miércoles, 9 de febrero de 2011

La administración ideológica de la libertad de expresión en tiempos de normalización democrática

El presente texto, aunque parte necesariamente de ésta, no versa sobre la libertad de expresión, sino sobre sus condiciones efectivas de posibilidad en el ámbito actual. Sin embargo, por necesidad, me atrevo a dar una brevísima definición: la libertad de expresión no es sino la capacidad y el derecho que tenemos las personas de enunciar nuestras opiniones sin mayores limitaciones que las consensadas por una determinada sociedad.

Sin embargo, en el ámbito de normalización democrática, el tema resulta en verdad complejo, en la medida en que una reduccionista verificación empírica se ha generado la ilusión de que expresar mis opiniones, tal como lo hago en estos momentos, corrobora que existe tal cosa como la libertad de expresión. El problema de la corroboración empírica es que no se detiene a pensar las formas como en tiempos de normalización democrática la libertad de expresión es administrada ya sea positiva o formalmente y negativa o informalmente.

Veamos: pensar que existe la libertad de expresión porque puedo expresar algo es de cierta manera verdad. Sin embargo, lo que hay que verificar en este caso es el alcance de lo que se expresa, pues no es lo mismo emitir opiniones o hacer análisis mediante un blog o las redes sociales, que hacerlo masivamente a través de los medios "tradicionales". En el caso del proceso en el que estamos inmersos, el problema de la libertad de expresión no se reduce a la posibilidad de expresar, sino al acceso a las mediaciones que hacen posible que la expresión se difunda. Si bien todos podemos expresarnos, son pocas las opiniones y los análisis que tienen impacto, porque no todos contamos con los medios para difundir los mensajes. Vamos: la ilusión empirista no se da cuenta que la libertad de expresarse responde a un cálculo político, porque la verdadera expresión pasa por los medios que administran la expresión y que al mismo tiempo son administrados.

Y es aquí donde entramos al tema de la administración. Para esto debemos partir del reconocimiento de que en todas las sociedades la libertad de expresión es administrada, lo que podemos constatar en el hecho de que existen marcos normativos que impiden que se diga lo que sea sin fundamento. Sin hacer juicios de valor, el hecho es que ya sea desde una perspectiva ética o desde una perspectiva jurídica, la expresión es limitada y dicha limitación tiene su razón de ser. Puede gustarnos o no, pero es un hecho que nuestras sociedades han tendido a una administración de lo público y que ésta es necesaria para que podamos reconocer que la discusión pública también tiene reglas, siempre y cuando se reconozca que el marco normativo no es estático y siempre es perfectible.

Así, no tengo tanto problema con la administración positiva (del latín posito como lo dado). Mi problema es cuando pasamos de una administración formal a una informal, que yo denominaría como negativa (no porque sea mala, sino) porque oculta el trasfondo ideológico desde donde se administra eso que llamamos libertad de expresión (y que nomino como informal porque no se establece en el código y porque ni siquiera está supuesto en éste a manera de determinación ontológica y horizonte de comprensión desde el que se construye el marco legal que regula la libertad de expresión). Ese trasfondo no es de fácil acceso, no es visible a primera vista (por eso lo de negativo e informal), pero es detectable a partir de un análisis detenido del discurso, particularmente el de los medios, que en un supuesto ámbito formal gozan de una supuesta autonomía que evita que el poder político en turno, el gobierno, los administre. Allí entonces opera otro tipo de administración, que yo denomino ideológica, que no sirve de forma inmediata al poder político (en turno) sino al sistema, en tanto que asegura su reproductibilidad.

Ahora, no voy a venir a calificar a los periodistas de deshonestos, por lo menos no en este lugar. En todo caso, lo que criticaría es la incapacidad de muchos de ellos de dar cuenta del trasfondo ideológico que, además de orientar lo que expresan, hace posible su permanencia en el medio. Y esto es, por decirlo de un modo, algo normal. En un ámbito en el que no hay verdadero diálogo con horizontes de comprensión dis-tintos y lo que tenemos es cierta homogeneidad ideológica, no hay posibilidad de ser crítico del propio horizonte de comprensión desde donde se expresa la opinión. Para decirlo de un modo simple: en este ámbito, de normalización democrática (liberal), no puede haber la necesaria auto-crítica para explicitar el ámbito ideológico de la opinión y la forma como ésta es administrada ideológicamente.

Y es que lo más complicado es la apertura auto-crítica. La crítica es relativamente fácil, no así la auto-crítica. ¿Por qué? Porque esta última requiere, aunque sea por un momento, poner en duda mis propios supuestos y no hay nada que desate más temor que enfrentarse con el sentido mismo. ¿Qué pasa si por un momento clarifico sobre el “desde dónde” emito mis opiniones? Pues me enfrento a la relatividad de mi propio “desde dónde”, en este caso: el horizonte ideológico liberal. Si yo relativizo o descubro la relatividad de mi propio horizonte entonces quiere decir que no es universal y entonces me quedo sin parámetros para hacer juicios, pero además corro el riesgo de darme cuenta del modo como mis opiniones son administradas ideológica y políticamente. Las derivaciones que podemos hacer son, así, un tanto aterradoras para aquellos que viven de opinar.

El problema así es dar cuenta de la complejidad del “desde dónde” los periodistas y analistas en México formulan sus opiniones. Para decirlo rápidamente: lo hacen desde la universalización y naturalización de su propio horizonte ideológico, horizonte que nunca es puesto en duda y que no nunca lo es porque parten de la “sensación” de que en México hay, de hecho, libertad de expresión, lo que crea la ilusión o creencia de que su labor no está siendo políticamente administrada.

Hay aquí, sin embargo, una primera reducción (que no viene al caso pero hay que plantearla) que es la empatar libertad y libertad de expresión. En el ámbito del capitalismo y la democracia liberal, que tolera y acepta grados de pobreza en aras de la diferencia, la libertad sigue siendo algo tan ambiguo que parece sólo verificable en la expresión (lo que me parece trágico en tanto responde a un resabio idealista que dificulta postularla materialmente). Libertad para nuestros periodistas y analistas es sobre todo libertad de expresión.

Hay luego una segunda reducción: la libertad de expresión es aquella que puede ser expresada públicamente. Pero como esta publicidad de la libertad es científicamente inviable entonces recurro al dato evidente: hay libertad de expresión en tanto que tenemos medios abiertos donde puede expresarse cualquier cosa. Tenemos televisoras, radiodifusoras, diarios, internet, etc., todo en términos plurales, lo que implica que todas las voces quedan cubiertas. Los medios se convierten así expresión de lo que piensa y dice la ciudadanía. Los medios se convierten a sí mismos en “lo público”. El problema es que los medios, haciéndose porta-voces de los intereses de la sociedad, naturalizan su propia voz haciéndola pasar por la de todos. Esto en el caso de los más ingenuos; los menos ingenuos (y cínicos) son conscientes de que sólo pueden hablar de sí y por sí mismos, y entonces reconocen su agenda que es la de afianzar desde los medios el horizonte democrático liberal. ¿Dónde queda la libertad? Pues en los mismos medios que se han convertido en foros de discusión de expresiones distintas.

Sin embargo esto no es así; no son expresiones dis-tintas, sino expresiones di-ferentes (di-feridas) dentro de un mismo horizonte ideológico. Varían en la superficie pero no el fondo. No hay, pues, verdadera disidencia. El problema es que esto no es evidente. Pongamos el ejemplo de Zuckerman and Friends en FTV. Allí claro que hay discusión. Si nos vamos por la superficie veremos que por ahí circulan muchas expresiones. El problema es que prácticamente todas se mueven en un ámbito ideológico cerrado; es como una discusión entre surrealistas que discuten de todo pero siempre teniendo como telón de fondo que el único arte aceptable es el surrealista. Curiosamente, la apariencia de que hay voces disonantes, oculta la falta de libertad de expresión en México, una libertad de expresión que se restringe a la posibilidad de hacer circular discursos precisamente en los medios. Prácticamente en el terreno del análisis político todos los analistas (que además son los mismos que aparecen en la mañana, en la tarde y en la noche diciendo lo mismo sobre lo mismo) se encuentran en el mismo espectro ideológico; no hay voces disidentes. Esas voces quedan ocultas detrás y son efímeras; no constantes. Vamos a decirlo de forma honesta: la sensación de que estamos en momentos de transición y normalización democrática ha llevado a una suerte de catequesis democrática en la que el catequizador es siempre de ascendente ideológico liberal. Me llama la atención que muchos analistas y periodistas critican ciertas prácticas y ciertos discursos diciendo cosas como “eso es muy poco liberal” (Denise Maerker, Ciro Gómez y compañía). Allí se muestra la universalización inconsciente y naturalización del horizonte liberal, en la medida en que no ser liberal es sinónimo de estar equivocado. Decir "eso es muy poco liberal" es otra forma de decir "eso está mal". Pero sale tan natural que pasa como si no fuera la gran cosa. En realidad lo es: allí se revela el a priori ideológico universalizado y naturalizado del que parten para hacer crítica sin pasar por la auto-crítica. Entonces realmente estamos en el final de las ideologías; de todas menos de una: la liberal, que se ha instituido como la única aceptable, para lo que se apela a justificaciones muy fukuyanescas y de paso hegelianas.

Por otro lado, los medios cuentan con un rostro visible y otro invisible. El visible es el rostro del que comunica; el invisible es el del dueño. En México hay, sin embargo, la sensación de que el medio es el rostro visible. Vamos: Zuckermann, Ciro Gómez Leyva y Denis Maerker (por poner a los starsystem) seguramente nunca ha visto coartada su libertad expresión o el modo de conducción de sus programas. Invitan a sus cuates y estos a su vez también pueden decir lo que quieran. Claro que hay una suerte de acto fe: se está seguro que cualquier cosa que digan los cuates será dicha desde un mismo horizonte. (Por eso es una charla entre cuates). Pero el rostro invisible, el del dueño, está allí siempre, confiado en que hizo una buena elección: las estrellas del medio, de claro ascendente ideológico liberal, no va a desdecirse de su propio horizonte. El dueño no tiene en este sentido necesidad de censurar, porque todo lo que digan el periodista y el analista soporta y promueve en lo fundamental sus intereses. A menos que se atrevan a decir cosas que tocan fibras del hyperpoder oculto detrás de todo, el periodista y el analista están a salvo. Si en un momento llegan a salirse de la ruta entonces sí viene el castigo, por supuesto maquillado de problema de orden administrativo o contractual. Por eso, en tiempos de normalización democrática el periodista, el analista, el intelectual, el artista, etc., se hacen orgánicos al poder sin dilema moral porque obvian el hecho de que han sido elegidos como rostros visibles precisamente por lo que piensan y lo que dicen.

Ahora, esto sería inútil sin la integración entre el poder político y los medios. El poder político pacta con los medios para no salir de ellos. Los medios procuran la imagen del político para que éste preserve y reproduzca su intereses modificando leyes que son obstáculos para la libre empresa. Hay un control de los medios a partir de un acuerdo que configura la relación poder-medios. Por ello aquellos periodistas y analistas que se han atrevido a tocar temas que no son del agrado de gobierno y del medio han sufrido un tipo de censura en la que no participa directamente el gobierno y que da la apariencia de ser una decisión interna, propia de la libertad de empresa a la que el medio tiene derecho. Esto es en sí un problema, porque queda oculto el trasfondo político e ideológico. Lo mismo con los políticos: aquellos que osen tocar los intereses de los medios son invisibilizados. Inclusive los medios se convierten en herramientas de venganza: aunque hayan muerto 16 chavos en Cd. Juárez la nota principal seguía siendo lo del Bar-bar porque había un interés del medio. O bien la agenda doctrinaria de la otra televisora que usa los noticieros como mecanismo de catequización.

Entonces no hay cabida para otro tipo de discursos. Claro que como todo lo anterior está revestido de una apariencia democrática la cosa no es clara. Pero lo cierto es que el liberalismo se ha instituido como “pensamiento único” y como tribunal de todo lo que es políticamente correcto. El problema es que con esto la crítica siempre está mediada ideológicamente; la crítica tiene mayor o menor valor dependiendo su cercanía o lejanía con cierto liberalismo. Por eso cuando uno ve los programas “Tercer grado”, “Zuckermann and friends” o escucha las mesas de debate en la radio, se encuentra con que nadie se sale del plano (incluidos Meyer y Aguayo). Como se "discute" se da la apariencia de libertad de expresión, pero sólo habrá ésta cuando metan en esas mesas a voces verdaderamente diferentes. Con eso tendríamos una crítica repotenciada y no una vil pantomima.

Lo digo de forma simple: en México no hay libertad de expresión en los términos que se entiende lo de la expresión, que es expresión en los medios. No hay cura al problema al entrevistar de vez en cuando a una voz disidente, porque esa voz es acallada inmediatamente por el periodista y el analista de base (Zuckermann, Castañeda y Aguilar Camín, que son los que andan circulando por todos lados, son el mejor ejemplo de esto). Al final estos, gente brillante y estudiosa, no se da cuenta de que cumplen perfectamente el papel de propagandista del sistema, lo que se debe en buena medida a que han sido estos lo que han naturalizado las expresiones y los lenguajes del liberalismo. Hay algo de aterrador en ello, porque acostumbrados a no tener voz en las épocas del PRI tienen esa sensación de que la experiencia que los marca les impide hacer lo mismo. Vamos: son orgánicos con pretensiones de bondad o, por lo menos, con buenas intenciones. Con eso justifican que los medios se hayan convertido en grupos de cuates.

3 comentarios:

Anabelle M.Arzola dijo...

Comparto contigo la idea de la libertad de expresion pasa por "tiempos de colera" diria "yo". Indigna que a un mandatario se intimide o se sienta agredido por la presuncion, rumor o simplemente concepto con el q lo llaman de manera publica, por la comparativa traducida en mensaje,le llamen "alcoholico" y no pasa nada por que le digan "mal gobernante" o "espurio" por decir lo menos.. No hay que esperar a que se lo digan para verlo! Vivimos tiempos en que la "oviedad salta a la vista" y nos incomodan los planteamientos directos, por Dios tengamos sentido comun!Dejamos de tomarlo personal. Soluciones reales a problemas reales, estamos cansados de tanta actitud "mojigata".Mexico abre los OjOs!
Saludos

Anónimo dijo...

Me parece muy interesante y esclarecedor tu análisis. Sin embargo, no comparto el final de tu texto.: "Al final estos, gente brillante y estudiosa, no se da cuenta de que cumplen perfectamente el papel de propagandista del sistema, (...)" Creo, como dices en párrafos anteriores, que comparten un horizonte ideológico similar. De otra forma me parecería casi ingenuo el creer que no se dan cuenta que siguen engordando el caldo. Tal vez la resolución les pueda parecer excesivo pero nunca lo suficientemente incorrecto para tomar una postura crítica.
Sandra Escutia

jsalamanca dijo...

su análisis, me parece certero, y quisiera agregar que este carácter de complicidad ingenua, incauta o deliberada, tal vez la comparte el sistema de científicos mexicanos, la generación o producción de conocimiento y tecnología si bien necesita de los recursos económicos y del apoyo financiero continuado y sustancial, no puede prescindir del aporte fundamental de los investigadores, no solo con su labor científica, sino con una participación contenida en una visión social practica eficiente y eficaz a la par de la sociedad misma.