domingo, 11 de julio de 2010

¿Y después de la euforia qué? Notas críticas sobre la alianza PAN-PRD

En un país con poca trayectoria democrática es hasta cierto punto natural caer en la euforia. Aclaro: cuando digo "natural" me refiero a que es comprensible. Por ejemplo: a nivel social me parece natural festejar los hasta el momento posibles triunfos electorales en Estados donde no ha habido transición democrática. Las sociedades, a diferencia de los políticos profesionales, a pesar de que sería deseable, no están "obligadas" a hacer cálculos políticos a largo plazo. La gente, sobre todo en un país como el nuestro, ya la tiene muy difícil tratando de vivir diariamente, no así los políticos. Mi pregunta es la siguiente: ¿tienen derecho los políticos a la misma euforia? Me parece que no. Los políticos profesionales están obligados a hacer el cálculo de los posibles efectos de sus decisiones. En el caso de las alianzas, están obligados a pensar más allá de la coyuntura. Yendo más lejos: a priori de la misma coyuntura, en este caso los triunfos electorales vía una alianza extraña, están obligados a pensar sobre la viabilidad de su propio proyecto en el ámbito de la política de alianzas.
Para ejemplificar lo anterior me gustaría responder la siguiente pregunta: ¿el triunfo (bastante mechado por cierto) de la alianza PAN-PRD, además de la misma alianza, a quién rinde réditos y créditos? En primera instancia me parece que da ganancia a Cesar Nava y Jesús Ortega. Ambos tenían la "soga al cuello" y los triunfos les dan respiro. Sin embargo, a pesar de que ganan estos dirigentes, pierden los proyectos particulares del PAN y el PRD (más el PRD, el problema es que todavía no se da cuenta; lo hará cuando el PAN regrese a las andadas y abuse de su "buena fe"). Primero porque dos proyectos contrarios no han sido capaces de dar muerte al dinosaurio por sí mismos; segundo, porque los mismos (reitero: siendo contrarios) tendrán que ponerse de acuerdo para gobernar, lo que se antoja complicado. La función de una alianza no sólo consiste en obtener victorias electorales, sino en "formar gobierno" en función del beneficio de la gente. ¿Cómo hacer para construir una agenda común que por ser simplemente deseable resulta irreal? ¿Se pueden compatibilizar agendas políticas, sociales, económicas, éticas, morales y culturales tan distintas? En términos más técnicos: ¿cómo construir una agenda común cuando la alianza electoral es compuesta por racionalidades distintas? Si bien prácticamente todos los partidos políticos han evadido cualquier crítica al capitalismo voraz asumiendo posiciones de corte entreguista o en contraparte populistas/nacionalistas, en otros ámbitos, relacionado con "lo social", "lo ético", "lo moral" y "lo cultural", tenemos dos fuerzas radicalmente diferentes intentando sobrevivir en un ámbito que no les es natural: regímenes democrático-liberales.
Sobre este último punto me gustaría profundizar un poco más: tenemos en el caso del PAN una racionalidad conservadora, una imagen de mundo, incompatible con posiciones seculares como lo son los liberalismos y los izquierdismos. En el caso del PRD, tenemos una izquierda que por cuestiones de sobrevivencia ha retrocedido dos pasos en su crítica al liberalismo para dar uno adelante en el proceso de democratización. Tanto la derecha como la izquierda han tenido que "modernizarse", moderar sus posiciones, y "liberalizarse" en función de aprovechar lo que la democracia liberal puede dar en la búsqueda de sus fines. Veamos:
En el caso de la derecha, racionalidad conservadora de corte católica en México, la doctrina liberal les da una justificación ética de la actual división de clases. Los panistas, como los viejos liberales revolucionarios, son predominantemente empresarios que han encontrado en el neoliberalismo mercantil y la democracia liberal (que no son lo mismo) la fórmula perfecta para continuar con el sistema de explotación del trabajo de las mayorías sociales sin atentar contra sus valores cristianos. La derecha, a la que no se le puede privar de inteligencia, ha sido hábil separando lo político y lo económico de lo ético y lo social, de tal modo en que al mismo tiempo que defienden la libertad y la diferencia económica, escamotean el derecho a la libertad y la diferencia en términos moralidad y cultura. Temas a los que se oponen como el aborto, la sexualidad, la corporalidad, la igualdad y otros tantos, son el tronco que sostiene su identificación política e ideológica. Son temas intocables, innegociables pues, lo que nos muestra una clara conciencia en la derecha de que la democracia no es fin, sino un medio en la construcción de su sociedad ideal: conservadora. Por eso me resulta paradójico que los estudiosos del PAN reivindiquen su histórica vocación democrática. Vamos: claro que históricamente tiene una vocación democrática, pero como vía de acceso al poder para desde allí poner en marcha un proceso de re-moralización de la sociedad mexicana. Se trata de una política misionera que al mismo tiempo que se beneficia de la libertad del mercado, emprende una labor salvífica de los valores y principios cristianos hechos de lado en la política moderna.
¿Qué sucede en el caso de la izquierda? Desde una perspectiva radical de izquierda (comunista, socialista, anarquista, y hasta social-demócrata), el capitalismo es antagónico con sus propios principios. Esa contradicción intrínseca al hecho capitalista hacía necesaria su crítica y su superación. Inclusive la social-democracia, acosada por la ortodoxia por su posición reformista, reconocía la contradicción inherente al capitalismo; en todo caso difería sobre el método. Allí se da la ruptura: la izquierda mexicana, por cuestiones estratégicas y de sobrevivencia, comenzó a experimentar una suerte de posmodernización en función de la flexibilización de principios. ¿Para qué? Para ser aceptada y asimilada en un proceso de transición democrática de tipo liberal, lo que implicaba desplazar el centro de sus reflexiones y sus críticas: el capitalismo en su fase global y la necesidad de construir un mundo postcapitalista. La izquierda mexicana, des-ubicada por motivos históricos y des-ligada de los soportes teóricos que daban sentido a su práctica, optó así por la orfandad ética y teórica y por un discurso "moderado" que apuesta por la lucha en el campo político y desplaza la lucha social; acepta en la fundamental el fatalismo economicista y escinde "lo político" de "lo social", lo que le permite flexibilidad ética. La izquierda, pues, deja de ser izquierda. Se convierte en una izquierda al modo gringo: carece de identidad y se nomina como tal frente a los conservadurismos. Se va diluyendo hasta convertirse en una mera fuerza electoral; en una maquinaria de captación de votos en función de lo que considera su misión histórica: no permitir que el PRI mantenga u obtenga "poder". Si a eso le aunamos que la actual izquierda mexicana es producto de la diáspora priista...
Pero hablemos de algo positivo: me parece que aunque una izquierda deja de serlo cuando desplaza su núcleo ético-crítico, ésta puede sacar algo del método democrático-liberal. Siendo el individuo el núcleo ético y político del liberalismo, así en el campo económico no haya afinidad, se pueden lograr cosas para grupos y clases marginadas por las visiones conservadoras: mujeres, jóvenes, ancianos, niños, indígenas, personas con orientaciones sexuales diferentes, católicos disidentes, abortistas, etc. Si bien hay un desplazamiento del tema económico, por lo menos se localizan problemas resolubles en el ámbito de la democracia liberal. Así llegamos al punto: lo que inviabiliza las alianzas entre el PRD y el PAN, entre izquierda y derecha (no importando si son moderadas o radicales) es precisamente esto: la imposibilidad de compatibilizar agendas en un ámbito que les es históricamente extraño a los dos, lo que implica que esa extrañeza hace de sus proyectos polos más y más opuestos. Son ya opuestos, pero en el ámbito del liberalismo cualquier afinidad, salvo su anti-priismo (que en lo personal es insuficiente para una política de alianzas), se reduce.
Pero allí la izquierda ha adoptado una posición ingenua. Ha tomado, como premisa ética, que el diálogo, la negociación y la operación política van por delante del núcleo ético-crítico histórico. Se saltan hasta los más radicales pragmatismos que postulan la imposibilidad de consensos con radicales opuestos. Se dicen pragmáticos pero desconocen los fundamentos de cualquier pragmatismo. ¿Qué es entonces lo que unifica al PAN y al PRD? Su antipriismo. Su identificación es pragmática en sentido peyorativo; es un pragmatismo sin principios, sin códigos, sin normas y sin reglas. Ello lo muestra la euforia de lo que parece ser un triunfo frente al dinosaurio. Triunfo, reitero, que los deja muy mal parados como proyectos en sí y para sí mismos.
Sin embargo se vale festejar. Mi crítica a las alianzas no va hacia allá: que saquen al PRI siempre será motivo de alegría. No, mi crítica va al nulo cálculo: ¿y ahora qué? ¿Qué agenda se asume? ¿Qué negocias y qué cedes en función de "hacer gobierno" en una coalición tan bizarra? ¿Cedes en lo económico, en lo social, en lo jurídico, en lo ético o en lo cultural? ¿O bien sacrificas un poco de todo de todo? ¿Te doy matrimonio entre homosexuales y me das el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo? ¿Te doy no cambiar la legislación laboral para bien si tú me das no cambiarla para mal? ¿A quién va a sacrificar esta izquierda? ¿Tiene ese derecho? ¿Y después de la euforia qué?
p.d. La transición democrática no se establece por una vía solamente electoral. Ni siquiera hay garantías de que la alternancia implique una transición democrática. Frente al reduccionismo democratista de la izquierda mexicana digo: no hay transición democrática si no se mejora la vida de la gente. ¿Cómo hacerlo cuando el PAN, con quien pactas, va en sentido contrario de dicha mejora? Peor todavía: ¿es posible emprender un proceso de verdadera transición candidateando a priistas renegados que traen el gen autoritario y corrupto? El dinosaurio no muere; sólo cambia de partido. Las alianzas, a pesar de la euforia, posiblemente están incubando su huevo (del dinosaurio). Ojalá me equivoque, pero más vale ir poniendo el problema sobre la mesa. No vaya a ser que el festejo termine en llanto.

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