sábado, 17 de julio de 2010

Para comprender a Cayetano Cabrera

El presente texto es producto de una preocupación en los últimos días: el tratamiento que se la ha dado en los medios y en general en la opinión pública a la huelga de hambre de Cayetano Cabrera. Un tema como éste pareciera, en primera instancia, no contener elementos teóricos en general y filosóficos en particular. Me idea es que precisamente la ausencia de elementos teóricos y filosóficos en el análisis del fenómeno en los medios, lo distorsiona. Me parece que una valoración justa del hecho sólo es posible abriendo las perspectivas desde donde se piensa, lo que implica que la teoría en general y la filosofía en particular metan su cuchara. Así, en este ensayito, doy mi opinión sobre lo que constituye el centro de la desvalorización de la huelga de hambre de Cabrera: la forma como se considera el trabajo y como se institucionaliza en el ámbito del capitalismo y el proceso de “normalización” democrática en México.
Dos aclaraciones: si bien la filosofía siempre me sale al paso, el presente no es un estudio filosófico. Véase como una opinión razonada en las se mezclan cuestiones teóricas y donde no se pretende hacer teoría. Por otro lado y por lo mismo, aunque siempre sale la filosofía, ello no implica asumir una posición pretendidamente neutral y objetiva.
Otra cosa: permitida su reproducción parcial y total por cualquier medio.
¿Es el “trabajo” (con toda la complejidad histórica y filosófica que encierra el concepto) un derecho natural y humano? ¿O “lo natural y humano” es que en el mundo actual la gente simplemente pierda su “trabajo”? El problema planteado, cuya respuesta no se antoja fácil a primera vista, puede ser asumido desde al menos dos perspectivas: una, digamos “positivista” o “realista”, en la que predominaría una suerte de racionalidad economicista y legalista, y otra, digamos “metafísica” y “negativa”, en la que predominaría una racionalidad ética.
Ahora, no quisiera detenerme salvo por un momento en el trasfondo conceptual y filosófico de lo anterior. Lo expongo como simple índice de lo que es debido hacer para responder la pregunta “desde otro lugar”, que no es sino un “punto de vista” que denomino como “negativo” en la medida que asume que hay “algo no visto” en la perspectiva que asume que no “está mal” que la gente pierda su trabajo, y “metafísico” (meta-physis, donde physis se entiende como “natural”) en tanto que intenta “ir más allá” de la comprensión que entiende que eso (que la gente pierda su trabajo) es “natural” (physis).
Veamos: desde la physis moderno-capitalista, ¿qué es el trabajo? El trabajo no es sino una mercancía. Entrando en contradicción con el ethos que lo funda, en el capitalismo avanzado el trabajo ya no es fuerza vital ni medio de realización del hombre. Es, para decirlo en términos llanos, algo que compra el dueño de la fábrica y la empresa en función de la generación de capital que desde ya (dicen) es socializado por medio del trabajo (el trabajo genera riqueza para la empresa y la empresa la socializa dando o manteniendo trabajo). El trabajo no es más la realización de la idea que pone el sujeto en el intercambio de materia con la naturaleza, sino un hecho accidental y como tal externo al sujeto, a tal grado que el trabajador termina por sentir su trabajo como algo extraño (enajenación).
Sin embargo, ese no era mi punto. Mi punto es que en su conversión en mercancía; en algo accidental, externo y extraño, al “desnaturalizarlo” pues, el trabajo (como cualquier otra mercancía) se hace desechable. El problema es que dicha conversión del trabajo, que siempre es “trabajo de alguien”, no sólo convierte a éste en mercancía desechable, sino que lo hace con el mismo trabajador. La objetivación del trabajo en el mundo moderno-capitalista termina por objetivar al mismo trabajador, por hacerlo objeto como cualquier otro objeto en el mundo. Trabajo y trabajador son convertidos en cosas útiles y dispensables en función de los requerimientos del mercado
Pero, ¿qué es el mercado? Como no soy economista diré lo siguiente: es una entidad “ideal” (physis) que goza de existencia real, objetiva y autónoma. Es, además, acto y potencia y causa y efecto de sí mismo. Su naturaleza es “ideal” pero va materializándose en la historia, es decir: en su propio desarrollo y marcha (¿al conocimiento de sí mismo?) al mismo tiempo dando forma al mundo institucional, pero siempre en la medida que podamos intuir, comprender y expresar en teorías su naturaleza. ¿Y qué decimos? El mercado es physis (lo natural) y arjé (origen, comienzo, principio); es ser, es sentido; es el espacio y el tiempo en el que nos movemos. El mercado, para decirlo pronto, es el Dios de un mundo secular que va poniendo a cada cosa en su lugar. La historia misma es la historia del mercado y el hombre se encuentra en esa historia en tal punto en que es capaz de reconocer tal hecho, de allí que se dé a la tarea de ayudarle en su proceso generando marcos jurídicos que le den “legalidad”.
Éste es el punto al que quería llegar. Uno de los problemas que entraña la concepción liberal de democracia y su uso neo y ordo liberal, es justamente la creación de marcos institucionales en función de la realización del mercado. Ese marco institucional, en un ámbito neo y ordo liberal, a pesar del liberalismo mismo, tiene como meta hacer funcional el sistema de relaciones a favor del mercado. Vaya: lo que quiero decir es que con el marco institucional democrático-liberal se busca afianzar un régimen de libertad política y jurídica que no atente contra el mercado. El mercado enmarca al mismo marco institucional que afianza un régimen de libertad política y jurídica que le es funcional al mercado mismo.
Aquí me gustaría hacer un paréntesis. No recuerdo dónde, pero por ahí Marx dice algo así como que los frutos de la cabeza del hombre han terminado por imponerse a su propia cabeza. Esto lo digo porque no vayan ustedes a creer que ando en la creencia de la existencia de tal idea de mercado. Lo que intento denotar con las metáforas semi-religiosos es justamente lo que dice Marx: el mercado, como fruto de nuestra cabeza, ha terminado por imponerse en nuestra propia cabeza de modo tal que, como dice el mismo Marx, si la sacamos de ésta (la cabeza) sentimos que corremos el peligro de ahogarnos.
Y justamente este era otro punto: la esotérica capitalista, la superstición mercantil, la idea de que el mercado, en tanto entidad con existencia y desarrollo propio, vendrá en su realización a crear un régimen generalizado de bienestar, ha conllevado justamente la pérdida de la libertad. La “naturalización” del mercado; el mercado como physis originaria de historia y cultura, ha significado la renuncia del hombre a crear un mundo más justo en términos sociales. Lo que toca al hombre es construir un marco institucional que garantice paz social. La justicia social, sin embargo, no compete al hombre, sino al mercado. En una sociedad sin conflicto social el mercado encuentra suelo fértil para “dar” justicia. En una sociedad que evidencia conflicto social sólo hace que la justicia social, que sólo es capaz de dar el mercado, tarde en materializarse. Por ese motivo, en el actual régimen democrático, la diferencia social desaparece por decreto: ya no hay lucha de clases sino solidaridad interclasista; ya no hay patrones ni trabajadores, sino empleadores y empleados. Paradójicamente, contra la comprensión del trabajo como fuerza vital y medio de realización y contra la idea de trabajo como productor de riqueza, se ha creado una “mística” de trabajo en la que éste, por sí mismo, es una actividad “liberadora”. El capitalismo ha generado un nuevo ethos del trabajo (tal vez no nuevo; ya lo había planteado Max Weber) que define que el trabajo en sí mismo retribuye, no importando ni las condiciones ni el salario. De hecho las condiciones son algo así como un reto y el salario un obstáculo. “El reino del mercado será de los pobres”.
En sustitución lo que nos da la democracia liberal es la posibilidad de mantener el conflicto político (un conflicto bastante mechado). Las diferencias sociales se dirimen políticamente. O podemos verlo de otro modo: la desigualdad social se atenúa políticamente. Ricos y pobres; empresarios y trabajadores, son todos ciudadanos. Todos votamos y tenemos capacidad de elegir representantes, que son los que llevaran a los espacios creados para dirimir el conflicto nuestra voz y nuestros reclamos. No sólo eso: también deliberamos públicamente a través de los medios (que para lo que viene hay que decir que son parte del mundo institucional, es decir: del mundo humano). En función de serles funcionales al mercado, el conflicto mismo es institucionalizado. Pero no me malentiendan: eso es más que deseable. La violencia siempre será algo indeseable. El problema es que el conflicto social no desaparece por el hecho de que sea deseable y no puede sustituirse por mecanismos políticos y jurídicos.
Pero vamos a concretar. Mi idea es que la naturalización del mercado y la desnaturalización del trabajo es parte de una imagen de mundo que no puede producir sino injusticia. Me parece que una perspectiva crítica tendría que ir en reversa: renaturalizar el trabajo y desnaturalizar el mercado. Una perspectiva metafísica negativa, porque se pone frente a la physis (naturalización) del mercado e intenta ver los deshechos que el capitalismo va dejando, debería partir de una revaloración del trabajo como fuerza vital y como medio de vida por encima de su mercantilización. El trabajo es un elemento constitutivo del ser del hombre. El hombre piensa y delibera; por ello es conciencia libre (no a la Hegel por el momento). Pero eso no es suficiente: es libre porque actúa, porque es capaz de dirigir su voluntad según lo que piensa. Todavía más: es libre porque es capaz de procurarse sus medios de subsistencia y crear un mundo pensando y actuando. Eso es el trabajo. No es algo accidental ni externo al hombre. Si se ha vuelto extraño y hasta doloroso es, precisamente, por su mercantilización. El hombre al que le es arrebatado su trabajo se le despoja de parte de su vida. Solamente en el capitalismo, despojar a alguien de parte de su vida, se ve como algo natural. Y es todavía peor ser despojado del trabajo en el capitalismo. En un mundo donde prácticamente todo intercambio de productos es monetario, quien es despojado de su trabajo se queda sin comer, sin vestir y sin hogar.
Ahora, ¿por qué todo lo anterior? Simple: Cayetano Cabrera, (ex) trabajador de la compañía “Luz y Fuerza del Centro”, tiene hasta estos momentos más de 80 días en huelga de hambre. ¿Motivo? Fue despojado, junto con más de 40 mil personas, de su trabajo. Quisiera plantear los ejes fundamentalmente económicos y políticos que llevaron a tal despojo, pero no es mi idea. Lo que aquí quiero expresar es que tal despojo, en el que priva una racionalidad economicista y legalista, es éticamente injustificable. El problema es que a mi juicio, en un mundo donde se ha naturalizado la desnaturalización del trabajo; en un mundo que ha aceptado su mercantilización, tal despojo se ve como algo normal. ¿Por qué? Porque la extinción de la compañía es una acción de Estado que se da en un marco legal. Peor todavía: la acción de Cayetano Cabrera se ve como una anomia política. Me he animado a escribir todo esto frente a la opinión generalizada de que en un régimen democrático esa forma de lucha carece de sentido. La opinión, sobre todo en medios, es que toda lucha debe darse en los marcos legales e institucionales. Salirse de esos marcos convierte un acto de resistencia de tal calibre en una necedad y/o exageración. Eso cuando menos; cuando más se dice de Cabrera que es un vil instrumento de una dirigencia sindical corrupta. No sólo se le ha quitado su dignidad al despojarlo de su trabajo y se ha descalificado su lucha, sino que además se le acusa de imbécil.
Otro problema es el relacionado con una exigencia desde los medios: se le pide a Cabrera respeto por los marcos institucionales y legales disponibles. Para los medios y sus analistas, en un país que entra en normalidad democrática, una huelga de hambre es poco democrática. Les resulta incomprensible y sin sentido una estrategia para enfrentar formas propias de países autoritarios. Y entonces, de forma injusta, se usa la analogía: en los medios y en la opinión pública se enaltece una acción similar en Cuba (no voy aquí a hablar de Fariña; simplemente lo pongo como ejemplo) en la defensa de un derecho fundamental, pero se critica ese mismo mecanismo en la defensa de otro derecho fundamental (a menos, de nuevo, que se piense que el trabajo es un derecho fundamental).
Sin embargo, lo que los medios (sobre todo los analistas) no son capaces de ver (y es hasta cierto punto comprensible) es 1) la perspectiva, el fondo, el horizonte desde donde se comprende y conceptualiza al mismo trabajo y a las relaciones sociales, y 2) la forma como se configura un régimen cuya consideración e institucionalización del trabajo y las relaciones sociales no da sino para estrategias de resistencia y lucha tipo “huelgas de hambre”.
El problema que tiene nuestra democracia es que los marcos institucionales y legales son el soporte de actos autoritarios, precisamente por el horizonte desde el que le asignamos valor a las cosas y a las personas. Una democracia que no se preocupa, por ejemplo, por el tema da la pobreza en términos substanciales y sí sólo colaterales, poco se preocupa por un tema tan filosófico como el problema del trabajo. Casos para ejemplificar hay muchos. No es sólo el SME, que es un caso cuyas dimensiones lo hacen visible. Hay que ver la facilidad con la que en este país se despoja y se maltrata al trabajador con la excusa de combatir sindicatos corruptos. Todavía más: es impresionante ver cómo la racionalidad economicista nunca es puesta en tela de juicio. En un gesto típicamente populista, se nos dice (y se nos convence) de que despedir gente o despojarlos de su trabajo o disminuir salarios, son acciones en nuestro propio beneficio. La racionalidad economicista y legalista, que responde a un horizonte historicista (en sentido peyorativo), realista y positivista, se ha acostumbrado a trabajar con datos. Ya no hay personas; hay datos. Y Cayetano Cabrera se está jugando la vida porque se niega a ser un dato. El problema no es si legal y/o económicamente se justifica el despojo del medio de vida de los trabajadores, sino que la perspectiva y la racionalidad desde la que se levanta el aparato legal e institucional está equivocada. Cayetando Cabrera se está jugando la vida simplemente porque anterior al hecho ya había sido despojado de ella.
p.d. muchos me acusarán de ingenuo: la vida es así, me dirían. Yo digo que prefiero ser ingenuo a cínico.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuanta palabrería sin sentido para decir que el movimiento del SME es justo y que todo es culpa del gobierno, la palabrería sin sentido para ofrecer un argumento tan simplista e irreductible es una pérdida de tiempo, pues sólo predicas a los conversos. Lástima de estudios, no ves el bosque por culpa de los árboles.

Anónimo dijo...

Apoyo el comentario anterior, los unicos que ven heroes donde no los hay son ustedes. El Ing Cabrera era profesor de la IPN, solo tenia 5 años laborando en LyFC, tiene una esposa y un par de hijas, a lo que voy con esto es que el Cabrera pretende defender un bien social y perdiendo de dimension lo mas valioso que tenemos: nuestra familia y vida, si el muere sinceramente su muerte no cambiara la realidad de México, lo que sucedera despues de su muerte sera el pesame de Calderon y Martin Esparza lo tomara como martir de su movimiento y en nombre del Ing promovera una lucha que llevara años y nunca tendra el final que esperan, asi de triste.

Anónimo dijo...

Excelente artículo, me gustaría citarte en mi blog: http://pbarataria83.wordpress.com.

Favián dijo...

A los anónimos no respondo. pbarataria83, tienes mi pesmiso para publicar o citar el artículo.
Saludos