jueves, 24 de mayo de 2012

La codificación de lo político


En “Tecnologías del yo” Michel Foucault escribió algunas palabras que por su contenido, fuerza y honestidad me dejaron, en principio, pasmado. Todas mis inquietudes tenían su origen en la esperanza, justamente, de poder hacer lo contrario, y al leerlas por primera vez me quedé sin aire:

Somos movidos por las nuevas tecnologías del poder que toman la vida como objeto suyo. ¿Podemos actuar políticamente derribando tiranías, haciendo revoluciones, o creando instituciones pata establecer y proteger los derechos humanos? Todo eso son meras regresiones jurídicas porque las constituciones y los derechos son solamente las formas que hacen a un poder normalizador esencialmente aceptable. ¿Podemos utilizar nuestra inteligencia para desenmascarar la opresión? Inútil, porque todas las formas de interrogación sobre la condición humana no hacen más que remitir a los individuos de una autoridad disciplinaria a otra, y sólo añaden otro discurso al poder. Cualquier crítica llama al vacío porque el propio crítico está en la máquina panóptica investido por los efectos del poder que todos llevamos con nosotros mismos, puesto que somos parte de su mecanismo.
Sin embargo, ya adentrándose, el planteamiento va precisándose y ampliando márgenes, sobre todo cuando uno comienza a reflexionar sobre aquellas cosas que no son claras de forma inmediata. Por ejemplo: ¿cuáles son esas “tecnologías del poder” de las que nos habla? ¿Qué significa eso de “meras regresiones jurídicas” y de qué habla cuando menciona el paso de “una autoridad disciplinaria a otra” que “sólo añade otro discurso al poder”? Desde mi perspectiva la palabra clave para comprender lo que se dice en su totalidad es la de “sujeto”, particularmente la “sujeto moral”, que es una idea que cruza e hila todo el pensamiento de Michel Foucault.
Pero bien. Antes de continuar vale aclarar que lo que sigue es solamente un procedimiento, aquel que usé para explicarme el fragmento anterior, y para ello tengo (porque tuve) que hacer un poco de historia. Pero además tiene otra intención: darme pautas para colocarme reflexivamente en la problemática actual de mi país (México) a partir de los entrecruces y el lugar en que se dan estos entre práctica política, discurso político y saber de lo político. Pero el camino es largo, comenzaré preguntando qué es el sujeto y cómo se constituye éste como moral.
I
¿Qué es el sujeto? Para decirlo de una forma sencilla lo resumo de la siguiente manera: el sujeto representa la salida que encontró la cultura moderna a los diseños clásicos que habían amarrado al hombre al papel de mero espectador; la forma como ésta se adaptó y dio legitimidad a una serie de transformaciones sociales/políticas/económicas que se venían sucediendo y que hicieron que las tecnologías clásicas y cristianas-medievales se convirtieran en formas de explicación y organización inoperantes para el horizonte de modernización capitalista. ¿Por qué? Porque tanto en el diseño clásico como en el cristiano-medieval hay un cierto desprecio por la “cosa”. En ambos casos, el orden de la realidad, si bien no  pasaba inadvertido, las preocupaciones fundamentales eran la verdad y el sentido (o bien la verdad como totalidad de sentido) como trascedentes a la cosa (en la modernidad se presenta también esa trascendencia, pero ésta no se da como externa al sujeto). Así, aunque mediado por la aisthesis, los empeños desde el horizonte clásico (que se abre a partir de Parménides y Sócrates/Platón y con el olvido de Heráclito), debían dirigirse a aquel ámbito etéreo, considerando la realidad material sólo como una vía de acceso. Hay una forma simple de decirlo: a las metafísicas clásicas la materialidad les importaba un pepino; su existencia es un misterio (de allí la continuidad del mito) y su conocimiento de su orden era algo secundario en relación con lo que les era significativo: la verdad: (nota: la cosa no se detiene ahí. El conocimiento de la verdad tenía derivaciones prácticas, sobre todo en el plano ético-político, pero no quiero clavarme en eso en estos momentos).
Ahora. Estos ímpetus de las metafísicas clásicas van encontrar espacio en el horizonte cristiano-medieval. Esa verdad fundamental, originaria, va a tener un nombre preciso: Dios; con la diferencia de que en este horizonte la razón encuentra su límite: la fe (secularización del mito). Para el hombre cristiano-medieval la fe se encuentra al principio y al final y como tal se sirve de la razón como una mediación en la aproximación al misterio. La fe como principio y final fundado en la imposibilidad de revelación epistémica, funda lo epistémico como mera aproximación a través de la obra. El porqué de la existencia es algo que queda vedado y ahí sólo queda la fe, como una especie de círculo hermenéutico en el que para comprender hay que creer y para creer hay que comprender (tomo prestado el “círculo hermenéutico de Ricoeur).
Pero una serie de sucesos, fundamentalmente de tipo económico (el impacto de la neotécnica en la producción), comenzaron a modificar los diseños clásicos y cristianos del mundo. En ese ámbito, que podríamos identificar como moderno-capitalista, tiene su origen eso que podríamos identificar como la experiencia atea del mundo. La muerte de Dios, planteada por Nietzsche, no es otra cosa que la narrativa de un proceso que inaugura la modernidad donde el Sujeto hace su aparición como sede y origen del sentido; momento en el que la pregunta por la verdad es abandonada y en el que se define una nueva forma de sentido, una donde el hombre se pone en el centro y a través de su praxis conoce, domina y transforma la naturaleza en función de la producción capitalista. Es en este ámbito donde el sujeto se constituye, pero lo hace a partir de la necesidad de instituir la naturaleza como objeto con la finalidad de colonizarla, dominarla y explotarla, para lo cual requiere efectividad, es decir: campos epistemológicos y organización epistémica que hicieran posible administrar y reproducir la producción y su fuente.
Es en este ambiente en el que se localizan Descartes y posteriormente Kant (por hablar de los más conocidos y dejando de lado caprichosamente a otros). ¿Cuál fue la función de la filosofía a través de estos dos personajes? Ser el campo normativo que da a la ciencia certeza; que revela el lenguaje que comunica al hombre y a la naturaleza: la ciencia natural. Ese es, por ejemplo, el sentido de la duda hiperbólica en Descartes. La duda tiene su razón de ser no sólo en que permite al hombre hacer ese viaje hacia dentro para ver lo que lo constituye internamente como un “yo”, sino el revelamiento de un lenguaje que permite al “yo” su regreso al mundo, uno que ya no es vida, sino que ha sido colonizado/traducido por figuras geométricas y números; uno donde ya no hay “cosas”, sino objetos/representaciones que pueden ser a su vez representados en ese plano geométrico (cartesiano) y que nos permite organizar, ordenar y administrar absolutamente todo. Al final (reitero) el “yo”  SÍ regresa al mundo, pero ya constituido como sujeto (en el caso de Kant “sujeto trascendental”) que cuenta con una serie de elementos que garantizan la disciplina científica como una práctica eficaz, como capaz de conocer/dominar los fenómenos de la naturaleza.
II
Ahora, para ver la forma como en la modernidad este sujeto se constituye como moral, habría que decir que sus razones no sólo garantizan la eficacia de la práctica científica. El sujeto no es sólo capaz de conocer/dominar la naturaleza, sino que también es capaz de organizarla/administrarla (y hasta reproducirla). Todavía más: es capaz de organizar/administrar nuestra relación con ésta. El hombre, así, en esta mística, se convierte en objeto de sí, lo que no es nada sencillo y por el contrario requirió de un largo y tortuoso proceso que de hecho todavía no termina, proceso al que podríamos llamar de “subjetivación”.
Y es que el proceso de racionalización/colonización/administración no detiene su marcha en la relación con la naturaleza. Decía que en el caso de Descartes se hacía un viaje de afuera hacia dentro para regresar a la realidad, pero una poblada por objetos. Pero a este proceso lo acompaña otro, que es lo que permite al hombre constituirse, en términos modernos, como sujeto moral. Kant, por ejemplo, plantea claramente este doble viaje hacia dentro cuando decía  que eran dos las cosas que llamaban su atención: “el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”. El viaje interno tiene un doble propósito: revelar las condiciones de posibilidad que hacen efectiva la práctica científica y revelar las condiciones que hacen la práctica moral. Para el segundo caso una ley que por su naturaleza es, al mismo tiempo, universal y particular porque no depende del contexto social e histórico y porque requiere ser aplicada de forma voluntaria y consciente por parte de cada uno de los sujetos.
Y aquí está el punto clave. El viaje hacia dentro es un proceso de descubrimiento del principio racional que da forma a la ley moral y que empatado con la naturaleza racional del hombre exige obediencia siempre de manera autónoma. De esta manera, el sujeto no sólo es ese lugar privilegiado que garantiza el conocimiento y dominio de la naturaleza, sino el lugar desde el que se sancionan las acciones sin apelar a la ley positiva en tanto que el principio racional que da sustento a la ley moral no está localizado en un ámbito de exterioridad, sino de interioridad. Así, la moral es uno de los mecanismos por medio de los cuales los individuos (sujetados/subjetivados) son conducidos a observarse a sí mismos. Los individuos son obligados a entrar en relación con su interioridad, pero de una forma extraña, pues esta relación se da como un disciplinamiento de sus prácticas que está mediado por el disciplinamiento de su intimidad.
Pero bien. Es claro, atendiendo a Nietzsche, que este fenómeno no es exclusivo de la modernidad. Toda moral es una filtración de la violencia, lo que requiere un proceso de refinamiento de ésta para poder convencernos de que somos libres. Lo que sí cambia es el lugar de la verdad moral. Ésta ya no se localiza en un ámbito etéreo y hasta inaccesible, sino en cada uno de nosotros. La subjetividad moral moderna se constituye así, a través de la proclama de la autonomía del sujeto, en un mecanismo de autovigililancia y autosanción, con la diferencia de que cuenta con que es una forma “libremente elegida”. 
Sin embargo aquí me gustaría detallar en algo relacionado con la distinción entre moral y ética (en la modernidad) y con la cadena de tecnologías (del yo) que hacen posible que el hombre pueda entrar en una relación diferente con sus prácticas y pensamientos. Comenzando por la distinción entre moral y ética tendríamos que aclarar que aunque la naturaleza de ambas es normativa, norman lugares diferentes. La moral, por ejemplo, es un código que se establece socialmente y que cada uno de nosotros debe acatar. La ética, en cambio, hace referencia 1) al campo disciplinario que estudia la moral y el comportamiento; es decir: que hace del fenómeno moral su objeto;  y por otro lado 2) refiera a una práctica (tecnología, diría yo) que hace posible constituirnos, con respaldo científico, como sujetos morales que deben obediencia a la ley. ¿Para qué? Para organizar y adaptar nuestros cuerpos y nuestros pensamientos a una forma de praxis que permita la reproducción de una forma capitalista de organización social.
Sin embargo la ética como ciencia y como práctica (tecnología, insistiría yo) por sí misma resultaría insuficiente. Para ello cuenta con una serie de saberes aledaños que nos permiten conocer y definir a cabalidad la verdadera naturaleza del hombre. Es a estas prácticas, técnicas, instrumentos y discursos a las que Michel Foucault dio, justamente, el nombre de “tecnologías del yo”; prácticas, técnicas, instrumentos y discursos creados (de allí lo de tecnologías) para entrar en una relación diferente con nosotros mismos en función del perfeccionamiento de nuestros cuerpos y pensamientos. ¿Cuáles serían, en el ámbito de la modernidad, estas tecnologías? Pues no serían otras que las ciencias sociales y humanas, ciencias que tienen como horizonte explicar/justificar las diferentes formas de gobierno y autogobierno y que debido a su estatuto científico garantizan la reproducción organizada social de la vida en proceso de perfeccionamiento.
Y aquí todo adquiere sentido la frase de Foucault: apelar a esas tecnologías para dar fundamento a nuestro actuar político; pretender que a partir de éstas es posible hacer revoluciones y derribar tiranías, es un contrasentido. Foucault lo dice de otra forma: la conclusión de eso no es sino una regresión jurídica/normativa en tanto no atiende a las formas como un poder se reproduce instalándose en nuestros lugares más íntimos. Apelar a estas tecnologías no es sino hacer de ese poder algo “esencialmente” aceptable. Es a lo que se refiere cuando dice que la crítica (elaborada desde estas de interrogación sobre la condición humana) llama al vacío en cuanto que los críticos son mecanismos investidos por los efectos de un poder que todos llevamos dentro.
III
Ahora. ¿A dónde voy? Hagamos el siguiente planteamiento: en la sociedad del conocimiento la relación entre práctica política, discurso político y saber de lo político es, a pesar de que pareciera lo contrario, clara. Hay un punto de intersección en el que estos elementos se encuentran y ese es, a mi juicio, el medio de comunicación. Es en éste donde el saber de lo político sanciona y regula las prácticas y discursos que pueden ser considerados democráticos. El medio aparece así como el nuevo panóptico, pues es donde confluyen una serie de tecnologías agrupadas en un mismo personaje: el especialista (politólogo, economista y hasta psiquiatra y/o psicólogo) disfrazado de periodista; el científico de lo social y de lo humano transmutado en una suerte de “milusos” que constituyendo un discurso aparentemente crítico no hace sino sumar otros discursos al poder.
Quisiera detallar lo anterior:
No cabe duda de que la política, en México y en el mundo, ha alcanzado un alto grado de tecnificación y tecnologización. Actualmente, lo política consiste (tiene consistencia) en una serie de lenguajes codificados inaccesibles para la gran mayoría de las personas que en todo caso se limitan a vivir su impacto. Lo política ya no obedece a la satisfacción de las necesidades de las personas, sino a la reproducción de una estructura de relaciones que dé continuidad al sistema. La vida de las personas está atravesada por una serie de códigos elaborados desde las alturas y dichos códigos sólo son accesibles a aquellos que son capaces de revelar la lógica y el sentido profundo de la actividad política. Para decirlo de una forma simple: la praxis política es un espacio privilegiado de los intérpretes de la realidad socio-histórica que a su vez asumen al papel de los nuevos sacerdotes que resguardan el templo. Lo que los autoriza a cumplir tal desempeño es, justamente, el poder que tienen de interpretar y conocer los lenguajes herméticos expresados en sus paredes.
Ahora. Éste no es un fenómeno reciente. Al contrario, el letrado siempre ha cumplido esa función. Pero para el caso que me interesa, este papel tiene que verse como un requerimiento del mismo proceso de urbanización, entendida ésta como la actualización de la cultura dentro del proceso de modernización de las relaciones con lo otro y con los otros y que requiere de toda una organización/estructuración del espacio y del tiempo en función de garantizar la reproducción de la vida social. El resultado de este proceso es, sin embargo, paradójico: la fragmentación de lo social en una serie de esferas.
Me explico: la fragmentación de la realidad social es una estrategia epistemológica de la modernidad. Dicha estrategia quiere, por un lado, explicar (voluntad de saber), pero no se detiene ahí: dicha estrategia, también, efectividad (voluntad de dominio). La fragmentación es un orden discursivo que quiere no sólo conocer, sino hacer más efectiva una forma de organización social. Al final, sujetados al lenguaje, lo que aparece en primera instancia como algo discursivo que desnaturaliza la organización que le antecede, termina por materializarse naturalizando una forma novedosa (respaldada científicamente) de organización social (moderna y capitalista). Ese es el motivo por la que podemos definir la labor del científico social como una actividad eminentemente política. El saber en general y el de lo social en particular no son instancias neutrales, sino formas críticas (en sentido moderno) de un modo de praxis.
Así, el especialista siempre ha ocupado un lugar preponderante. La organización social es imposible sin articulación adecuada de las esferas que la constituyen. ¿Cuáles serían estas esferas? Lo político, lo social y lo económico, que en la modernidad aparecen separadas, pero que tienen que ser articuladas para lograr efectivad. De esta manera, las esferas han sido ordenadas y jerarquizadas científicamente y, según el régimen científico, el orden y la jerarquía va de arriba hacia abajo: comienza con lo económico, avanza hacia lo político y concluye en lo social. La lógica sería la siguiente: la reproducción de la vida social sólo es posible a partir de una organización científica de lo social, lo que requiere de un régimen jurídico (modelo político) estable que reglamente la vida pública según las necesidades del mercado (cuya voluntad exenta los pasiones humanas derivará en un bienestar generalizado). El régimen político organiza, regula, vigila y sanciona la vida social; reglamenta hasta la disonancia y la somete a un régimen civilizado de deliberación.
IV
Ahora, si el especialista siempre ha tenido un lugar preponderante, ahora su preponderancia es mayor. En la actualidad el especialista ya no sólo ocupa una silla al lado de quien ejerce el poder político, sino que ha puesto el lugar de la mediación comunicativa. El especialista siempre ha ocupado el lugar de la mediación, por ejemplo en el modelo pedagógico, pero ahora ha decidido salir de su práctica tradicional y se ha instalado en un lugar desde el que puede enseñar el temario político sin la restricción de la edad y del aula: los medios masivos, que son ahora esos espacios de transmisión del saber científico de lo social.
De esta manera, el científico ya no sólo cumple una función social, sino una agencia moral. Su labor es crear ciudadanía; evidencia el significado de la palabra y normalizar su ejercicio, pero siempre según el orden jurídico que es planteado como substancia a la que se agregan cosas sin modificarla esencialmente. Su labor es el de la corrección política por una vía moral a través del discurso y la práctica ciudadana. Lo realmente aterrador (no puedo dejar de decirlo) es que el especialista se pone como ejemplo a sí mismo. Es él la mejor expresión del significado del ejercicio responsable de ciudadanía.
Así, lo que estamos viviendo es una tecnologización de las tecnologías del poder. Tenemos, para decirlo de otra forma, la interacción de dos tecnologías. Por un lado la tecnología del medio y por otro las tecnologías como esa serie de prácticas, técnicas, instrumentos y discursos creados para hacer de un poder algo esencialmente aceptable. Toda nuestra vida está regulada por estas relaciones, una vida en la que hasta la resistencia ha sido consumida; en la que hasta la rebeldía es parte de un diseño del que ni siquiera las nuevas formas de comunicación y relación (redes sociales) escapan. Aunque por fortuna han significado una alteración en las formas de comunicación que retan al panóptico y sus sanciones, son finalmente parte del diseño en tanto que por un lado permiten la expresión del descontento, pero por otro lo regulan. #Plop.
Ante esto me gustaría recuperar las palabras de Camus: “el hombre rebelde es el hombre que dice no”; a las que por la circunstancia yo modificaría agregando: el hombre rebelde en el mundo contemporáneo es el que siempre dice no… aunque quisiera decir sí.

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