Platicando con un amigo (en tuiter; para que se den
un quemón y comiencen a valorar las redes sociales como un lugar donde también
se produce conocimiento) a propósito de un texto que escribí pretextando una
frase de Michel Foucault, éste me preguntaba si la ética como práctica que
organiza nuestra forma de relación con nuestra interioridad era un fenómeno
exclusivo del capitalismo. Para no hacer esto largo me limito a decir que le
respondí que no, que en todo caso lo que es un fenómeno exclusivo de la
modernidad capitalista es la solicitación de un ethos, de un modo
de ser que, respaldado científicamente, hace posible una cierta forma de organización social que tiene fundamento una tecnologización del cuerpo. Toda ética es, de algún modo una tecnología, pero la diferencia con
la ética en la modernidad es el respaldo científico, que es al final lo que la
convierte en una práctica efectiva.
Ahora. Lo interesante de la conversación es a dónde
nos llevó. Su segundo cuestionamiento se dirigía a explorar la posibilidad de
salir del ethos capitalista; de la forma como éste nos obliga
a entrar en relación con nuestra interioridad en función de la reproducción de
una forma de organización social. Mi respuesta fue que sí, que era posible, pero para eso habría
que salir de ese horizonte desde el que la vida adquiere sentido.
Inmediatamente pensamos en la anarquía: 1) como forma de organización social,
lo que a todas luces resulta insuficiente, y 2) como forma de vida individual
posible aún en el ámbito del capitalismo, para lo que se requiere una suerte de conversión a-moral que nos permita entrar en una forma
distinta de relación con nuestra intimidad y por lo tanto con la forma de vivir
y experimentar nuestros cuerpos.
Y esto es justamente lo que quiero explicar. Desde
mi perspectiva el comienzo de una vida anárquica que no espere a la culminación
de los tiempos pasa por la indisciplina del individuo; por su negación a seguir
siendo parte del diseño corporal del capitalismo. Una vida
anárquica tendría su comienzo, así, en una praxis donde el aspecto formal iría
por el lado de un cambio en la idea, y el aspecto material, práctico, por el
lado de la reapropiación del propio cuerpo. Pero para llegar a esto lo primero que tenemos que
hacer es desnaturalizar la renaturalización del diseño corporal que en la
modernidad capitalista ha sido reducido al cuerpo en objeto; en mera materia cuya finalidad es producir a partir del intercambio con la naturaleza. Si todo el
capitalismo se organiza en función del trabajo, del plusvalor producido debido
a su explotación, requiere una modificación de la relación con el cuerpo
naturalizándolo, precisamente, como mera fuerza de trabajo.
Sin embargo, la modificación de esta relación,
requiere a su vez de otra: la de nuestros pensamientos; y ahí es donde hacen su
aparición la cadena de prácticas, discursos, técnicas y saberes que, a través
de explicaciones respaldadas científicamente, filtran la violencia. Esta cadena que Foucault denomina “tecnologías
del poder”, tiene una agencia pedagógica y moral; son mecanismos que modelan
nuestra interioridad para convencernos de la naturalidad del diseño, aunque dicho convencimiento pasa por algunas concesiones. En primer lugar se
encuentra la promesa de vida plena en un futuro no muy lejano; por otro nos da
la oportunidad, según tiempos y lugares establecidos, del goce y el disfrute de
nuestra corporalidad.
Ahora. Aquí me gustaría regresar a lo dicho en el
segundo párrafo, al tema de la anarquía en su segunda consideración, “como
forma de vida individual posible aún en el ámbito de la modernidad capitalista
que requiere una suerte de conversión a-moral”. Si queremos al menos hacer posible
la vida en un sentido no (completamente) capitalista, tenemos que trastocar el
régimen moral/político/jurídico y para ello debemos comenzar por entrar en una
relación diferente con nuestros cuerpos. Dicha
transformación no vendrá, sin embargo, de un cambio de actitud con respecto a
los otros y lo otro, sino que será resultado de la forma como el individuo
modifica su relación con su intimidad .
Mi planteamiento, en la charla con este amigo, era
que una forma de trastocar esas tecnologías es, por ejemplo, desterritorializar
y descolonizar práxicamente la experiencia del cuerpo, y que una forma de
hacerlo era rompiendo con la estructura heteronormativa del placer y el goce.
Esto es importante por lo que decía anteriormente: no es un cambio en la
relación con los otros y la permanencia en una misma idea, sino un cambio en la
relación consigo mismo, que es lo que evitaría, de forma parcial, que esta
práctica resistente sea diseñada o asimilada por el diseño.
Pero, ¿a qué me refiero evasión parcial? Me refiero
a lo siguiente: una estructura de poder es heterogénea. No es un ejercicio que
se da de arriba hacia abajo, sino también de abajo hacia arriba y de lado a
lado. Esta estructura no puede reproducirse si no asimila como parte de su
diseño una serie de exigencias relacionadas con la heterogeneidad de la misma.
Si bien la estructura de poder permanece, algo cambia cuando admite dentro de
su diseño una serie de prácticas que, de no hacerlo, podrían trastocar en serio
a la misma. Es a esto es a lo que me refiero cuando hablo de la anarquía como
modo de vida dentro de la estructura de poder que podríamos identificar como
moderno-capitalista. Vivir anárquicamente es la posibilidad de no
dejar que sea la estructura la que administre nuestro goce y disfrute aunque no podamos salir completamente de ésta.
Sin embargo este es un tema que tocaré en otro
momento. En este caso me gustaría proseguir por el lado del diseño a partir de
lo que decía anteriormente sobre la ruptura con la estructura patriarcal y
heteronormativa que organiza no sólo nuestras prácticas sexuales en función de
la reproducción del capital, sino nuestras prácticas sociales. Y quiero hacerlo
porque me parece, en verdad, muy importante. Vamos: muchos teóricos, aún los
críticos, no han querido tomarse en serio la relevancia el fenómeno del patriarcado
y la heteronormatividad del capitalismo. De hecho tal vez a algunos les llame
la atención que diga que esta estructura heteronormativa no sólo regula la
práctica de nuestra sexualidad, sino nuestras prácticas sociales.
Para hablar de esto me gustaría plantear una tesis:
el capitalismo no es esa forma de relación restringida al trabajo y al consumo,
sino que va a todos lados con nosotros. Lo traemos en nuestra intimidad, pues
sólo así es posible que se reproduzca. Cuenta con nuestra participación activa,
con nuestra capacidad de decidir la forma como organizamos nuestras prácticas y
actividades.
Esto es mucho más claro cuando hacemos referencia
al ejercicio de nuestra sexualidad. Hay muchas cosas que no nos cuestionamos en
esos momentos, obviamente porque estamos concentrados en otras cosas. Pero yo
me pregunto, ¿por qué hemos establecido y aceptado que nuestras prácticas
sexuales se den, regularmente, en tiempos específicos y lugares concretos? Mi
idea es que eso no tiene nada que ver con la naturaleza. Lo natural es el acto
social, pero no la organización de nuestra sexualidad (cuándo, dónde y con
quién). Ésta depende, en primera instancia, del entorno en el que nos
encontremos (una sociedad, por ejemplo, que requiere menor esfuerzo para
satisfacer su necesidad, tendrá más tiempo para el goce y el disfrute de su
corporalidad. Por el contrario, una sociedad que requiere mayor esfuerzo,
tendrá menos tiempo), pero en segunda instancia de nuestra decisión. La
sexualidad es, así, una práctica transnatural determinada por nuestra
naturaleza sexual. Cada sociedad, dependiendo de su circunstancia, diseña su
corporalidad y organiza su espacio-temporalidad, pero una vez alcanzado un
nivel de producción en el que bien repartida alcanzaría para todos, debería ser
una decisión (voy a ese punto).
Pero, ¿qué pasa con el capitalismo? Aquí hay una
contradicción que es notable. El capitalismo, como la superación de las formas
naturales y de los tiempos de escasez absoluta, debería permitirnos vivir una
vida diferente, una en la que el goce y el disfrute, sobre todo el sexual, nos
fueran, al menos, más accesibles. ¿Por qué no sucede esto? Porque el
capitalismo reproduce artificialmente la escasez absoluta. ¿Por qué? Porque
justamente ahí se encuentra la contradicción entre valor de uso y valor de
cambio. El capitalismo no tiene como centro la valoración de la vida; no busca reproducir la vida, sino el el valor valorizado, aunque
para reproducirse requiere reproducir la vida, pero desde una organización que
le resulte favorable.
Y aquí viene lo importante: la ruptura anárquica
con la estructura heteronormativa evidencia justamente esa contradicción. Pero
no sólo eso: evidencia la contradicción de toda la organización de nuestras
prácticas y nuestra actividad. Yo ponía un ejemplo: ¿por qué limitamos, en lo
general, el acto sexual a la intimidad de la noche y de la casa? ¿No tendrá
esto que ver con el principio de rendimiento propuesto por Marcuse? Es decir:
si yo tengo relaciones cuando se me pegue la gana lo más seguro es que pierda
el trabajo. Pero eso es irrelevante. El problema es que no produzco.
Aquí hay un elemento que todavía tengo que afinar,
relacionado con la masa de desempleados que podrían sustituirme para no afectar
la producción; ahí la única posibilidad de interpretación que se me abre por el
momento es la imposibilidad del sistema de aceptar una disidencia de tal
calibre en el diseño; un sistema no acepta anomalías, las crea. (¿Recuerdan
Matrix?). Una auténtica anomalía tiene que ser controlada y purgada. Ahí hasta
podríamos hacer del cuerpo una metáfora, por ejemplo: la anomalía pensada como
un virus o una bacteria que puede contagiar el cuerpo social (vaya con las
metáforas).
Esto último me parece relevante. Una anomalía que
no es parte del diseño significa que algo no está sucediendo (vayamos a Matrix:
alguien de “despierta”). Y esto es importante porque el régimen cuenta con
nuestro convencimiento y nuestra participación activa (de allí la censura y la
sanción social del cuerpo social hacia la anomalía). Para ello nos bombardea
con una serie de imágenes que hace apetecible esa forma de vida y nosotros lo
aceptamos. El ejemplo claro es el ideal del “sueño americano”.
Pregunto. ¿Cuáles son las imágenes que nos llegan
cuando pensamos en éste? No voy a hablar por los demás, pero yo imagino una
serie de casas idénticas, de dos pisos, con una sala, un comedor, un patio y
tres cuartos. Uno de los cuartos se encuentra lejano a los otros y cuenta con
un baño privado. Todas las casas cubren las necesidades básicas: refrigerador,
horno, estufa, aire condicionado y, por supuesto, una televisión en cada cuarto
(el socialismo pleno). El lugar está diseñado para que lo habiten el padre, la
madre, un hijo y la hija y en ese diseño no hay espacio para nada más (tal vez
para un perro). Los hijos estudian y se preparan para dar continuidad a dicha
estructura familiar y social; el padre trabaja todo el día mientras la madre
conserva el hogar impecable. Por las mañanas la madre se levanta primero para
preparar el desayuno. El padre se levanta un poco después y apura a los hijos
para llevarlos a la escuela (si es que no ha bus escolar). Toma el café aprisa
y salen todos apurados colgándose cosas mientras la madre se queda en bata
despidiéndolos a todos. ¿Podríamos hablar de lo anterior como un diseño
capitalista, patriarcal y heterosexual (podríamos agregar blanco, anglosajón y
protestante)? Pero vamos, no quiero hacer un juicio moral. Lo que describo aquí
es el diseño de una máquina muy bien aceitada, de una estructura que se
reproduce armónicamente, lo que sólo es posible gracias a una serie de
tecnologías que sujetan/subjetivan nuestra conciencia a un programa utópico.
Y es esto lo que quería decirle al amigo con el
platicaba. La ética como la interiorización de normas y comportamientos que me
permiten vivir en sociedad y que le permiten a esta reproducirse a partir de la
territorialización y colonización del cuerpo. Y eso es justamente lo
que me parece que hay que revisar: la forma como el capitalismo diseña una forma
de corporalidad; la forma como organiza el tiempo y el espacio individual, el
interno. Pero hay que hacerlo por una vocación científica, sino para desplazar
esas naturalizaciones que no son sino solicitaciones éticas que obedecen a una
lógica. En nuestro caso: la reproducción del capitalismo. ¿La ética como tecnología sirve para
emanciparnos? Sí, siempre y cuando, y sin necesidad de sacrificar el respaldo
científico, genere prácticas diferentes, lo que tendrá que ocurrir desde el
ejercicio autorreflexivo en el ámbito individual.
Pero no es suficiente. En estos momentos recuerdo una frase leída en el
blog de una amiga que me queda a modo y con la que quiero finalizar: “Observar
el cambio social como un naturalista, y respondiendo como lo haría un jardinero.
Significa aprender y enseñar un temario del poder — en todas las escuelas y en
entornos para todas las edades — para poder practicar nuestro poder, incluso
como amateurs” (http://bit.ly/LGOSDG). No hay retorno. Cualquier salida tendrá
que buscarse, necesariamente, contando con la cadena de tecnologías creadas
para evitar que esto suceda. Hay que llevar el temario a todo lugar.