“Somos
movidos por las nuevas tecnologías del poder que toman la vida como objeto
suyo. ¿Podemos actuar políticamente derribando tiranías, haciendo revoluciones,
o creando instituciones pata establecer y proteger los derechos humanos? Todo
eso son meras regresiones jurídicas porque las constituciones y los derechos
son solamente las formas que hacen a un poder normalizador esencialmente
aceptable. ¿Podemos utilizar nuestra inteligencia para desenmascarar la
opresión? Inútil, porque todas las formas de interrogación sobre la condición
humana no hacen más que remitir a los individuos de una autoridad disciplinaria
a otra, y sólo añaden otro discurso al poder. Cualquier crítica llama al vacío
porque el propio crítico está en la máquina panóptica investido por los efectos
del poder que todos llevamos con nosotros mismos, puesto que somos parte de su
mecanismo.”
Sin embargo, ya adentrándose,
el planteamiento va precisándose y ampliando márgenes, sobre todo cuando uno
comienza a reflexionar sobre aquellas cosas que no son claras de forma
inmediata. Por ejemplo: ¿cuáles son esas “tecnologías del poder” de las que nos
habla? ¿Qué significa eso de “meras regresiones jurídicas” y de qué habla
cuando menciona el paso de “una autoridad disciplinaria a otra” que “sólo añade
otro discurso al poder”? Desde mi perspectiva la palabra clave para comprender
lo que se dice en su totalidad es la de “sujeto”, particularmente la “sujeto
moral”, que es una idea que cruza e hila todo el pensamiento de Michel
Foucault.
Pero bien. Antes de continuar
vale aclarar que lo que sigue es solamente un procedimiento, aquel que usé para
explicarme el fragmento anterior, y para ello tengo (porque tuve) que hacer un
poco de historia. Pero además tiene otra intención: darme pautas para colocarme
reflexivamente en la problemática actual de mi país (México) a partir de los
entrecruces y el lugar en que se dan estos entre práctica política, discurso
político y saber de lo político. Pero el camino es largo, comenzaré preguntando
qué es el sujeto y cómo se constituye éste como moral.
I
¿Qué es el sujeto? Para
decirlo de una forma sencilla lo resumo de la siguiente manera: el sujeto
representa la salida que encontró la cultura moderna a los diseños clásicos que
habían amarrado al hombre al papel de mero espectador; la forma como ésta se
adaptó y dio legitimidad a una serie de transformaciones
sociales/políticas/económicas que se venían sucediendo y que hicieron que las
tecnologías clásicas y cristianas-medievales se convirtieran en formas de
explicación y organización inoperantes para el horizonte de modernización
capitalista. ¿Por qué? Porque tanto en el diseño clásico como en el
cristiano-medieval hay un cierto desprecio por la “cosa”. En ambos casos, el
orden de la realidad, si bien no pasaba inadvertido, las preocupaciones
fundamentales eran la verdad y el sentido (o bien la verdad como totalidad de
sentido) como trascedentes a la cosa (en la modernidad se presenta también esa
trascendencia, pero ésta no se da como externa al sujeto). Así, aunque mediado por
la aisthesis, los empeños desde el horizonte clásico (que se abre a partir de
Parménides y Sócrates/Platón y con el olvido de Heráclito), debían dirigirse a
aquel ámbito etéreo, considerando la realidad material sólo como una vía de
acceso. Hay una forma simple de decirlo: a las metafísicas clásicas la
materialidad les importaba un pepino; su existencia es un misterio (de allí la
continuidad del mito) y su conocimiento de su orden era algo secundario en
relación con lo que les era significativo: la verdad: (nota: la cosa no se
detiene ahí. El conocimiento de la verdad tenía derivaciones prácticas, sobre
todo en el plano ético-político, pero no quiero clavarme en eso en estos
momentos).
Ahora. Estos ímpetus de las
metafísicas clásicas van encontrar espacio en el horizonte cristiano-medieval.
Esa verdad fundamental, originaria, va a tener un nombre preciso: Dios; con la
diferencia de que en este horizonte la razón encuentra su límite: la fe
(secularización del mito). Para el hombre cristiano-medieval la fe se encuentra
al principio y al final y como tal se sirve de la razón como una mediación en
la aproximación al misterio. La fe como principio y final fundado en la
imposibilidad de revelación epistémica, funda lo epistémico como mera
aproximación a través de la obra. El porqué de la existencia es algo que queda
vedado y ahí sólo queda la fe, como una especie de círculo hermenéutico en el
que para comprender hay que creer y para creer hay que comprender (tomo
prestado el “círculo hermenéutico de Ricoeur).
Pero una serie de sucesos,
fundamentalmente de tipo económico (el impacto de la neotécnica en la
producción), comenzaron a modificar los diseños clásicos y cristianos del
mundo. En ese ámbito, que podríamos identificar como moderno-capitalista, tiene
su origen eso que podríamos identificar como la experiencia atea del mundo. La
muerte de Dios, planteada por Nietzsche, no es otra cosa que la narrativa de un
proceso que inaugura la modernidad donde el Sujeto hace su aparición como sede
y origen del sentido; momento en el que la pregunta por la verdad es abandonada
y en el que se define una nueva forma de sentido, una donde el hombre se pone
en el centro y a través de su praxis conoce, domina y transforma la naturaleza
en función de la producción capitalista. Es en este ámbito donde el sujeto se
constituye, pero lo hace a partir de la necesidad de instituir la naturaleza
como objeto con la finalidad de colonizarla, dominarla y explotarla, para lo
cual requiere efectividad, es decir: campos epistemológicos y organización
epistémica que hicieran posible administrar y reproducir la producción y su
fuente.
Es en este ambiente en el que
se localizan Descartes y posteriormente Kant (por hablar de los más conocidos y
dejando de lado caprichosamente a otros). ¿Cuál fue la función de la filosofía
a través de estos dos personajes? Ser el campo normativo que da a la ciencia
certeza; que revela el lenguaje que comunica al hombre y a la naturaleza: la
ciencia natural. Ese es, por ejemplo, el sentido de la duda hiperbólica en Descartes.
La duda tiene su razón de ser no sólo en que permite al hombre hacer ese viaje
hacia dentro para ver lo que lo constituye internamente como un “yo”, sino el
revelamiento de un lenguaje que permite al “yo” su regreso al mundo, uno que ya
no es vida, sino que ha sido colonizado/traducido por figuras geométricas y
números; uno donde ya no hay “cosas”, sino objetos/representaciones que pueden
ser a su vez representados en ese plano geométrico (cartesiano) y que nos
permite organizar, ordenar y administrar absolutamente todo. Al final (reitero)
el “yo” SÍ regresa al mundo, pero ya constituido como sujeto (en el caso
de Kant “sujeto trascendental”) que cuenta con una serie de elementos que
garantizan la disciplina científica como una práctica eficaz, como capaz de
conocer/dominar los fenómenos de la naturaleza.
II
Ahora, para ver la forma como
en la modernidad este sujeto se constituye como moral, habría que decir que sus
razones no sólo garantizan la eficacia de la práctica científica. El sujeto no
es sólo capaz de conocer/dominar la naturaleza, sino que también es capaz de
organizarla/administrarla (y hasta reproducirla). Todavía más: es capaz de
organizar/administrar nuestra relación con ésta. El hombre, así, en esta
mística, se convierte en objeto de sí, lo que no es nada sencillo y por el
contrario requirió de un largo y tortuoso proceso que de hecho todavía no
termina, proceso al que podríamos llamar de “subjetivación”.
Y es que el proceso de
racionalización/colonización/administración no detiene su marcha en la relación
con la naturaleza. Decía que en el caso de Descartes se hacía un viaje de
afuera hacia dentro para regresar a la realidad, pero una poblada por objetos.
Pero a este proceso lo acompaña otro, que es lo que permite al hombre
constituirse, en términos modernos, como sujeto moral. Kant, por ejemplo,
plantea claramente este doble viaje hacia dentro cuando decía que eran
dos las cosas que llamaban su atención: “el cielo estrellado sobre mí y la ley
moral dentro de mí”. El viaje interno tiene un doble propósito: revelar las
condiciones de posibilidad que hacen efectiva la práctica científica y revelar
las condiciones que hacen la práctica moral. Para el segundo caso una ley que
por su naturaleza es, al mismo tiempo, universal y particular porque no depende
del contexto social e histórico y porque requiere ser aplicada de forma
voluntaria y consciente por parte de cada uno de los sujetos.
Y aquí está el punto clave.
El viaje hacia dentro es un proceso de descubrimiento del principio racional
que da forma a la ley moral y que empatado con la naturaleza racional del
hombre exige obediencia siempre de manera autónoma. De esta manera, el sujeto
no sólo es ese lugar privilegiado que garantiza el conocimiento y dominio de la
naturaleza, sino el lugar desde el que se sancionan las acciones sin apelar a
la ley positiva en tanto que el principio racional que da sustento a la ley
moral no está localizado en un ámbito de exterioridad, sino de interioridad.
Así, la moral es uno de los mecanismos por medio de los cuales los individuos
(sujetados/subjetivados) son conducidos a observarse a sí mismos. Los
individuos son obligados a entrar en relación con su interioridad, pero de una
forma extraña, pues esta relación se da como un disciplinamiento de sus
prácticas que está mediado por el disciplinamiento de su intimidad.
Pero bien. Es claro,
atendiendo a Nietzsche, que este fenómeno no es exclusivo de la modernidad.
Toda moral es una filtración de la violencia, lo que requiere un proceso de
refinamiento de ésta para poder convencernos de que somos libres. Lo que sí
cambia es el lugar de la verdad moral. Ésta ya no se localiza en un ámbito
etéreo y hasta inaccesible, sino en cada uno de nosotros. La subjetividad moral
moderna se constituye así, a través de la proclama de la autonomía del sujeto,
en un mecanismo de autovigililancia y autosanción, con la diferencia de que
cuenta con que es una forma “libremente elegida”.
Sin embargo aquí me gustaría
detallar en algo relacionado con la distinción entre moral y ética (en la modernidad)
y con la cadena de tecnologías (del yo) que hacen posible que el hombre pueda
entrar en una relación diferente con sus prácticas y pensamientos. Comenzando
por la distinción entre moral y ética tendríamos que aclarar que aunque la
naturaleza de ambas es normativa, norman lugares diferentes. La moral, por
ejemplo, es un código que se establece socialmente y que cada uno de nosotros
debe acatar. La ética, en cambio, hace referencia 1) al campo disciplinario que
estudia la moral y el comportamiento; es decir: que hace del fenómeno moral su
objeto; y por otro lado 2) refiera a una práctica (tecnología, diría yo)
que hace posible constituirnos, con respaldo científico, como sujetos morales
que deben obediencia a la ley. ¿Para qué? Para organizar y adaptar nuestros
cuerpos y nuestros pensamientos a una forma de praxis que permita la
reproducción de una forma capitalista de organización social.
Sin embargo la ética como
ciencia y como práctica (tecnología, insistiría yo) por sí misma resultaría
insuficiente. Para ello cuenta con una serie de saberes aledaños que nos
permiten conocer y definir a cabalidad la verdadera naturaleza del hombre. Es a
estas prácticas, técnicas, instrumentos y discursos a las que Michel Foucault
dio, justamente, el nombre de “tecnologías del yo”; prácticas, técnicas,
instrumentos y discursos creados (de allí lo de tecnologías) para entrar en una
relación diferente con nosotros mismos en función del perfeccionamiento de
nuestros cuerpos y pensamientos. ¿Cuáles serían, en el ámbito de la modernidad,
estas tecnologías? Pues no serían otras que las ciencias sociales y humanas,
ciencias que tienen como horizonte explicar/justificar las diferentes formas de
gobierno y autogobierno y que debido a su estatuto científico garantizan la reproducción
organizada social de la vida en proceso de perfeccionamiento.
Y aquí todo adquiere sentido
la frase de Foucault: apelar a esas tecnologías para dar fundamento a nuestro
actuar político; pretender que a partir de éstas es posible hacer revoluciones
y derribar tiranías, es un contrasentido. Foucault lo dice de otra forma: la
conclusión de eso no es sino una regresión jurídica/normativa en tanto no
atiende a las formas como un poder se reproduce instalándose en nuestros
lugares más íntimos. Apelar a estas tecnologías no es sino hacer de ese poder
algo “esencialmente” aceptable. Es a lo que se refiere cuando dice que la
crítica (elaborada desde estas de interrogación sobre la condición humana)
llama al vacío en cuanto que los críticos son mecanismos investidos por los
efectos de un poder que todos llevamos dentro.
III
Ahora. ¿A dónde voy? Hagamos
el siguiente planteamiento: en la sociedad del conocimiento la relación entre
práctica política, discurso político y saber de lo político es, a pesar de que
pareciera lo contrario, clara. Hay un punto de intersección en el que estos
elementos se encuentran y ese es, a mi juicio, el medio de comunicación. Es en
éste donde el saber de lo político sanciona y regula las prácticas y discursos
que pueden ser considerados democráticos. El medio aparece así como el nuevo
panóptico, pues es donde confluyen una serie de tecnologías agrupadas en un
mismo personaje: el especialista (politólogo, economista y hasta psiquiatra y/o
psicólogo) disfrazado de periodista; el científico de lo social y de lo humano
transmutado en una suerte de “milusos” que constituyendo un discurso
aparentemente crítico no hace sino sumar otros discursos al poder.
Quisiera detallar lo
anterior:
No cabe duda de que la
política, en México y en el mundo, ha alcanzado un alto grado de tecnificación
y tecnologización. Actualmente, lo política consiste (tiene consistencia) en
una serie de lenguajes codificados inaccesibles para la gran mayoría de las
personas que en todo caso se limitan a vivir su impacto. Lo política ya no
obedece a la satisfacción de las necesidades de las personas, sino a la
reproducción de una estructura de relaciones que dé continuidad al sistema. La
vida de las personas está atravesada por una serie de códigos elaborados desde
las alturas y dichos códigos sólo son accesibles a aquellos que son capaces de
revelar la lógica y el sentido profundo de la actividad política. Para decirlo
de una forma simple: la praxis política es un espacio privilegiado de los
intérpretes de la realidad socio-histórica que a su vez asumen al papel de los
nuevos sacerdotes que resguardan el templo. Lo que los autoriza a cumplir tal
desempeño es, justamente, el poder que tienen de interpretar y conocer los
lenguajes herméticos expresados en sus paredes.
Ahora. Éste no es un fenómeno
reciente. Al contrario, el letrado siempre ha cumplido esa función. Pero para
el caso que me interesa, este papel tiene que verse como un requerimiento del
mismo proceso de urbanización, entendida ésta como la actualización de la cultura
dentro del proceso de modernización de las relaciones con lo otro y con los
otros y que requiere de toda una organización/estructuración del espacio y del
tiempo en función de garantizar la reproducción de la vida social. El resultado
de este proceso es, sin embargo, paradójico: la fragmentación de lo social en
una serie de esferas.
Me explico: la fragmentación
de la realidad social es una estrategia epistemológica de la modernidad. Dicha
estrategia quiere, por un lado, explicar (voluntad de saber), pero no se
detiene ahí: dicha estrategia, también, efectividad (voluntad de dominio). La
fragmentación es un orden discursivo que quiere no sólo conocer, sino hacer más
efectiva una forma de organización social. Al final, sujetados al lenguaje, lo
que aparece en primera instancia como algo discursivo que desnaturaliza la
organización que le antecede, termina por materializarse naturalizando una
forma novedosa (respaldada científicamente) de organización social (moderna y
capitalista). Ese es el motivo por la que podemos definir la labor del
científico social como una actividad eminentemente política. El saber en
general y el de lo social en particular no son instancias neutrales, sino
formas críticas (en sentido moderno) de un modo de praxis.
Así, el especialista siempre
ha ocupado un lugar preponderante. La organización social es imposible sin
articulación adecuada de las esferas que la constituyen. ¿Cuáles serían estas
esferas? Lo político, lo social y lo económico, que en la modernidad aparecen
separadas, pero que tienen que ser articuladas para lograr efectivad. De esta
manera, las esferas han sido ordenadas y jerarquizadas científicamente y, según
el régimen científico, el orden y la jerarquía va de arriba hacia abajo:
comienza con lo económico, avanza hacia lo político y concluye en lo social. La
lógica sería la siguiente: la reproducción de la vida social sólo es posible a
partir de una organización científica de lo social, lo que requiere de un
régimen jurídico (modelo político) estable que reglamente la vida pública según
las necesidades del mercado (cuya voluntad exenta los pasiones humanas derivará
en un bienestar generalizado). El régimen político organiza, regula, vigila y
sanciona la vida social; reglamenta hasta la disonancia y la somete a un
régimen civilizado de deliberación.
IV
Ahora, si el especialista
siempre ha tenido un lugar preponderante, ahora su preponderancia es mayor. En
la actualidad el especialista ya no sólo ocupa una silla al lado de quien
ejerce el poder político, sino que ha puesto el lugar de la mediación
comunicativa. El especialista siempre ha ocupado el lugar de la mediación, por
ejemplo en el modelo pedagógico, pero ahora ha decidido salir de su práctica
tradicional y se ha instalado en un lugar desde el que puede enseñar el temario
político sin la restricción de la edad y del aula: los medios masivos, que son
ahora esos espacios de transmisión del saber científico de lo social.
De esta manera, el científico
ya no sólo cumple una función social, sino una agencia moral. Su labor es crear
ciudadanía; evidencia el significado de la palabra y normalizar su ejercicio,
pero siempre según el orden jurídico que es planteado como substancia a la que
se agregan cosas sin modificarla esencialmente. Su labor es el de la corrección
política por una vía moral a través del discurso y la práctica ciudadana. Lo
realmente aterrador (no puedo dejar de decirlo) es que el especialista se pone
como ejemplo a sí mismo. Es él la mejor expresión del significado del ejercicio
responsable de ciudadanía.
Así, lo que estamos viviendo
es una tecnologización de las tecnologías del poder. Tenemos, para decirlo de
otra forma, la interacción de dos tecnologías. Por un lado la tecnología del
medio y por otro las tecnologías como esa serie de prácticas, técnicas, instrumentos
y discursos creados para hacer de un poder algo esencialmente aceptable. Toda
nuestra vida está regulada por estas relaciones, una vida en la que hasta la
resistencia ha sido consumida; en la que hasta la rebeldía es parte de un
diseño del que ni siquiera las nuevas formas de comunicación y relación (redes
sociales) escapan. Aunque por fortuna han significado una alteración en las
formas de comunicación que retan al panóptico y sus sanciones, son finalmente
parte del diseño en tanto que por un lado permiten la expresión del
descontento, pero por otro lo regulan. #Plop.
Ante esto me gustaría
recuperar las palabras de Camus: “el hombre rebelde es el hombre que dice no”;
a las que por la circunstancia yo modificaría agregando: el hombre rebelde en
el mundo contemporáneo es el que siempre dice no… aunque quisiera decir sí.
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