Hace pocos días escribí un artículo (http://reflexionessobrefilosofaypoltica.blogspot.com/) intentando reflexionar sobre el tratamiento que se la ha dado en los medios y en general en la opinión pública a la huelga de hambre de Cayetano Cabrera. En dicho artículo sostenía que había una contradicción y una paradoja en el pedido de medios y opinión pública (expresada por cierto en los medios) a Cayetano Cabrera de seguir los causes institucionales/legales, cuando estos mismos fueron el soporte que llevo a Cabrera a tal situación. Mi idea en el artículo era que en el ámbito del capitalismo y la democracia liberal, el marco institucional jugaba en realidad como camisa de fuerza para sectores sociales a los que desde el mismo marco se les despojaba de un derecho humano fundamental, en este caso el derecho a trabajo. Mi juicio era que en el ámbito del capitalismo y la democracia liberal opera una racionalidad economicista y legalista (en contraposición a una racionalidad ética) que al desnaturalizar el trabajo, al verlo como algo externo y accidental al trabajador, no objetiva sólo al trabajo sino al mismo trabajador, lo que lo hace prescindible. Para decirlo de modo simple: según una racionalidad economicista y legalista, que da forma a nuestro sistema de relaciones y a nuestro mundo jurídico, el derecho al trabajo no es fundamental. Siendo así, la única forma de reivindicar tal derecho es salirse de esa lógica y de esa institucional (para más detalles ver mi artículo).
En el mismo tema quisiera ahora escribir algo distinto: el pedido desde una izquierda institucional (II) que, cediendo en lo fundamental a un pragmatismo político sin contenidos éticos y sociales, reduce una acción de resistencia social y de interpelación ética a un tema meramente político, es decir: a una cuestión de "efectividad". La idea es que esta II, pragmática, realista y positivista, alejándose del núcleo ético-crítica que da sentido y significado al "ser de izquierda", ha olvidado el carácter eminentemente utópico de su hacer político, es decir: lo político como actividad transformadora de "lo social". Mi tesis es que a partir de una lógica de tipo político, escindida paradójicamente de otra de tipo social (que desde una perspectiva tendría que ser una misma, por eso hablo de esto como una paradoja), hay una cierta valoración de la acción (huelga de hambre) como algo políticamente incorrecto.
Lo anterior tiene que ver con un hecho fundamental: la dificultad de reconocer que en un medio democrático liberal, una cosa es vivir dentro de sus marcos al mismo tiempo transgrediendo los obstáculos que en éste se presentan, y otra es aceptar las contradicciones del sistema como hecho insuperables. Mi idea es que la II vive en una suerte de conversión fundamental a partir del desplazamiento histórico de los proyectos históricos de izquierda, hecho que ha obligado a aceptar la desmesurada fe en el horizonte democrático-liberal y en lo político como forma profesionalizada y deslindada de lo social, lo que ha implicado que la II asuma una posición más bien contemplativa del "hecho social" sin intentar acercarse y mucho menos respaldar al movimiento social que, en este caso, ha mostrado tener la razón. A pesar de ello la II se ha hecho omisa. Y la omisión es una forma de acción que, en este caso, podría tener consecuencias trágicas.
Comienzo: una de las cosas que más me preocupa de la II es su caída en lo que yo llamo "reduccionismo democratista". Hay muchos elementos que uso para definir dicho reduccionismo, pero en este caso quiero referirme a uno en concreto que no he podido desarrollar en otros textos y que me atrevería a definir como "reduccionismo político". ¿En qué consiste éste? Para decirlo simple y breve: en la politización de lo social, es decir: en la pretensión (sana, por lo demás) de dirimir el conflicto social dentro de la esfera político-ideológica y dentro del ámbito jurídico-institucional. La II, evitando caer en el síndrome del populismo, ha adoptado una posición voluntarista que se expresaría en el principio de que el conflicto social desaparece por medio de decretos de tipo político. Lo que hemos presenciado entonces es el desplazamiento de "lo social" y su reducción a lo "lo político". La II, pragmática y pragmatista, ha sufrido de una caída en lo que definiría como una fe exacerbada en la negociación política. ¿En qué sentido? Aquí es donde quisiera profundizar y ponerme un poco más teórico:
Pienso que lo que ha perdido la izquierda institucional mexicana es el propio fundamento del por qué hacer política. Diferenciando entre fundamento y fundamentalismo, lo que ha perdido es el núcleo ético-crítico (fundamento) que significa al hecho de "ser de izquierda": el reconocimiento de que en un ámbito de competencia económica, que en realidad es una forma de competencia social, no puede lograrse un equilibrio que permita una vida armónica y pacífica. ¿Cómo puede lograrse una vida social armónica si lo que tenemos es un régimen de explotación social? Por ello, no importando a qué sector de izquierda se pertenezca, se reconoce que un mundo socialmente justo sólo es posible en la lógica social de transformación. Lo político, para el caso, no es sino lo social llevado a otro nivel. Sin lo social las políticas de la izquierda carecen de sentido, por lo que la II se encuentra en una terrible contradicción: pensar que desde "lo político" escindido de "lo social" es posible construir un mundo más justo.
Permítanme profundizar sobre algo más: pienso que el sentido de hacer política desde una perspectiva liberal y de izquierda tiene diferencias. Ambas perspectivas implican una profesionalización de la política; en ese sentido se parecen. Pero en el caso del liberalismo dicha profesionalización tiene un sentido político, no económico ni social. Allí juega un elemento difícil de discernir: la política, en el ámbito del liberalismo, es la forma de preservar la libertad de expresión, de culto y de creencia. Pero ese sentido de hacer política se olvida de un hecho fundamental: la desigualdad social. En ese sentido se entiende actualmente la política, aunque poco a poco, sobre todo a partir de las teorías de la justicia distributiva, se ha introducido el problema de la desigualdad social, problema sin embargo irresoluble desde una perspectiva "solamente" liberal.
Aquí es donde la izquierda debe aparecer en el actual horizonte democrático. ¿Qué es hacer política desde la izquierda? Para mí no sería sino llevar lo social a otro nivel, es decir: no sólo preservar aquellos elementos fundamentales del liberalismo, sino poner sobre la mesa las formas para lograr una socialización de la riqueza y de la propiedad. El problema del liberalismo, para que no piensen que se me ha olvidado, no está en el tema de la libertad de conciencia, sino en la conexión que hace con el tema de la propiedad, que es una deficiencia que las izquierdas intentan subsanar políticamente (me refiero al reformismo como postura triunfante en las izquierdas). La política, desde una perspectiva de izquierda, no es solamente la forma de preservar la diferencia (ideológica, religiosa, cultural), sino la forma de solucionar el problema de la desigualdad (social y económica). El sentido de la izquierda en el ámbito político de la democracia liberal, es poner sobre la mesa lo que la perspectiva liberal no pone por sí misma. El centro de la actividad política es lo social, entendido como "lo utópico" en el horizonte liberal puesto que aunque irrealizable es igualmente irrenunciable. No es lo posible desde lo posible lo que marca la pauta del actuar político de izquierda, sino lo imposible desde lo posible, que no es otra cosa que mantener la posibilidad de lo imposible "aquí y ahora". En este sentido, lo utópico es la irrupción en el horizonte, la transgresión de una legalidad cerrada que por histórica es superable.
Es este punto justamente el que más me preocupa. La II, desde que se forma como PRD, comenzó un proceso de escisión y desplazamiento de la lucha social. Su localización en el ámbito puramente electoral condujo a una suerte de reducción de la política en la medida que centra la acción en el hecho puro de la representatividad. Como tal, la representatividad no tiene como función revelar el conflicto social, sino subordinarlo a lo político. Allí, a mi juicio, hay una suerte de marco deshistorizante que invisibiliza el conflicto social maquillándolo de "diferencia política". El movimiento social, que busca hacerse evidente en un marco legal e institucional que violenta sus derechos anteriores al pacto político entre políticos, queda en los márgenes de la legalidad y por tanto de la consideración ética y política (cuando debería ser al revés). Allí se presenta un claro deslinde entre lo político y lo social en la II.
Lo anterior en un sentido profundo. En un sentido más superficial, hay otra forma en la que lo social queda subordinado a lo político: ya no es el partido el que sirve en el marco institucional al movimiento y a la lucha social, sino que el movimiento social debe servir como fuerza electoral. Ya después no sólo deslindó lo político y social poniendo al segundo en función del primero, sino que terminó desconociendo precisamente lo social como el lugar de la acción política. El trauma del priismo y el giro ideológico producto del fin de la experiencia soviética, produjo un quiebre entre movimiento social y partido. Allí la izquierda institucional mexicana ha puesto lo político como centro olvidándose de la acción social, deslegitimando a esta última como mecanismo de transformación. A juicio de nuestra II (y perdonen la reiteración; sé que afea el texto pero creo que es necesario) la acción de los movimientos sociales carece de sentido en tanto que no enuncia su proyecto desde el marco de "lo posible", que no es otra cosa que el "ámbito político" dirigido a mantener el tema de la libertad de las diferencias sin poner en la mesa el de la desigualdad social. Para nuestra II, en un ámbito de normalidad democrática, "lo realmente posible" (por eso me refiero a esta izquierda como "realista/positivista) es el único criterio de acción, es decir: la garantía de la libertad de las diferencias. Lo demás, lo relacionado con la desigualdad social y las demandas de los movimientos sociales (que en realidad no me parecen descabelladas y sí posibles en el ámbito democrático-liberal) por irreal carece de efectividad.
Y entonces viene lo aterrador: Cayetano Cabrera, que está en huelga de hambre no buscando la muerte, sino usándola como mecanismo de interpelación ética del poder, es desconocido desde la misma izquierda porque su estrategia no es efectiva políticamente. En un ámbito de naturalización de la concepción liberal de democracia aceptada plenamente por la II, para ésta resulta lógico el pedido al luchador social de que siga los cauces institucionales, en este caso: la negociación política. La izquierda ha aceptado el régimen abstracto en el que la normalización democrática hace posible otras formas de dirimir el conflicto social sin atentar contra el orden público. Teóricamente, en democracia, salir a la calle u otras estrategias, en este caso la huelga de hambre, resulta contradictorio: como contamos con un régimen político y jurídico justo porque es democrático, tanto el régimen político como jurídico aseguran la justeza de los veredictos sobre ciertos problemas, lo que hace inviable la lucha social por fuera del marco político e institucional.
Para la izquierda, la huelga de hambre debería ser parte de un juego de estrategia política, de negociación. Ésta no se da cuenta de que el SME y Cayetano Cabrera están localizados en la lógica de la lucha social porque la vía jurídica y política ha reiterado en el despojo. En un gesto más bien moralino y pseudosolidario, le piden a Cayetano Cabrera ceder en su estrategia en la medida que su muerte vendría a detonar el conflicto social.
Aquí me voy acercando al punto teórico que me interesa: esta izquierda no se da cuenta de que el conflicto siempre ha estado allí; que no desaparece en la medida que se atenúa el conflicto ideológico y político. Vamos: el conflicto social es un hecho fáctico que no puede ser revertido políticamente y sí socialmente. El vuelco de la izquierda hacia la política institucional, es decir: su vuelco a la negociación dentro y con los partidos y con el gobierno, ha servido como mecanismo de ocultamiento del conflicto social. Pero no piensen mal: la izquierda debe hacer eso. Por eso se conforma en partido. Pero debe hacerlo sin dejar de ver lo otro: al movimiento social.
Para finalizar pregunto: ¿qué pasaría si el PRD y las demás izquierdas políticas (que no sociales) en lugar de criticar la estrategia la apoyaran? ¿Cómo impactaría si las izquierdas institucionales hacen acto de presencia en el movimiento social? Si se trata de darle sentido político a la lucha social, ¿por qué no se lo dan ellos? ¿Por qué no discutir y apoyar públicamente el tema? ¿Por qué no presionan en función de lograr justicia para los trabajadores? Si lo que les preocupa es la vida de los huelguistas y ellos son la representación política de la izquierda en el gobierno, ¿parte de la solución al problema está en sus manos? Pero como la izquierda partidaria ha escindido la lucha política de la lucha social; como ellos solamente se ocupan de la primera, abandonan a su suerte a los movimientos sociales. La falta de presencia de la izquierda institucional en el movimiento social, sin aspiraciones a dirigirlo, es un hecho que abona a la posible muerte de los huelguistas. La izquierda, si bien decide no asumir la responsabilidad política de los actos de los movimientos sociales, sí tiene responsabilidad ética para con ellos. Es curioso: no temen aliarse con el PAN, pero sí temen aliarse con los movimientos sociales. ¿Acaso les da miedo que el rechazo y la crítica mediática afecten su imagen en función de la lógica electoral? Yo creo que sí.
Texto originalmente publicado en sdpnoticias.com
El presente blog es resultado de la necesidad de expresar opiniones relacionadas con la política. En ese sentido, las reflexiones aquí vertidas no intentan ser "filosóficas" en "sentido estricto", aunque reconociendo mi formación como una determinación sin duda la filosofía siempre se me atraviesa.
jueves, 29 de julio de 2010
sábado, 17 de julio de 2010
Para comprender a Cayetano Cabrera
El presente texto es producto de una preocupación en los últimos días: el tratamiento que se la ha dado en los medios y en general en la opinión pública a la huelga de hambre de Cayetano Cabrera. Un tema como éste pareciera, en primera instancia, no contener elementos teóricos en general y filosóficos en particular. Me idea es que precisamente la ausencia de elementos teóricos y filosóficos en el análisis del fenómeno en los medios, lo distorsiona. Me parece que una valoración justa del hecho sólo es posible abriendo las perspectivas desde donde se piensa, lo que implica que la teoría en general y la filosofía en particular metan su cuchara. Así, en este ensayito, doy mi opinión sobre lo que constituye el centro de la desvalorización de la huelga de hambre de Cabrera: la forma como se considera el trabajo y como se institucionaliza en el ámbito del capitalismo y el proceso de “normalización” democrática en México.
Dos aclaraciones: si bien la filosofía siempre me sale al paso, el presente no es un estudio filosófico. Véase como una opinión razonada en las se mezclan cuestiones teóricas y donde no se pretende hacer teoría. Por otro lado y por lo mismo, aunque siempre sale la filosofía, ello no implica asumir una posición pretendidamente neutral y objetiva.
Otra cosa: permitida su reproducción parcial y total por cualquier medio.
¿Es el “trabajo” (con toda la complejidad histórica y filosófica que encierra el concepto) un derecho natural y humano? ¿O “lo natural y humano” es que en el mundo actual la gente simplemente pierda su “trabajo”? El problema planteado, cuya respuesta no se antoja fácil a primera vista, puede ser asumido desde al menos dos perspectivas: una, digamos “positivista” o “realista”, en la que predominaría una suerte de racionalidad economicista y legalista, y otra, digamos “metafísica” y “negativa”, en la que predominaría una racionalidad ética.
Ahora, no quisiera detenerme salvo por un momento en el trasfondo conceptual y filosófico de lo anterior. Lo expongo como simple índice de lo que es debido hacer para responder la pregunta “desde otro lugar”, que no es sino un “punto de vista” que denomino como “negativo” en la medida que asume que hay “algo no visto” en la perspectiva que asume que no “está mal” que la gente pierda su trabajo, y “metafísico” (meta-physis, donde physis se entiende como “natural”) en tanto que intenta “ir más allá” de la comprensión que entiende que eso (que la gente pierda su trabajo) es “natural” (physis).
Veamos: desde la physis moderno-capitalista, ¿qué es el trabajo? El trabajo no es sino una mercancía. Entrando en contradicción con el ethos que lo funda, en el capitalismo avanzado el trabajo ya no es fuerza vital ni medio de realización del hombre. Es, para decirlo en términos llanos, algo que compra el dueño de la fábrica y la empresa en función de la generación de capital que desde ya (dicen) es socializado por medio del trabajo (el trabajo genera riqueza para la empresa y la empresa la socializa dando o manteniendo trabajo). El trabajo no es más la realización de la idea que pone el sujeto en el intercambio de materia con la naturaleza, sino un hecho accidental y como tal externo al sujeto, a tal grado que el trabajador termina por sentir su trabajo como algo extraño (enajenación).
Sin embargo, ese no era mi punto. Mi punto es que en su conversión en mercancía; en algo accidental, externo y extraño, al “desnaturalizarlo” pues, el trabajo (como cualquier otra mercancía) se hace desechable. El problema es que dicha conversión del trabajo, que siempre es “trabajo de alguien”, no sólo convierte a éste en mercancía desechable, sino que lo hace con el mismo trabajador. La objetivación del trabajo en el mundo moderno-capitalista termina por objetivar al mismo trabajador, por hacerlo objeto como cualquier otro objeto en el mundo. Trabajo y trabajador son convertidos en cosas útiles y dispensables en función de los requerimientos del mercado
Pero, ¿qué es el mercado? Como no soy economista diré lo siguiente: es una entidad “ideal” (physis) que goza de existencia real, objetiva y autónoma. Es, además, acto y potencia y causa y efecto de sí mismo. Su naturaleza es “ideal” pero va materializándose en la historia, es decir: en su propio desarrollo y marcha (¿al conocimiento de sí mismo?) al mismo tiempo dando forma al mundo institucional, pero siempre en la medida que podamos intuir, comprender y expresar en teorías su naturaleza. ¿Y qué decimos? El mercado es physis (lo natural) y arjé (origen, comienzo, principio); es ser, es sentido; es el espacio y el tiempo en el que nos movemos. El mercado, para decirlo pronto, es el Dios de un mundo secular que va poniendo a cada cosa en su lugar. La historia misma es la historia del mercado y el hombre se encuentra en esa historia en tal punto en que es capaz de reconocer tal hecho, de allí que se dé a la tarea de ayudarle en su proceso generando marcos jurídicos que le den “legalidad”.
Éste es el punto al que quería llegar. Uno de los problemas que entraña la concepción liberal de democracia y su uso neo y ordo liberal, es justamente la creación de marcos institucionales en función de la realización del mercado. Ese marco institucional, en un ámbito neo y ordo liberal, a pesar del liberalismo mismo, tiene como meta hacer funcional el sistema de relaciones a favor del mercado. Vaya: lo que quiero decir es que con el marco institucional democrático-liberal se busca afianzar un régimen de libertad política y jurídica que no atente contra el mercado. El mercado enmarca al mismo marco institucional que afianza un régimen de libertad política y jurídica que le es funcional al mercado mismo.
Aquí me gustaría hacer un paréntesis. No recuerdo dónde, pero por ahí Marx dice algo así como que los frutos de la cabeza del hombre han terminado por imponerse a su propia cabeza. Esto lo digo porque no vayan ustedes a creer que ando en la creencia de la existencia de tal idea de mercado. Lo que intento denotar con las metáforas semi-religiosos es justamente lo que dice Marx: el mercado, como fruto de nuestra cabeza, ha terminado por imponerse en nuestra propia cabeza de modo tal que, como dice el mismo Marx, si la sacamos de ésta (la cabeza) sentimos que corremos el peligro de ahogarnos.
Y justamente este era otro punto: la esotérica capitalista, la superstición mercantil, la idea de que el mercado, en tanto entidad con existencia y desarrollo propio, vendrá en su realización a crear un régimen generalizado de bienestar, ha conllevado justamente la pérdida de la libertad. La “naturalización” del mercado; el mercado como physis originaria de historia y cultura, ha significado la renuncia del hombre a crear un mundo más justo en términos sociales. Lo que toca al hombre es construir un marco institucional que garantice paz social. La justicia social, sin embargo, no compete al hombre, sino al mercado. En una sociedad sin conflicto social el mercado encuentra suelo fértil para “dar” justicia. En una sociedad que evidencia conflicto social sólo hace que la justicia social, que sólo es capaz de dar el mercado, tarde en materializarse. Por ese motivo, en el actual régimen democrático, la diferencia social desaparece por decreto: ya no hay lucha de clases sino solidaridad interclasista; ya no hay patrones ni trabajadores, sino empleadores y empleados. Paradójicamente, contra la comprensión del trabajo como fuerza vital y medio de realización y contra la idea de trabajo como productor de riqueza, se ha creado una “mística” de trabajo en la que éste, por sí mismo, es una actividad “liberadora”. El capitalismo ha generado un nuevo ethos del trabajo (tal vez no nuevo; ya lo había planteado Max Weber) que define que el trabajo en sí mismo retribuye, no importando ni las condiciones ni el salario. De hecho las condiciones son algo así como un reto y el salario un obstáculo. “El reino del mercado será de los pobres”.
En sustitución lo que nos da la democracia liberal es la posibilidad de mantener el conflicto político (un conflicto bastante mechado). Las diferencias sociales se dirimen políticamente. O podemos verlo de otro modo: la desigualdad social se atenúa políticamente. Ricos y pobres; empresarios y trabajadores, son todos ciudadanos. Todos votamos y tenemos capacidad de elegir representantes, que son los que llevaran a los espacios creados para dirimir el conflicto nuestra voz y nuestros reclamos. No sólo eso: también deliberamos públicamente a través de los medios (que para lo que viene hay que decir que son parte del mundo institucional, es decir: del mundo humano). En función de serles funcionales al mercado, el conflicto mismo es institucionalizado. Pero no me malentiendan: eso es más que deseable. La violencia siempre será algo indeseable. El problema es que el conflicto social no desaparece por el hecho de que sea deseable y no puede sustituirse por mecanismos políticos y jurídicos.
Pero vamos a concretar. Mi idea es que la naturalización del mercado y la desnaturalización del trabajo es parte de una imagen de mundo que no puede producir sino injusticia. Me parece que una perspectiva crítica tendría que ir en reversa: renaturalizar el trabajo y desnaturalizar el mercado. Una perspectiva metafísica negativa, porque se pone frente a la physis (naturalización) del mercado e intenta ver los deshechos que el capitalismo va dejando, debería partir de una revaloración del trabajo como fuerza vital y como medio de vida por encima de su mercantilización. El trabajo es un elemento constitutivo del ser del hombre. El hombre piensa y delibera; por ello es conciencia libre (no a la Hegel por el momento). Pero eso no es suficiente: es libre porque actúa, porque es capaz de dirigir su voluntad según lo que piensa. Todavía más: es libre porque es capaz de procurarse sus medios de subsistencia y crear un mundo pensando y actuando. Eso es el trabajo. No es algo accidental ni externo al hombre. Si se ha vuelto extraño y hasta doloroso es, precisamente, por su mercantilización. El hombre al que le es arrebatado su trabajo se le despoja de parte de su vida. Solamente en el capitalismo, despojar a alguien de parte de su vida, se ve como algo natural. Y es todavía peor ser despojado del trabajo en el capitalismo. En un mundo donde prácticamente todo intercambio de productos es monetario, quien es despojado de su trabajo se queda sin comer, sin vestir y sin hogar.
Ahora, ¿por qué todo lo anterior? Simple: Cayetano Cabrera, (ex) trabajador de la compañía “Luz y Fuerza del Centro”, tiene hasta estos momentos más de 80 días en huelga de hambre. ¿Motivo? Fue despojado, junto con más de 40 mil personas, de su trabajo. Quisiera plantear los ejes fundamentalmente económicos y políticos que llevaron a tal despojo, pero no es mi idea. Lo que aquí quiero expresar es que tal despojo, en el que priva una racionalidad economicista y legalista, es éticamente injustificable. El problema es que a mi juicio, en un mundo donde se ha naturalizado la desnaturalización del trabajo; en un mundo que ha aceptado su mercantilización, tal despojo se ve como algo normal. ¿Por qué? Porque la extinción de la compañía es una acción de Estado que se da en un marco legal. Peor todavía: la acción de Cayetano Cabrera se ve como una anomia política. Me he animado a escribir todo esto frente a la opinión generalizada de que en un régimen democrático esa forma de lucha carece de sentido. La opinión, sobre todo en medios, es que toda lucha debe darse en los marcos legales e institucionales. Salirse de esos marcos convierte un acto de resistencia de tal calibre en una necedad y/o exageración. Eso cuando menos; cuando más se dice de Cabrera que es un vil instrumento de una dirigencia sindical corrupta. No sólo se le ha quitado su dignidad al despojarlo de su trabajo y se ha descalificado su lucha, sino que además se le acusa de imbécil.
Otro problema es el relacionado con una exigencia desde los medios: se le pide a Cabrera respeto por los marcos institucionales y legales disponibles. Para los medios y sus analistas, en un país que entra en normalidad democrática, una huelga de hambre es poco democrática. Les resulta incomprensible y sin sentido una estrategia para enfrentar formas propias de países autoritarios. Y entonces, de forma injusta, se usa la analogía: en los medios y en la opinión pública se enaltece una acción similar en Cuba (no voy aquí a hablar de Fariña; simplemente lo pongo como ejemplo) en la defensa de un derecho fundamental, pero se critica ese mismo mecanismo en la defensa de otro derecho fundamental (a menos, de nuevo, que se piense que el trabajo es un derecho fundamental).
Sin embargo, lo que los medios (sobre todo los analistas) no son capaces de ver (y es hasta cierto punto comprensible) es 1) la perspectiva, el fondo, el horizonte desde donde se comprende y conceptualiza al mismo trabajo y a las relaciones sociales, y 2) la forma como se configura un régimen cuya consideración e institucionalización del trabajo y las relaciones sociales no da sino para estrategias de resistencia y lucha tipo “huelgas de hambre”.
El problema que tiene nuestra democracia es que los marcos institucionales y legales son el soporte de actos autoritarios, precisamente por el horizonte desde el que le asignamos valor a las cosas y a las personas. Una democracia que no se preocupa, por ejemplo, por el tema da la pobreza en términos substanciales y sí sólo colaterales, poco se preocupa por un tema tan filosófico como el problema del trabajo. Casos para ejemplificar hay muchos. No es sólo el SME, que es un caso cuyas dimensiones lo hacen visible. Hay que ver la facilidad con la que en este país se despoja y se maltrata al trabajador con la excusa de combatir sindicatos corruptos. Todavía más: es impresionante ver cómo la racionalidad economicista nunca es puesta en tela de juicio. En un gesto típicamente populista, se nos dice (y se nos convence) de que despedir gente o despojarlos de su trabajo o disminuir salarios, son acciones en nuestro propio beneficio. La racionalidad economicista y legalista, que responde a un horizonte historicista (en sentido peyorativo), realista y positivista, se ha acostumbrado a trabajar con datos. Ya no hay personas; hay datos. Y Cayetano Cabrera se está jugando la vida porque se niega a ser un dato. El problema no es si legal y/o económicamente se justifica el despojo del medio de vida de los trabajadores, sino que la perspectiva y la racionalidad desde la que se levanta el aparato legal e institucional está equivocada. Cayetando Cabrera se está jugando la vida simplemente porque anterior al hecho ya había sido despojado de ella.
p.d. muchos me acusarán de ingenuo: la vida es así, me dirían. Yo digo que prefiero ser ingenuo a cínico.
Dos aclaraciones: si bien la filosofía siempre me sale al paso, el presente no es un estudio filosófico. Véase como una opinión razonada en las se mezclan cuestiones teóricas y donde no se pretende hacer teoría. Por otro lado y por lo mismo, aunque siempre sale la filosofía, ello no implica asumir una posición pretendidamente neutral y objetiva.
Otra cosa: permitida su reproducción parcial y total por cualquier medio.
¿Es el “trabajo” (con toda la complejidad histórica y filosófica que encierra el concepto) un derecho natural y humano? ¿O “lo natural y humano” es que en el mundo actual la gente simplemente pierda su “trabajo”? El problema planteado, cuya respuesta no se antoja fácil a primera vista, puede ser asumido desde al menos dos perspectivas: una, digamos “positivista” o “realista”, en la que predominaría una suerte de racionalidad economicista y legalista, y otra, digamos “metafísica” y “negativa”, en la que predominaría una racionalidad ética.
Ahora, no quisiera detenerme salvo por un momento en el trasfondo conceptual y filosófico de lo anterior. Lo expongo como simple índice de lo que es debido hacer para responder la pregunta “desde otro lugar”, que no es sino un “punto de vista” que denomino como “negativo” en la medida que asume que hay “algo no visto” en la perspectiva que asume que no “está mal” que la gente pierda su trabajo, y “metafísico” (meta-physis, donde physis se entiende como “natural”) en tanto que intenta “ir más allá” de la comprensión que entiende que eso (que la gente pierda su trabajo) es “natural” (physis).
Veamos: desde la physis moderno-capitalista, ¿qué es el trabajo? El trabajo no es sino una mercancía. Entrando en contradicción con el ethos que lo funda, en el capitalismo avanzado el trabajo ya no es fuerza vital ni medio de realización del hombre. Es, para decirlo en términos llanos, algo que compra el dueño de la fábrica y la empresa en función de la generación de capital que desde ya (dicen) es socializado por medio del trabajo (el trabajo genera riqueza para la empresa y la empresa la socializa dando o manteniendo trabajo). El trabajo no es más la realización de la idea que pone el sujeto en el intercambio de materia con la naturaleza, sino un hecho accidental y como tal externo al sujeto, a tal grado que el trabajador termina por sentir su trabajo como algo extraño (enajenación).
Sin embargo, ese no era mi punto. Mi punto es que en su conversión en mercancía; en algo accidental, externo y extraño, al “desnaturalizarlo” pues, el trabajo (como cualquier otra mercancía) se hace desechable. El problema es que dicha conversión del trabajo, que siempre es “trabajo de alguien”, no sólo convierte a éste en mercancía desechable, sino que lo hace con el mismo trabajador. La objetivación del trabajo en el mundo moderno-capitalista termina por objetivar al mismo trabajador, por hacerlo objeto como cualquier otro objeto en el mundo. Trabajo y trabajador son convertidos en cosas útiles y dispensables en función de los requerimientos del mercado
Pero, ¿qué es el mercado? Como no soy economista diré lo siguiente: es una entidad “ideal” (physis) que goza de existencia real, objetiva y autónoma. Es, además, acto y potencia y causa y efecto de sí mismo. Su naturaleza es “ideal” pero va materializándose en la historia, es decir: en su propio desarrollo y marcha (¿al conocimiento de sí mismo?) al mismo tiempo dando forma al mundo institucional, pero siempre en la medida que podamos intuir, comprender y expresar en teorías su naturaleza. ¿Y qué decimos? El mercado es physis (lo natural) y arjé (origen, comienzo, principio); es ser, es sentido; es el espacio y el tiempo en el que nos movemos. El mercado, para decirlo pronto, es el Dios de un mundo secular que va poniendo a cada cosa en su lugar. La historia misma es la historia del mercado y el hombre se encuentra en esa historia en tal punto en que es capaz de reconocer tal hecho, de allí que se dé a la tarea de ayudarle en su proceso generando marcos jurídicos que le den “legalidad”.
Éste es el punto al que quería llegar. Uno de los problemas que entraña la concepción liberal de democracia y su uso neo y ordo liberal, es justamente la creación de marcos institucionales en función de la realización del mercado. Ese marco institucional, en un ámbito neo y ordo liberal, a pesar del liberalismo mismo, tiene como meta hacer funcional el sistema de relaciones a favor del mercado. Vaya: lo que quiero decir es que con el marco institucional democrático-liberal se busca afianzar un régimen de libertad política y jurídica que no atente contra el mercado. El mercado enmarca al mismo marco institucional que afianza un régimen de libertad política y jurídica que le es funcional al mercado mismo.
Aquí me gustaría hacer un paréntesis. No recuerdo dónde, pero por ahí Marx dice algo así como que los frutos de la cabeza del hombre han terminado por imponerse a su propia cabeza. Esto lo digo porque no vayan ustedes a creer que ando en la creencia de la existencia de tal idea de mercado. Lo que intento denotar con las metáforas semi-religiosos es justamente lo que dice Marx: el mercado, como fruto de nuestra cabeza, ha terminado por imponerse en nuestra propia cabeza de modo tal que, como dice el mismo Marx, si la sacamos de ésta (la cabeza) sentimos que corremos el peligro de ahogarnos.
Y justamente este era otro punto: la esotérica capitalista, la superstición mercantil, la idea de que el mercado, en tanto entidad con existencia y desarrollo propio, vendrá en su realización a crear un régimen generalizado de bienestar, ha conllevado justamente la pérdida de la libertad. La “naturalización” del mercado; el mercado como physis originaria de historia y cultura, ha significado la renuncia del hombre a crear un mundo más justo en términos sociales. Lo que toca al hombre es construir un marco institucional que garantice paz social. La justicia social, sin embargo, no compete al hombre, sino al mercado. En una sociedad sin conflicto social el mercado encuentra suelo fértil para “dar” justicia. En una sociedad que evidencia conflicto social sólo hace que la justicia social, que sólo es capaz de dar el mercado, tarde en materializarse. Por ese motivo, en el actual régimen democrático, la diferencia social desaparece por decreto: ya no hay lucha de clases sino solidaridad interclasista; ya no hay patrones ni trabajadores, sino empleadores y empleados. Paradójicamente, contra la comprensión del trabajo como fuerza vital y medio de realización y contra la idea de trabajo como productor de riqueza, se ha creado una “mística” de trabajo en la que éste, por sí mismo, es una actividad “liberadora”. El capitalismo ha generado un nuevo ethos del trabajo (tal vez no nuevo; ya lo había planteado Max Weber) que define que el trabajo en sí mismo retribuye, no importando ni las condiciones ni el salario. De hecho las condiciones son algo así como un reto y el salario un obstáculo. “El reino del mercado será de los pobres”.
En sustitución lo que nos da la democracia liberal es la posibilidad de mantener el conflicto político (un conflicto bastante mechado). Las diferencias sociales se dirimen políticamente. O podemos verlo de otro modo: la desigualdad social se atenúa políticamente. Ricos y pobres; empresarios y trabajadores, son todos ciudadanos. Todos votamos y tenemos capacidad de elegir representantes, que son los que llevaran a los espacios creados para dirimir el conflicto nuestra voz y nuestros reclamos. No sólo eso: también deliberamos públicamente a través de los medios (que para lo que viene hay que decir que son parte del mundo institucional, es decir: del mundo humano). En función de serles funcionales al mercado, el conflicto mismo es institucionalizado. Pero no me malentiendan: eso es más que deseable. La violencia siempre será algo indeseable. El problema es que el conflicto social no desaparece por el hecho de que sea deseable y no puede sustituirse por mecanismos políticos y jurídicos.
Pero vamos a concretar. Mi idea es que la naturalización del mercado y la desnaturalización del trabajo es parte de una imagen de mundo que no puede producir sino injusticia. Me parece que una perspectiva crítica tendría que ir en reversa: renaturalizar el trabajo y desnaturalizar el mercado. Una perspectiva metafísica negativa, porque se pone frente a la physis (naturalización) del mercado e intenta ver los deshechos que el capitalismo va dejando, debería partir de una revaloración del trabajo como fuerza vital y como medio de vida por encima de su mercantilización. El trabajo es un elemento constitutivo del ser del hombre. El hombre piensa y delibera; por ello es conciencia libre (no a la Hegel por el momento). Pero eso no es suficiente: es libre porque actúa, porque es capaz de dirigir su voluntad según lo que piensa. Todavía más: es libre porque es capaz de procurarse sus medios de subsistencia y crear un mundo pensando y actuando. Eso es el trabajo. No es algo accidental ni externo al hombre. Si se ha vuelto extraño y hasta doloroso es, precisamente, por su mercantilización. El hombre al que le es arrebatado su trabajo se le despoja de parte de su vida. Solamente en el capitalismo, despojar a alguien de parte de su vida, se ve como algo natural. Y es todavía peor ser despojado del trabajo en el capitalismo. En un mundo donde prácticamente todo intercambio de productos es monetario, quien es despojado de su trabajo se queda sin comer, sin vestir y sin hogar.
Ahora, ¿por qué todo lo anterior? Simple: Cayetano Cabrera, (ex) trabajador de la compañía “Luz y Fuerza del Centro”, tiene hasta estos momentos más de 80 días en huelga de hambre. ¿Motivo? Fue despojado, junto con más de 40 mil personas, de su trabajo. Quisiera plantear los ejes fundamentalmente económicos y políticos que llevaron a tal despojo, pero no es mi idea. Lo que aquí quiero expresar es que tal despojo, en el que priva una racionalidad economicista y legalista, es éticamente injustificable. El problema es que a mi juicio, en un mundo donde se ha naturalizado la desnaturalización del trabajo; en un mundo que ha aceptado su mercantilización, tal despojo se ve como algo normal. ¿Por qué? Porque la extinción de la compañía es una acción de Estado que se da en un marco legal. Peor todavía: la acción de Cayetano Cabrera se ve como una anomia política. Me he animado a escribir todo esto frente a la opinión generalizada de que en un régimen democrático esa forma de lucha carece de sentido. La opinión, sobre todo en medios, es que toda lucha debe darse en los marcos legales e institucionales. Salirse de esos marcos convierte un acto de resistencia de tal calibre en una necedad y/o exageración. Eso cuando menos; cuando más se dice de Cabrera que es un vil instrumento de una dirigencia sindical corrupta. No sólo se le ha quitado su dignidad al despojarlo de su trabajo y se ha descalificado su lucha, sino que además se le acusa de imbécil.
Otro problema es el relacionado con una exigencia desde los medios: se le pide a Cabrera respeto por los marcos institucionales y legales disponibles. Para los medios y sus analistas, en un país que entra en normalidad democrática, una huelga de hambre es poco democrática. Les resulta incomprensible y sin sentido una estrategia para enfrentar formas propias de países autoritarios. Y entonces, de forma injusta, se usa la analogía: en los medios y en la opinión pública se enaltece una acción similar en Cuba (no voy aquí a hablar de Fariña; simplemente lo pongo como ejemplo) en la defensa de un derecho fundamental, pero se critica ese mismo mecanismo en la defensa de otro derecho fundamental (a menos, de nuevo, que se piense que el trabajo es un derecho fundamental).
Sin embargo, lo que los medios (sobre todo los analistas) no son capaces de ver (y es hasta cierto punto comprensible) es 1) la perspectiva, el fondo, el horizonte desde donde se comprende y conceptualiza al mismo trabajo y a las relaciones sociales, y 2) la forma como se configura un régimen cuya consideración e institucionalización del trabajo y las relaciones sociales no da sino para estrategias de resistencia y lucha tipo “huelgas de hambre”.
El problema que tiene nuestra democracia es que los marcos institucionales y legales son el soporte de actos autoritarios, precisamente por el horizonte desde el que le asignamos valor a las cosas y a las personas. Una democracia que no se preocupa, por ejemplo, por el tema da la pobreza en términos substanciales y sí sólo colaterales, poco se preocupa por un tema tan filosófico como el problema del trabajo. Casos para ejemplificar hay muchos. No es sólo el SME, que es un caso cuyas dimensiones lo hacen visible. Hay que ver la facilidad con la que en este país se despoja y se maltrata al trabajador con la excusa de combatir sindicatos corruptos. Todavía más: es impresionante ver cómo la racionalidad economicista nunca es puesta en tela de juicio. En un gesto típicamente populista, se nos dice (y se nos convence) de que despedir gente o despojarlos de su trabajo o disminuir salarios, son acciones en nuestro propio beneficio. La racionalidad economicista y legalista, que responde a un horizonte historicista (en sentido peyorativo), realista y positivista, se ha acostumbrado a trabajar con datos. Ya no hay personas; hay datos. Y Cayetano Cabrera se está jugando la vida porque se niega a ser un dato. El problema no es si legal y/o económicamente se justifica el despojo del medio de vida de los trabajadores, sino que la perspectiva y la racionalidad desde la que se levanta el aparato legal e institucional está equivocada. Cayetando Cabrera se está jugando la vida simplemente porque anterior al hecho ya había sido despojado de ella.
p.d. muchos me acusarán de ingenuo: la vida es así, me dirían. Yo digo que prefiero ser ingenuo a cínico.
domingo, 11 de julio de 2010
¿Y después de la euforia qué? Notas críticas sobre la alianza PAN-PRD
En un país con poca trayectoria democrática es hasta cierto punto natural caer en la euforia. Aclaro: cuando digo "natural" me refiero a que es comprensible. Por ejemplo: a nivel social me parece natural festejar los hasta el momento posibles triunfos electorales en Estados donde no ha habido transición democrática. Las sociedades, a diferencia de los políticos profesionales, a pesar de que sería deseable, no están "obligadas" a hacer cálculos políticos a largo plazo. La gente, sobre todo en un país como el nuestro, ya la tiene muy difícil tratando de vivir diariamente, no así los políticos. Mi pregunta es la siguiente: ¿tienen derecho los políticos a la misma euforia? Me parece que no. Los políticos profesionales están obligados a hacer el cálculo de los posibles efectos de sus decisiones. En el caso de las alianzas, están obligados a pensar más allá de la coyuntura. Yendo más lejos: a priori de la misma coyuntura, en este caso los triunfos electorales vía una alianza extraña, están obligados a pensar sobre la viabilidad de su propio proyecto en el ámbito de la política de alianzas.
Para ejemplificar lo anterior me gustaría responder la siguiente pregunta: ¿el triunfo (bastante mechado por cierto) de la alianza PAN-PRD, además de la misma alianza, a quién rinde réditos y créditos? En primera instancia me parece que da ganancia a Cesar Nava y Jesús Ortega. Ambos tenían la "soga al cuello" y los triunfos les dan respiro. Sin embargo, a pesar de que ganan estos dirigentes, pierden los proyectos particulares del PAN y el PRD (más el PRD, el problema es que todavía no se da cuenta; lo hará cuando el PAN regrese a las andadas y abuse de su "buena fe"). Primero porque dos proyectos contrarios no han sido capaces de dar muerte al dinosaurio por sí mismos; segundo, porque los mismos (reitero: siendo contrarios) tendrán que ponerse de acuerdo para gobernar, lo que se antoja complicado. La función de una alianza no sólo consiste en obtener victorias electorales, sino en "formar gobierno" en función del beneficio de la gente. ¿Cómo hacer para construir una agenda común que por ser simplemente deseable resulta irreal? ¿Se pueden compatibilizar agendas políticas, sociales, económicas, éticas, morales y culturales tan distintas? En términos más técnicos: ¿cómo construir una agenda común cuando la alianza electoral es compuesta por racionalidades distintas? Si bien prácticamente todos los partidos políticos han evadido cualquier crítica al capitalismo voraz asumiendo posiciones de corte entreguista o en contraparte populistas/nacionalistas, en otros ámbitos, relacionado con "lo social", "lo ético", "lo moral" y "lo cultural", tenemos dos fuerzas radicalmente diferentes intentando sobrevivir en un ámbito que no les es natural: regímenes democrático-liberales.
Sobre este último punto me gustaría profundizar un poco más: tenemos en el caso del PAN una racionalidad conservadora, una imagen de mundo, incompatible con posiciones seculares como lo son los liberalismos y los izquierdismos. En el caso del PRD, tenemos una izquierda que por cuestiones de sobrevivencia ha retrocedido dos pasos en su crítica al liberalismo para dar uno adelante en el proceso de democratización. Tanto la derecha como la izquierda han tenido que "modernizarse", moderar sus posiciones, y "liberalizarse" en función de aprovechar lo que la democracia liberal puede dar en la búsqueda de sus fines. Veamos:
En el caso de la derecha, racionalidad conservadora de corte católica en México, la doctrina liberal les da una justificación ética de la actual división de clases. Los panistas, como los viejos liberales revolucionarios, son predominantemente empresarios que han encontrado en el neoliberalismo mercantil y la democracia liberal (que no son lo mismo) la fórmula perfecta para continuar con el sistema de explotación del trabajo de las mayorías sociales sin atentar contra sus valores cristianos. La derecha, a la que no se le puede privar de inteligencia, ha sido hábil separando lo político y lo económico de lo ético y lo social, de tal modo en que al mismo tiempo que defienden la libertad y la diferencia económica, escamotean el derecho a la libertad y la diferencia en términos moralidad y cultura. Temas a los que se oponen como el aborto, la sexualidad, la corporalidad, la igualdad y otros tantos, son el tronco que sostiene su identificación política e ideológica. Son temas intocables, innegociables pues, lo que nos muestra una clara conciencia en la derecha de que la democracia no es fin, sino un medio en la construcción de su sociedad ideal: conservadora. Por eso me resulta paradójico que los estudiosos del PAN reivindiquen su histórica vocación democrática. Vamos: claro que históricamente tiene una vocación democrática, pero como vía de acceso al poder para desde allí poner en marcha un proceso de re-moralización de la sociedad mexicana. Se trata de una política misionera que al mismo tiempo que se beneficia de la libertad del mercado, emprende una labor salvífica de los valores y principios cristianos hechos de lado en la política moderna.
¿Qué sucede en el caso de la izquierda? Desde una perspectiva radical de izquierda (comunista, socialista, anarquista, y hasta social-demócrata), el capitalismo es antagónico con sus propios principios. Esa contradicción intrínseca al hecho capitalista hacía necesaria su crítica y su superación. Inclusive la social-democracia, acosada por la ortodoxia por su posición reformista, reconocía la contradicción inherente al capitalismo; en todo caso difería sobre el método. Allí se da la ruptura: la izquierda mexicana, por cuestiones estratégicas y de sobrevivencia, comenzó a experimentar una suerte de posmodernización en función de la flexibilización de principios. ¿Para qué? Para ser aceptada y asimilada en un proceso de transición democrática de tipo liberal, lo que implicaba desplazar el centro de sus reflexiones y sus críticas: el capitalismo en su fase global y la necesidad de construir un mundo postcapitalista. La izquierda mexicana, des-ubicada por motivos históricos y des-ligada de los soportes teóricos que daban sentido a su práctica, optó así por la orfandad ética y teórica y por un discurso "moderado" que apuesta por la lucha en el campo político y desplaza la lucha social; acepta en la fundamental el fatalismo economicista y escinde "lo político" de "lo social", lo que le permite flexibilidad ética. La izquierda, pues, deja de ser izquierda. Se convierte en una izquierda al modo gringo: carece de identidad y se nomina como tal frente a los conservadurismos. Se va diluyendo hasta convertirse en una mera fuerza electoral; en una maquinaria de captación de votos en función de lo que considera su misión histórica: no permitir que el PRI mantenga u obtenga "poder". Si a eso le aunamos que la actual izquierda mexicana es producto de la diáspora priista...
Pero hablemos de algo positivo: me parece que aunque una izquierda deja de serlo cuando desplaza su núcleo ético-crítico, ésta puede sacar algo del método democrático-liberal. Siendo el individuo el núcleo ético y político del liberalismo, así en el campo económico no haya afinidad, se pueden lograr cosas para grupos y clases marginadas por las visiones conservadoras: mujeres, jóvenes, ancianos, niños, indígenas, personas con orientaciones sexuales diferentes, católicos disidentes, abortistas, etc. Si bien hay un desplazamiento del tema económico, por lo menos se localizan problemas resolubles en el ámbito de la democracia liberal. Así llegamos al punto: lo que inviabiliza las alianzas entre el PRD y el PAN, entre izquierda y derecha (no importando si son moderadas o radicales) es precisamente esto: la imposibilidad de compatibilizar agendas en un ámbito que les es históricamente extraño a los dos, lo que implica que esa extrañeza hace de sus proyectos polos más y más opuestos. Son ya opuestos, pero en el ámbito del liberalismo cualquier afinidad, salvo su anti-priismo (que en lo personal es insuficiente para una política de alianzas), se reduce.
Pero allí la izquierda ha adoptado una posición ingenua. Ha tomado, como premisa ética, que el diálogo, la negociación y la operación política van por delante del núcleo ético-crítico histórico. Se saltan hasta los más radicales pragmatismos que postulan la imposibilidad de consensos con radicales opuestos. Se dicen pragmáticos pero desconocen los fundamentos de cualquier pragmatismo. ¿Qué es entonces lo que unifica al PAN y al PRD? Su antipriismo. Su identificación es pragmática en sentido peyorativo; es un pragmatismo sin principios, sin códigos, sin normas y sin reglas. Ello lo muestra la euforia de lo que parece ser un triunfo frente al dinosaurio. Triunfo, reitero, que los deja muy mal parados como proyectos en sí y para sí mismos.
Sin embargo se vale festejar. Mi crítica a las alianzas no va hacia allá: que saquen al PRI siempre será motivo de alegría. No, mi crítica va al nulo cálculo: ¿y ahora qué? ¿Qué agenda se asume? ¿Qué negocias y qué cedes en función de "hacer gobierno" en una coalición tan bizarra? ¿Cedes en lo económico, en lo social, en lo jurídico, en lo ético o en lo cultural? ¿O bien sacrificas un poco de todo de todo? ¿Te doy matrimonio entre homosexuales y me das el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo? ¿Te doy no cambiar la legislación laboral para bien si tú me das no cambiarla para mal? ¿A quién va a sacrificar esta izquierda? ¿Tiene ese derecho? ¿Y después de la euforia qué?
p.d. La transición democrática no se establece por una vía solamente electoral. Ni siquiera hay garantías de que la alternancia implique una transición democrática. Frente al reduccionismo democratista de la izquierda mexicana digo: no hay transición democrática si no se mejora la vida de la gente. ¿Cómo hacerlo cuando el PAN, con quien pactas, va en sentido contrario de dicha mejora? Peor todavía: ¿es posible emprender un proceso de verdadera transición candidateando a priistas renegados que traen el gen autoritario y corrupto? El dinosaurio no muere; sólo cambia de partido. Las alianzas, a pesar de la euforia, posiblemente están incubando su huevo (del dinosaurio). Ojalá me equivoque, pero más vale ir poniendo el problema sobre la mesa. No vaya a ser que el festejo termine en llanto.
Para ejemplificar lo anterior me gustaría responder la siguiente pregunta: ¿el triunfo (bastante mechado por cierto) de la alianza PAN-PRD, además de la misma alianza, a quién rinde réditos y créditos? En primera instancia me parece que da ganancia a Cesar Nava y Jesús Ortega. Ambos tenían la "soga al cuello" y los triunfos les dan respiro. Sin embargo, a pesar de que ganan estos dirigentes, pierden los proyectos particulares del PAN y el PRD (más el PRD, el problema es que todavía no se da cuenta; lo hará cuando el PAN regrese a las andadas y abuse de su "buena fe"). Primero porque dos proyectos contrarios no han sido capaces de dar muerte al dinosaurio por sí mismos; segundo, porque los mismos (reitero: siendo contrarios) tendrán que ponerse de acuerdo para gobernar, lo que se antoja complicado. La función de una alianza no sólo consiste en obtener victorias electorales, sino en "formar gobierno" en función del beneficio de la gente. ¿Cómo hacer para construir una agenda común que por ser simplemente deseable resulta irreal? ¿Se pueden compatibilizar agendas políticas, sociales, económicas, éticas, morales y culturales tan distintas? En términos más técnicos: ¿cómo construir una agenda común cuando la alianza electoral es compuesta por racionalidades distintas? Si bien prácticamente todos los partidos políticos han evadido cualquier crítica al capitalismo voraz asumiendo posiciones de corte entreguista o en contraparte populistas/nacionalistas, en otros ámbitos, relacionado con "lo social", "lo ético", "lo moral" y "lo cultural", tenemos dos fuerzas radicalmente diferentes intentando sobrevivir en un ámbito que no les es natural: regímenes democrático-liberales.
Sobre este último punto me gustaría profundizar un poco más: tenemos en el caso del PAN una racionalidad conservadora, una imagen de mundo, incompatible con posiciones seculares como lo son los liberalismos y los izquierdismos. En el caso del PRD, tenemos una izquierda que por cuestiones de sobrevivencia ha retrocedido dos pasos en su crítica al liberalismo para dar uno adelante en el proceso de democratización. Tanto la derecha como la izquierda han tenido que "modernizarse", moderar sus posiciones, y "liberalizarse" en función de aprovechar lo que la democracia liberal puede dar en la búsqueda de sus fines. Veamos:
En el caso de la derecha, racionalidad conservadora de corte católica en México, la doctrina liberal les da una justificación ética de la actual división de clases. Los panistas, como los viejos liberales revolucionarios, son predominantemente empresarios que han encontrado en el neoliberalismo mercantil y la democracia liberal (que no son lo mismo) la fórmula perfecta para continuar con el sistema de explotación del trabajo de las mayorías sociales sin atentar contra sus valores cristianos. La derecha, a la que no se le puede privar de inteligencia, ha sido hábil separando lo político y lo económico de lo ético y lo social, de tal modo en que al mismo tiempo que defienden la libertad y la diferencia económica, escamotean el derecho a la libertad y la diferencia en términos moralidad y cultura. Temas a los que se oponen como el aborto, la sexualidad, la corporalidad, la igualdad y otros tantos, son el tronco que sostiene su identificación política e ideológica. Son temas intocables, innegociables pues, lo que nos muestra una clara conciencia en la derecha de que la democracia no es fin, sino un medio en la construcción de su sociedad ideal: conservadora. Por eso me resulta paradójico que los estudiosos del PAN reivindiquen su histórica vocación democrática. Vamos: claro que históricamente tiene una vocación democrática, pero como vía de acceso al poder para desde allí poner en marcha un proceso de re-moralización de la sociedad mexicana. Se trata de una política misionera que al mismo tiempo que se beneficia de la libertad del mercado, emprende una labor salvífica de los valores y principios cristianos hechos de lado en la política moderna.
¿Qué sucede en el caso de la izquierda? Desde una perspectiva radical de izquierda (comunista, socialista, anarquista, y hasta social-demócrata), el capitalismo es antagónico con sus propios principios. Esa contradicción intrínseca al hecho capitalista hacía necesaria su crítica y su superación. Inclusive la social-democracia, acosada por la ortodoxia por su posición reformista, reconocía la contradicción inherente al capitalismo; en todo caso difería sobre el método. Allí se da la ruptura: la izquierda mexicana, por cuestiones estratégicas y de sobrevivencia, comenzó a experimentar una suerte de posmodernización en función de la flexibilización de principios. ¿Para qué? Para ser aceptada y asimilada en un proceso de transición democrática de tipo liberal, lo que implicaba desplazar el centro de sus reflexiones y sus críticas: el capitalismo en su fase global y la necesidad de construir un mundo postcapitalista. La izquierda mexicana, des-ubicada por motivos históricos y des-ligada de los soportes teóricos que daban sentido a su práctica, optó así por la orfandad ética y teórica y por un discurso "moderado" que apuesta por la lucha en el campo político y desplaza la lucha social; acepta en la fundamental el fatalismo economicista y escinde "lo político" de "lo social", lo que le permite flexibilidad ética. La izquierda, pues, deja de ser izquierda. Se convierte en una izquierda al modo gringo: carece de identidad y se nomina como tal frente a los conservadurismos. Se va diluyendo hasta convertirse en una mera fuerza electoral; en una maquinaria de captación de votos en función de lo que considera su misión histórica: no permitir que el PRI mantenga u obtenga "poder". Si a eso le aunamos que la actual izquierda mexicana es producto de la diáspora priista...
Pero hablemos de algo positivo: me parece que aunque una izquierda deja de serlo cuando desplaza su núcleo ético-crítico, ésta puede sacar algo del método democrático-liberal. Siendo el individuo el núcleo ético y político del liberalismo, así en el campo económico no haya afinidad, se pueden lograr cosas para grupos y clases marginadas por las visiones conservadoras: mujeres, jóvenes, ancianos, niños, indígenas, personas con orientaciones sexuales diferentes, católicos disidentes, abortistas, etc. Si bien hay un desplazamiento del tema económico, por lo menos se localizan problemas resolubles en el ámbito de la democracia liberal. Así llegamos al punto: lo que inviabiliza las alianzas entre el PRD y el PAN, entre izquierda y derecha (no importando si son moderadas o radicales) es precisamente esto: la imposibilidad de compatibilizar agendas en un ámbito que les es históricamente extraño a los dos, lo que implica que esa extrañeza hace de sus proyectos polos más y más opuestos. Son ya opuestos, pero en el ámbito del liberalismo cualquier afinidad, salvo su anti-priismo (que en lo personal es insuficiente para una política de alianzas), se reduce.
Pero allí la izquierda ha adoptado una posición ingenua. Ha tomado, como premisa ética, que el diálogo, la negociación y la operación política van por delante del núcleo ético-crítico histórico. Se saltan hasta los más radicales pragmatismos que postulan la imposibilidad de consensos con radicales opuestos. Se dicen pragmáticos pero desconocen los fundamentos de cualquier pragmatismo. ¿Qué es entonces lo que unifica al PAN y al PRD? Su antipriismo. Su identificación es pragmática en sentido peyorativo; es un pragmatismo sin principios, sin códigos, sin normas y sin reglas. Ello lo muestra la euforia de lo que parece ser un triunfo frente al dinosaurio. Triunfo, reitero, que los deja muy mal parados como proyectos en sí y para sí mismos.
Sin embargo se vale festejar. Mi crítica a las alianzas no va hacia allá: que saquen al PRI siempre será motivo de alegría. No, mi crítica va al nulo cálculo: ¿y ahora qué? ¿Qué agenda se asume? ¿Qué negocias y qué cedes en función de "hacer gobierno" en una coalición tan bizarra? ¿Cedes en lo económico, en lo social, en lo jurídico, en lo ético o en lo cultural? ¿O bien sacrificas un poco de todo de todo? ¿Te doy matrimonio entre homosexuales y me das el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo? ¿Te doy no cambiar la legislación laboral para bien si tú me das no cambiarla para mal? ¿A quién va a sacrificar esta izquierda? ¿Tiene ese derecho? ¿Y después de la euforia qué?
p.d. La transición democrática no se establece por una vía solamente electoral. Ni siquiera hay garantías de que la alternancia implique una transición democrática. Frente al reduccionismo democratista de la izquierda mexicana digo: no hay transición democrática si no se mejora la vida de la gente. ¿Cómo hacerlo cuando el PAN, con quien pactas, va en sentido contrario de dicha mejora? Peor todavía: ¿es posible emprender un proceso de verdadera transición candidateando a priistas renegados que traen el gen autoritario y corrupto? El dinosaurio no muere; sólo cambia de partido. Las alianzas, a pesar de la euforia, posiblemente están incubando su huevo (del dinosaurio). Ojalá me equivoque, pero más vale ir poniendo el problema sobre la mesa. No vaya a ser que el festejo termine en llanto.
domingo, 4 de julio de 2010
Reflexiones sobre la contradicción de la alianza PAN-PRD
Texto escrito el viernes 22 de enero de 2010
Una persona que en el mundo actual se define políticamente “como de izquierda” enfrenta momentos difíciles. La naturalización del modelo democrático liberal no da chance para más: si eres parte de aquella “vieja izquierda” te pones en tal situación que terminas anatemizado por los poderosos discursos (pos)modernizadores y normalizadores de la izquierda. ¿Cuáles son estos discursos? Esos que en aras de una racionalidad dialogante y moderada caen en una suerte de “tercerismo ambiguo”; esos que hacen eco al dictamen liberal del fin de las ideologías. Son aquellos que cayendo en el peor de los positivismos (realismo histórico) se han ido con la finta de la historiografía hegemónica que reduce al socialismo a un proyecto imposible y que por tanto descartan la teoría que lo sostiene y eliminan de ésta sus contenidos éticos. Al hacer eso, desfondan la lucha política. ¿Por qué? Porque escinden lo político de lo social. Para decirlo de modo claro: desplazan lo social en la medida en que el “hoy” (lo político) así lo exige. El discurso (pos)modernizdor y normalizador de la izquierda renuncia a la utopía; totaliza el presente, se niega a cualquier teleología ético-racional (libre) y nos entrega a la certidumbre del mercado. La política es efímera. Y como ya no hay posibilidad de fundamentación ética, pues lo que queda es el eterno presente.
Ahora. ¿Es lo anterior necesariamente malo? No, a esa izquierda no se le puede negar su derecho a existir. De hecho su existencia es necesaria, en tiempos que juega de subalterno, como elemento crítico de las ortodoxias. Sin embargo, ortodoxia y radicalismo no son lo mismo. Por ejemplo: la izquierda que se auto-define como moderada hoy es hegemónica, tanto que una izquierda verdaderamente radical (que no es el peje, hay que decirlo claro) no tiene espacio para la interpelación. Ahí la izquierda moderada se hace ortodoxa. No recibe críticas (salvo de quien le disputa la hegemonía, que es el proyecto lopezobradorista). No incorpora democráticamente las voces subalternas del radicalismo (toda izquierda radical es stalinista). El problema es que esta izquierda dialogante no dialoga con la crítica interna. Los de la izquierda tradicional (marxistas, comunistas, socialistas, anarquistas, etc.) son grupos minúsculos que no aceptan el dictamen de la historia. Son simples ideologías derrotadas históricamente; propuestas muertas, del pasado, reminiscencias. Con esas izquierdas no se dialoga. Vamos: ni siquiera se les toma en cuenta como ala. Simplemente han sido expulsadas por un proyecto pragmático que, por lo mismo, carece de ideología y de sustento teórico que, al final, es lo de hoy.
Pero bien. Desde una izquierda radical (porque cree que un mundo justo sólo es posible más allá del capitalismo), ¿qué es lo que yo quisiera que la izquierda moderada hegemónica escuchara? No tiene que estar de acuerdo, pero sí debería dialogar. ¿Qué le decimos a la izquierda institucional? Que según nuestra perspectiva, la izquierda en la actualidad se ha convertido en una mera denominación estratégica en torno al proyecto liberal. Allí hay una interpelación ética y filosófica válida. Desde mi perspectiva, ésta la izquierda ha sido monopolizada por grupos y tribus que han abandonado la lucha social, quedándose en el ámbito de lo político (una interpelación crítico-práctica de la acción política). Vamos un poco más lejos: parece que para ser de izquierda en el ámbito de los partidos institucionales se debe, previamente, haber abandonado el centro de su crítica y su reflexión: el capitalismo (interpelación ético-teleológica). Hoy por hoy los partidos autodenominados de izquierda se han convertido maquinarias electorales abandonando (por cuestiones de sobrevivencia y reconociendo que esa izquierda es un producto histórico) la acción con principios. Lo que más me preocupa es que en el caso de sus cuadros más “inteligentes”, tenemos sujetos dispuestos a justificar políticamente lo éticamente injustificable, como lo son las alianzas con partidos de derecha bajo la idea de lograr equilibrios políticos, pero nunca sociales. ¿Y por qué es éticamente injustificable? Porque en el ámbito de la democracia liberal dichas alianzas cierran cualquier posibilidad de usar ésta (la democracia liberal) estratégicamente en función conquistar derechoso para grupos marginados y como vía de acceso a un mundo realmente distinto.
Todavía más. El problema es que la izquierda parece haber adoptado un síndrome similar al de la derecha: la idea de que el progreso humano basado en la libertad del mercado no es contradictorio y que como tal ya no es necesario pensar el fenómeno del capitalismo. Frente a la caída del muro y el fracaso del proyecto soviético, han adoptado la tesis leibnziana que dice que vivimos el mejor de los mundos posibles y que sólo en ése es posible perseverar. Se trataría, si acaso, de darle un rostro humano el capitalismo, lo que sólo es posible mediante la lucha política, que se reduce a la lucha por la democracia en el ámbito electoral. Sin temor a decirlo, pienso que se normaliza la resistencia social porque no hay otra arma que el voto. Hay una contradicción: pensar que de hecho la atenuación del conflicto político atenúa el conflicto social; el voto nos iguala a pobres, clasemedieros y ricos; a mujeres y hombres; a viejos y jóvenes; a enfermos y sanos, no importando que cuando regresamos a casa lo hacemos al mundo injusto de siempre.
Ahora, ¿qué significa ser parte de algún proyecto de izquierda? La respuesta se antoja subjetiva. En ese sentido no puedo hacer que mi posición sea definitiva. Tenemos que hablar de izquierdas y no de izquierda. Sin embargo, a pesar de la variación en cuanto a medios, todas las izquierdas tiene algo que las comunica: el grado de conciencia de que el capitalismo es contradictorio con sus propios principios y que por tanto allí no hay futuro digno. No importa si eres de una izquierda radical o moderada, el capitalismo es simple y llanamente inaceptable. Ahora: admito que no es un problema de voluntad. La voluntad de cambiar la realidad, si bien es necesaria, no es suficiente. En ese sentido, hacerse un poco pragmático me parece comprensible. No es cuestión de mera sobrevivencia, sino de “lograr ciertas cosas”. Si bien no puedo por mera voluntad cambiar el sistema, ello no quiere decir que no pueda oponerme a él y, en sus intersticios, “ganar algo”: derechos para aquellos que han sido excluidos de la comunidad política, del pacto, del contrato, como quieran llamarle. Eso es aprovechar el régimen político democrático-liberal que, en tanto falla (a manera de intersticio) en el capitalismo, permite hacer del proceso de reforma un vehículo para “ganar cosas”. El problema es que esa ganancia, si bien es meritoria, no resuelve el problema fundamental: lo social. Son conquistas, claro está. Hay que caminar por allí. Pero caminar por allí no implica la renuncia a resolver el problema social ni expulsar o anatemizar a un sector de la izquierda por transnochada, vieja, arcaica, totalitaria. ¿Por qué no se dialoga con esa izquierda? De nuevo el realismo político: dialogar con ella no deja políticamente. En el cálculo electoral resta. En cambio, en ese mismo cálculo dialogar y pactar con la derecha sí deja. Ahí está el problema:
¿Qué pasa cuando te defines de izquierda y pactas con la derecha para hacerte de espacios de poder? Primero dejémonos de eufemismos: hay izquierda y hay derecha; también los hay quienes se piensan de centro (esos se autodenominan liberales y se definen como centro porque han naturalizado su discurso), lo que no pasa de ser una mera pretensión. Pero vamos: metámonos en la misma lógica del discurso liberal de izquierda. Lo primero es o bien quitar o bien impedir que el PRI obtenga el poder. Ya, se logra romper el cacicazgo. ¿Y luego? Bien, ahí viene el problema de conformar un gobierno. ¿Para qué? Para beneficio de la gente. ¿Qué gente? La más fregada. ¿Y quiénes son esos? Y ya resuelto quiénes son estos, queda el cómo. Ahí es donde la cosa se friega. Ejemplo: para el PAN se beneficia al fregado económicamente con reformas laborales que quiebren las relaciones actuales. Para esta izquierda se logra con inversión, sin retroceder en derechos laborales. ¿Cómo hacerle para resolver tal dilema? ¿Y qué decir de temas como el aborto? La visión retrograda del PAN imposibilitaría cualquier avance en la materia. ¿Y el problema de las orientaciones sexuales? ¿Y los feminismos? ¿Sacar al PRI y poner un extraño híbrido en su lugar ayuda o dificulta? ¿Cómo resolver esas diferencias fundamentales? Allí la reducción democratista opera al máximo: la democracia solita resolverá las cosas con el tiempo. Allí hay una renuncia a la libertad (renuncia a la ética y a la verdadera política). La democracia juega como subjectum (sujeto) que ordena el mundo institucional y social en la medida que avanza y nos sujeta. Tanto así que ninguna de las alianzas nos ha mostrado una agenda política, social y económica. Lo único que los anima es el equilibrio entre poderes que en realidad es equilibrio entre partidos (otra “reducción democratista”). Posponen el tema para después de sacar al PRI. Eso es lo que un estimado perredista (intelectual orgánico a la hegemonía de la izquierda actual que trabaja en función de justificar políticamente lo éticamente injustificable) define como “política situacional”. Vamos, no está mal inventar categorías que permitan explicar el por qué de decisiones políticas. El problema es tener claridad de si puedes sostenerla. Vamos: si llegase a haber un triunfo de las alianzas, ¿después qué? “Política situacional”. ¿Qué es eso? Beneficiar a la gente. ¿Cómo? Seguimos esperando los programas de gobierno de las alianzas. ¿Qué va a pasar después de ganar, cuando se deban tomar decisiones en materia de derechos políticos y sociales de aquellos grupos que se encuentran acechados por los sectores más conservadores del país (PAN)?
En conclusión: para ser de izquierda se necesita serlo efectivamente y no por mera denominación. La izquierda es un proyecto político en sí mismo. Es una visión de la historia, de la cultura y el arte. En tiempos complicados, ser de izquierda implica usar un cierto nivel de racionalidad estratégica para conquistar derechos en espera de tiempos mejores (espera activa porque la transformación no llega sola). Eso es una izquierda pragmática. Lo que tenemos hoy en México es una izquierda que se define como tal ante el vacío ideológico al que nos arroja la naturalización del liberalismo. Para decirlo: no hay proyecto de izquierda sino un voluntarismo desordenado y pragmático (en sentido peyorativo) que no logra articular una verdadera crítica y que en aras de ganar votos pierde todo lo demás.
Una persona que en el mundo actual se define políticamente “como de izquierda” enfrenta momentos difíciles. La naturalización del modelo democrático liberal no da chance para más: si eres parte de aquella “vieja izquierda” te pones en tal situación que terminas anatemizado por los poderosos discursos (pos)modernizadores y normalizadores de la izquierda. ¿Cuáles son estos discursos? Esos que en aras de una racionalidad dialogante y moderada caen en una suerte de “tercerismo ambiguo”; esos que hacen eco al dictamen liberal del fin de las ideologías. Son aquellos que cayendo en el peor de los positivismos (realismo histórico) se han ido con la finta de la historiografía hegemónica que reduce al socialismo a un proyecto imposible y que por tanto descartan la teoría que lo sostiene y eliminan de ésta sus contenidos éticos. Al hacer eso, desfondan la lucha política. ¿Por qué? Porque escinden lo político de lo social. Para decirlo de modo claro: desplazan lo social en la medida en que el “hoy” (lo político) así lo exige. El discurso (pos)modernizdor y normalizador de la izquierda renuncia a la utopía; totaliza el presente, se niega a cualquier teleología ético-racional (libre) y nos entrega a la certidumbre del mercado. La política es efímera. Y como ya no hay posibilidad de fundamentación ética, pues lo que queda es el eterno presente.
Ahora. ¿Es lo anterior necesariamente malo? No, a esa izquierda no se le puede negar su derecho a existir. De hecho su existencia es necesaria, en tiempos que juega de subalterno, como elemento crítico de las ortodoxias. Sin embargo, ortodoxia y radicalismo no son lo mismo. Por ejemplo: la izquierda que se auto-define como moderada hoy es hegemónica, tanto que una izquierda verdaderamente radical (que no es el peje, hay que decirlo claro) no tiene espacio para la interpelación. Ahí la izquierda moderada se hace ortodoxa. No recibe críticas (salvo de quien le disputa la hegemonía, que es el proyecto lopezobradorista). No incorpora democráticamente las voces subalternas del radicalismo (toda izquierda radical es stalinista). El problema es que esta izquierda dialogante no dialoga con la crítica interna. Los de la izquierda tradicional (marxistas, comunistas, socialistas, anarquistas, etc.) son grupos minúsculos que no aceptan el dictamen de la historia. Son simples ideologías derrotadas históricamente; propuestas muertas, del pasado, reminiscencias. Con esas izquierdas no se dialoga. Vamos: ni siquiera se les toma en cuenta como ala. Simplemente han sido expulsadas por un proyecto pragmático que, por lo mismo, carece de ideología y de sustento teórico que, al final, es lo de hoy.
Pero bien. Desde una izquierda radical (porque cree que un mundo justo sólo es posible más allá del capitalismo), ¿qué es lo que yo quisiera que la izquierda moderada hegemónica escuchara? No tiene que estar de acuerdo, pero sí debería dialogar. ¿Qué le decimos a la izquierda institucional? Que según nuestra perspectiva, la izquierda en la actualidad se ha convertido en una mera denominación estratégica en torno al proyecto liberal. Allí hay una interpelación ética y filosófica válida. Desde mi perspectiva, ésta la izquierda ha sido monopolizada por grupos y tribus que han abandonado la lucha social, quedándose en el ámbito de lo político (una interpelación crítico-práctica de la acción política). Vamos un poco más lejos: parece que para ser de izquierda en el ámbito de los partidos institucionales se debe, previamente, haber abandonado el centro de su crítica y su reflexión: el capitalismo (interpelación ético-teleológica). Hoy por hoy los partidos autodenominados de izquierda se han convertido maquinarias electorales abandonando (por cuestiones de sobrevivencia y reconociendo que esa izquierda es un producto histórico) la acción con principios. Lo que más me preocupa es que en el caso de sus cuadros más “inteligentes”, tenemos sujetos dispuestos a justificar políticamente lo éticamente injustificable, como lo son las alianzas con partidos de derecha bajo la idea de lograr equilibrios políticos, pero nunca sociales. ¿Y por qué es éticamente injustificable? Porque en el ámbito de la democracia liberal dichas alianzas cierran cualquier posibilidad de usar ésta (la democracia liberal) estratégicamente en función conquistar derechoso para grupos marginados y como vía de acceso a un mundo realmente distinto.
Todavía más. El problema es que la izquierda parece haber adoptado un síndrome similar al de la derecha: la idea de que el progreso humano basado en la libertad del mercado no es contradictorio y que como tal ya no es necesario pensar el fenómeno del capitalismo. Frente a la caída del muro y el fracaso del proyecto soviético, han adoptado la tesis leibnziana que dice que vivimos el mejor de los mundos posibles y que sólo en ése es posible perseverar. Se trataría, si acaso, de darle un rostro humano el capitalismo, lo que sólo es posible mediante la lucha política, que se reduce a la lucha por la democracia en el ámbito electoral. Sin temor a decirlo, pienso que se normaliza la resistencia social porque no hay otra arma que el voto. Hay una contradicción: pensar que de hecho la atenuación del conflicto político atenúa el conflicto social; el voto nos iguala a pobres, clasemedieros y ricos; a mujeres y hombres; a viejos y jóvenes; a enfermos y sanos, no importando que cuando regresamos a casa lo hacemos al mundo injusto de siempre.
Ahora, ¿qué significa ser parte de algún proyecto de izquierda? La respuesta se antoja subjetiva. En ese sentido no puedo hacer que mi posición sea definitiva. Tenemos que hablar de izquierdas y no de izquierda. Sin embargo, a pesar de la variación en cuanto a medios, todas las izquierdas tiene algo que las comunica: el grado de conciencia de que el capitalismo es contradictorio con sus propios principios y que por tanto allí no hay futuro digno. No importa si eres de una izquierda radical o moderada, el capitalismo es simple y llanamente inaceptable. Ahora: admito que no es un problema de voluntad. La voluntad de cambiar la realidad, si bien es necesaria, no es suficiente. En ese sentido, hacerse un poco pragmático me parece comprensible. No es cuestión de mera sobrevivencia, sino de “lograr ciertas cosas”. Si bien no puedo por mera voluntad cambiar el sistema, ello no quiere decir que no pueda oponerme a él y, en sus intersticios, “ganar algo”: derechos para aquellos que han sido excluidos de la comunidad política, del pacto, del contrato, como quieran llamarle. Eso es aprovechar el régimen político democrático-liberal que, en tanto falla (a manera de intersticio) en el capitalismo, permite hacer del proceso de reforma un vehículo para “ganar cosas”. El problema es que esa ganancia, si bien es meritoria, no resuelve el problema fundamental: lo social. Son conquistas, claro está. Hay que caminar por allí. Pero caminar por allí no implica la renuncia a resolver el problema social ni expulsar o anatemizar a un sector de la izquierda por transnochada, vieja, arcaica, totalitaria. ¿Por qué no se dialoga con esa izquierda? De nuevo el realismo político: dialogar con ella no deja políticamente. En el cálculo electoral resta. En cambio, en ese mismo cálculo dialogar y pactar con la derecha sí deja. Ahí está el problema:
¿Qué pasa cuando te defines de izquierda y pactas con la derecha para hacerte de espacios de poder? Primero dejémonos de eufemismos: hay izquierda y hay derecha; también los hay quienes se piensan de centro (esos se autodenominan liberales y se definen como centro porque han naturalizado su discurso), lo que no pasa de ser una mera pretensión. Pero vamos: metámonos en la misma lógica del discurso liberal de izquierda. Lo primero es o bien quitar o bien impedir que el PRI obtenga el poder. Ya, se logra romper el cacicazgo. ¿Y luego? Bien, ahí viene el problema de conformar un gobierno. ¿Para qué? Para beneficio de la gente. ¿Qué gente? La más fregada. ¿Y quiénes son esos? Y ya resuelto quiénes son estos, queda el cómo. Ahí es donde la cosa se friega. Ejemplo: para el PAN se beneficia al fregado económicamente con reformas laborales que quiebren las relaciones actuales. Para esta izquierda se logra con inversión, sin retroceder en derechos laborales. ¿Cómo hacerle para resolver tal dilema? ¿Y qué decir de temas como el aborto? La visión retrograda del PAN imposibilitaría cualquier avance en la materia. ¿Y el problema de las orientaciones sexuales? ¿Y los feminismos? ¿Sacar al PRI y poner un extraño híbrido en su lugar ayuda o dificulta? ¿Cómo resolver esas diferencias fundamentales? Allí la reducción democratista opera al máximo: la democracia solita resolverá las cosas con el tiempo. Allí hay una renuncia a la libertad (renuncia a la ética y a la verdadera política). La democracia juega como subjectum (sujeto) que ordena el mundo institucional y social en la medida que avanza y nos sujeta. Tanto así que ninguna de las alianzas nos ha mostrado una agenda política, social y económica. Lo único que los anima es el equilibrio entre poderes que en realidad es equilibrio entre partidos (otra “reducción democratista”). Posponen el tema para después de sacar al PRI. Eso es lo que un estimado perredista (intelectual orgánico a la hegemonía de la izquierda actual que trabaja en función de justificar políticamente lo éticamente injustificable) define como “política situacional”. Vamos, no está mal inventar categorías que permitan explicar el por qué de decisiones políticas. El problema es tener claridad de si puedes sostenerla. Vamos: si llegase a haber un triunfo de las alianzas, ¿después qué? “Política situacional”. ¿Qué es eso? Beneficiar a la gente. ¿Cómo? Seguimos esperando los programas de gobierno de las alianzas. ¿Qué va a pasar después de ganar, cuando se deban tomar decisiones en materia de derechos políticos y sociales de aquellos grupos que se encuentran acechados por los sectores más conservadores del país (PAN)?
En conclusión: para ser de izquierda se necesita serlo efectivamente y no por mera denominación. La izquierda es un proyecto político en sí mismo. Es una visión de la historia, de la cultura y el arte. En tiempos complicados, ser de izquierda implica usar un cierto nivel de racionalidad estratégica para conquistar derechos en espera de tiempos mejores (espera activa porque la transformación no llega sola). Eso es una izquierda pragmática. Lo que tenemos hoy en México es una izquierda que se define como tal ante el vacío ideológico al que nos arroja la naturalización del liberalismo. Para decirlo: no hay proyecto de izquierda sino un voluntarismo desordenado y pragmático (en sentido peyorativo) que no logra articular una verdadera crítica y que en aras de ganar votos pierde todo lo demás.
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