en la objeción moral contra la legalización del incesto. Vamos: si un padre y una hija sostienen una relación que quieren formalizar, la objeción moral se limitaría a sancionar la calidad moral tanto del padre como de la hija (aquí vale la pena aclarar que hablamos de incesto como una relación consensuada entre las partes) según las creencias de quienes juzgan, pero que no tendría que avanzar hacia su penalización legal ni al impedimento de la formalización de dicha relación. La moral no puede avanzar más allá.

Ahora, decía que a pesar de la prohibición moral y legal del incesto en diferentes culturas y sociedades hay muchas que lo han practicado o inclusive lo siguen practicando. Sin embargo, a pesar de que nuestras sociedades han progresado y aceptado/legalizado/despenalizado muchas prácticas anteriormente consideradas como inaceptables/inmorales/ilegales, en este caso en particular el tabú ha sido reforzado. Me parece que esto tiene una explicación en el mismo proceso de modernización y urbanización.

Una de las características del proceso de modernización y urbanización se relaciona con la universalización del conocimiento. En la modernidad el saber de lo humano adquiere el rango de ciencia, en algunos casos de forma justificada en otros no. Sin embargo no quiero avanzar mucho por allí, sino simplemente describir cómo han operado la medicina y la psicología en el reforzamiento de lo que desde éstas perspectivas deja de ser tabú, porque para el caso la prohibición deja de pertenecer al ámbito de lo cultural y lo moral.

Veamos: ¿tiene la medicina una objeción sustentada contra la legalización de la práctica del incesto? En realidad sí. No legalizar y hasta penalizar sería necesario en función de evitar, por ejemplo, embarazos que darían a luz a niños con una propensión magnificada a enfermedades congénitas. Por ejemplo: si un padre con hemofilia procrea con su hija, la probabilidad de que el niñ@ sea hemofílico se magnifica en tanto no se refresca la información genética por recombinación de genes.

Sin embargo, la objeción médica/científica encuentra resolución en el mismo ámbito del proceso de modernización y urbanización. Hoy contamos con mecanismos para prevenir que lo anterior suceda: anticonceptivos, abortivos, quirúrgicos, etc. Vamos: si un padre y una hija, una madre y un hijo o una hermana y un hermano desean formalizar una relación incestuosa, médicamente no hay ninguna objeción médica para ello.

Otra objeción, que tiene mayor peso por el grado de incertidumbre que introduce, es la objeción psicológica. Va la pregunta: ¿qué tan cierto es que una relación incestuosa es consensual? Pongamos ejemplos: es posible que en el caso de una relación hermano-hermana ésta sea producto de un evento traumático. Existe la posibilidad de que de niños estos hayan sido obligados a tener relaciones sexuales (es un ejemplo nada más) o a presenciar actos que obstaculizaron el desarrollo normal de su psique. Sin un tratamiento adecuado, el desarrollo de los mismos puede presentar un sinnúmero de problemas que de algún modo afectan la toma de decisiones.

Otro caso es el de una relación entre padres e hij@s. Puede ser, por ejemplo, que el supuesto consenso en la relación sea producto de un largo proceso de perversión sexual del padre sobre la hija. La violación, hay que decirlo, es más común de lo pensado. Todos los días vivimos con gente que ha sufrido algún tipo de agresión sexual que no solemos advertir, pero que de algún modo afectan las decisiones de las personas de modo tal que es posible que el consenso no sea tal. En un caso no menos grave, se nos puede atravesar el problema del poder y la autoridad. El consenso en relación puede ser producto del ejercicio del poder de uno sobre otro, o bien impulsada por deseos patológicos de satisfacer a los padres/héroes.

Y vamos: las anteriores pueden considerarse (aunque no sé qué tanto) fuera de lo común y hasta exageradas. De algún modo, quienes así lo consideren, tendrían razón. Sin embargo, la labor del Estado es justamente no sólo facilitar los medios de realización de la vida de las personas, sino evitar que esos casos extraordinarios suceden. En este sentido, legalizar, a decir de muchos, implicaría facilitar la violencia sexual. El Estado que previene no podría legalizar algo que terminaría por facilitar las perversiones y patologías de algunos sobre, sólo porque en algunos casos existe el deseo de formalizar algo aunque no es inmoral conlleva riesgos específicos, ¿o sí?

Podría ser. Sin embargo, también podría ser del mismo modo en otros casos. Por ejemplo, grupos conservadores usan argumentos clínicos para justificar su oposición al matrimonio entre homosexuales y la adopción de niños. A decir de estos, legalizar matrimonio y adopción implicaría facilitar a los pedófilos el libre ejercicio de su perversión. El problema es que llevado al extremo el matrimonio en general podría considerarse como la legalización de la violencia, como la que ejercen hombres contra mujeres. Cualquier tipo de formalización de una relación, por riesgos específicos, debería considerarse como indeseable. En ese mismo sentido: la adopción debería estar prohibida no sólo para homosexuales, sino para cualquiera, en tanto que nada garantiza que esa “buena pareja” que está adoptando un niño va a procurarle un sano crecimiento, No sólo eso: es posible que esa pareja resulte no ser tan buena y los niños adoptados se encuentren en un verdadero peligro. Más: en realidad nadie debería tener hijos, en la medida en que como lo marca la experiencia hay miles de padres biológicos que resultan ser los peores posibles. ¿Y qué decir de las enfermedades genéticas? Nada más por el lado de padres y abuelos mi hijo tiene propensión a enfermedades que van desde la esquizofrenia, pasando por la depresión, hasta diabetes, cáncer, ceguera, etc. En función de garantizar una vida sana, libre de riesgos y de traumas, lo más efectivo sería ir anunciando nuestra extinción libremente elegida.

Ustedes podrán decir que he escogido los peores ejemplos. Es posible. Pero que sirvan como ejemplo no sólo para reflexionar sobre los riesgos de moralizar el debate, sino los riesgos de sustituir la moral con la ciencia y la clínica. Las mismas objeciones provenientes ya sea de la moral o de la ciencia y la clínica para el incesto, podrían ser aplicables a otro tipo de prácticas que ya se encuentran legalizadas. ¿A qué se debe? A que en el fondo sigue habiendo cierta perspectiva moral predominante, no claramente visible y justificable a partir de la idea de que debe haber límites. Y tienen razón, pero esos límites en el caso del incesto consensuado entre mayores de edad parecen ya no tener asidero, no sólo moral, sino científico y médico.

Lo que quiero decir es, finalmente, que el proceso de modernización y urbanización ha traído consigo otros fenómenos que nos dificultan mucho la vida. A este fenómeno yo lo llamo (yo creía que lo había inventado pero lo he leído por otros lados) la medicalización o clinicalización de nuestra vida y nuestras relaciones (que en su variante más extrema tenemos al fascismo/nazismo). Me parece entonces que para abordar ciertos temas no sólo hay que desmoralizarlos, sino en la medida de lo posible desmedicalizarlos o desclinicalizarlos. Me parece que ahí la filosofía y particularmente la ética tienen mucho que hacer y decir, como reflexión sobre los puntos ciegos y los posibles defectos de ciertos discursos y saberes. Es decir: ayudar a romper con los esquemas producidos por las variantes negativas del proceso de modernización y urbanización que nos sujetan a órdenes epistémicos y discursivos que definen lo que es "normal" (la psiquiatría, la medicina, la antropología, la psicología, etc.) suplantando la moral como el lugar que da verdad y sirviendo como instrumento legislativo infalible.

Canto a Camilo (de ser posible leer con la canción de cuna de un movil con luces que chispean)


eres arena camilo allí donde comienza el mar
hemos quemado las naves camilo
“nos hemos vuelto locos por algunos años”

te estoy mirando camilear camileando
camiléandome camiléandonos caminando camilo
con tus piecitos calzaditos tus ojitos por delante
te estoy camilieando camilo ¿a dónde vas?
“allá” pensates o dijites (en realidad no lo sé)
“te regresé al mundo contando repitiendo”…
…lo hicites hasta diez

y la angustia me llegó camilo
la angustia del cero del no de la nada
¿a dónde vas camilo camino que vas sin mi?
nada hijo mío que allá no hay nada que no sea mar
que baña la arena …
…y las naves quemándose

camilea camilo camiléame camilando
caminando nadando silbando si puedes
vuélvete arena tira los remos patalea
porque lo único que queda es delante
no te preocupes nada la nada nádala
nadéala mátala llénala llévala tú
sumérgela dile no dile sí dile eres nada

eres arena camilo…
… tu vida comienza allí donde la toca el mar

miércoles, 19 de enero de 2011

¿Qué es "familia"? (breves notas contra la homofobia)

Parte del debate sobre los derechos de los homosexuales a casarse y adoptar hijos, es decir: a con-formarse como familia, reside precisamente en la noción misma de "familia". A decir de muchos, la palabra de-signa una realidad que es idéntica en el origen y en el final. Vamos a decirlo de modo simple: la palabra designa un modo de organización social que consta de partes infaltables e inalterables y que es una y la misma siempre. Si algo falta o es alterado, o si es múltiple y diferente, “eso” no puede considerarse sino una anormalidad.
El problema en este caso es que si bien hemos definido qué cuerpo corresponde o no a lo que es una familia, no hemos dado el significado de la palabra. Sabemos si un determinado cuerpo es una familia o no porque la intuición y la costumbre lo dictan, pero a fuerza de andar esa intuición nos aparece como insuficiente. Pues bien: ¿qué es “familia”? Hay varias definiciones según el RAE:
1. f. Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas.
2. f. Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje.
3. f. Hijos o descendencia.
Hagamos un paréntesis. Las tres definiciones anteriores corresponden fielmente a lo que el sentido común nos dice es una familia. En las tres hay un elemento fundamental, que es el lazo genético. Sin embargo, en el mismo diccionario encontramos otras definiciones, algunas de ellas relacionadas con su raíz latina. Sigue entonces:
4. f. Conjunto de personas que tienen alguna condición, opinión o tendencia común. Toda la familia socialista aplaudió el discurso.
En este caso se rompe el lazo genético y tenemos un lazo ideológico que pueden maximizarse en frases como “la gran familia mexicana”. Pero además, también tenemos que la palabra de-signa cosas, por ejemplo:
5. f. Conjunto de objetos que presentan características comunes.
Sin embargo la definición más fiel a la etimología es la siguiente:
6. f. Número de criados de alguien, aunque no vivan dentro de su casa.
Las definiciones anteriores nos permiten reconocer el sentido histórico del concepto. La palabra “familia” es bastante flexible; no tiene uno sino varios significados. Si bien hay un uso cotidiano de la palabra, ello no implica que ese uso cotidiano sea definitivo, porque no de-signa una realidad esencial, sino una histórica y social, lo que cambia (¿actualiza?) su mismo significado. Todavía más: no sólo define lo que realidad es, sino lo que debe ser o lo que queremos que sea. De hecho, de atenernos a la etimología, estaríamos metidos en un problemón, porque etimológicamente la palabra “familia” quiere decir algo diferente a la forma como hoy entendemos la familia. Vamos, desde esa perspectiva nuestra idea de familia no sería sino una perversión de la idea original. Expongo el caso:
La palabra “familia viene del latín famulus, que quiere decir “siervo” o “esclavo” (por ejemplo famulus dei-siervo de Dios), de allí que en su forma inicial la palabra designaba un patrimonio, una propiedad o cuando menos una ascendencia no genética. Si uno va al imperio romano, la familia era el conjunto de esclavos pertenecientes a una “casa” (hacienda). Ya posteriormente la palabra fue aplicada no sólo a los sirvientes o esclavos, sino a todas las personas que habitan “la casa”, entendida ésta como res familiaris, es decir: como patrimonio del pater que, en la cultura romana, era el varón. La palabra “familia” no designaba originalmente al padre, la madre, los hijos, los abuelos, tíos, etc., sino también a los esclavos. ¿Cuáles eran las nociones que se usaban en latín para expresar el parentesco? Había dos adjetivos: cognatus (de donde viene con-nato) y propinquus (que contiene pro y el equus).
Ahora. La voz “familia” también está emparentada con la palabra latina famel, que a su vez está emparentada con la palabra fames. Cuando alguien dice “estoy famélico” lo que quiere decir es que tiene hambre. Eso es justamente lo que quiere decir fames: hambre. En este otro sentido, la familia es el conjunto de personas, consanguíneas o no, que habita una misma casa (res familiaris) en la cual viven y satisfacen su hambre. El pater familias, que es el dueño de la casa, tenía el deber de alimentarlos y estos, en retribución tenían el deber de servirle, ya sea como cognatus o propinquus o como servus.
Esto me recuerda aquel conflicto que suscitó Carlos Abascal cuando atendiendo a lo anterior prácticamente culpó a las madres trabajadoras de los conflictos sociales actuales. Mientras el hombre es el encargado de alimentar a la familia, la mujer es la encargada de la casa que es patrimonio del primero. La mujer cumple su rol en la casa, no fuera de ella. Entonces Abascal tenía razón, siempre y cuando pensemos que la palabra “familia” de-signa una realidad esencial, que no cambia, lo que nos mete en problemas porque de hecho la forma actual de la familia no es análoga a la forma antigua.
El hecho es que la familia cambia. La idea de familia en el mundo romano tiene un desarrollo histórico y por ese desarrollo llega hasta nosotros, pero no lo hace de forma estática. La familia de la que hablaban los romanos era algo diferente a nuestra forma de comprenderla. Pero además, como decía, la palabra no sólo se actualiza en función de las transformaciones históricas dadas, sino de las posibles. La familia no es sólo lo que fue y lo que es, sino lo que será acorde con nuestras necesidades y nuestros deseos.
Un último punto. ¿Por qué no nos dejamos de payasadas y aceptamos que la familia, en tanto construcción sociohistórica, no define una naturaleza y tampoco es natural? “Familia” no es physis, sino ethos. La palabra ethos, de donde viene la palabra ética, no es sino la declaración de independencia del hombre (antropos) de la physis (naturaleza). A pesar de que siempre guardan alguna relación, la ética comienza donde termina “lo natural”, cuando el ser humano rompe con la condición de esclavo de la naturaleza y crea su propio mundo a partir de su transformación.