jueves, 5 de agosto de 2010

El MO(ra)LINO de Arreola: lo moral, lo ético y lo político vistos a partir del caso Fernández Noroña

Texto publicado originalmente en SDPNoticias

¿Qué pasa cuando lo moral y lo político se mezclan? Vamos a clarificar un poco el significado de la pregunta, pensando sobre todo que para muchos no puede haber política sin actitudes morales. La cuestión es: ¿qué sucede en el momento en que las creencias acerca de lo que es moralmente bueno o malo afectan de forma fundamental (reitero en lo de fundamental) lo que es bueno o malo en términos políticos y sociales? Mi perspectiva, que me lleva a hacer un deslinde entre lo moral, lo ético y lo político, es que hacer política desde una perspectiva moral nos lleva a situaciones políticas, sociales y éticas indeseables.
Siendo así, frente al sentido común que dice que la buena política parte de la moral, vale preguntar: ¿es posible hacer política sin moral?, ¿cómo se pueden buscar beneficios para la sociedad sin una idea acerca de lo que es bueno? Frente a lo primero digo que es posible, siempre y cuando, relacionado con lo segundo, en sociedades políticamente seculares (liberales para este caso), pensemos “lo bueno” no como algo dado de una vez y para siempre, como algo que se da en el origen, sino como algo que se construye socio-históricamente. El político, que es el encargado de generar, mantener o transformar marcos institucionales y legales, debe pensar su actividad como de orden racional, lo que implica pasar por un proceso de racionalización ética de su creencia moral, con lo que no quiero decir otra cosa que el político debe cobrar plena conciencia de sus creencias en general, en función de que dicha claridad permita que sus creencias personales no afecten ni determinen de modo absoluto sus decisiones. Vamos: siempre subyace cierta dimensión moral. No es posible ni deseable la aniquilación de lo moral en la vida de nadie, pero en función de la cosa pública las decisiones deber pasar por el filtro de la reflexión consciente y crítica del lugar moral e ideológico desde el que se piensa y se dice.
Pero, ¿sólo el político hace política? No. En función de lo que me interesa plantear aquí, que es la dimensión moral retomada por Federico Arreola para excomulgar de facto (el periodismo alternativo también puede ser una forma de poder fáctico en el sentido en que impone agendas) a un actor polémico e insoportable como Gerardo Fernández Noroña, es que los periodistas también hacen política, sobre todo si su objeto es la política. En este sentido, la pregunta y la respuesta que doy en relación con “desde dónde” hacer política (si desde la moral o la ética, que vale decir no son lo mismo), también vale para el periodismo político, máxime si este periodismo también milita o por lo menos apoya una agenda política. El periodista político, que además también actúa políticamente (como el caso de Federico Arreola), y sobre todo si presume de su (neo)liberalismo ideológico (fundamentalmente secular), que hace y dice (sobre todo dice) desde lo moral, se equivoca tanto (o más, por su naturaleza analítica) que el político que hace su actividad desde el campo moral (para poner un ejemplo: el PAN).
Entonces, dicho lo anterior, vuelvo a lo mismo intentando hacer las ideas accesibles (he recibido quejas sobre la oscuridad de mi texto, para lo cual pongo ejemplos que, sin embargo, alargan el presente): ¿es posible desde la creencia moral hacer política? Creo que no, porque es imposible crear desde la moral aquellos marcos institucionales y legales que permitan la convivencia de diferentes morales; no es posible crear marcos institucionales y legales desde la creencia moral que parte del principio de que el otro está mal desde por sus creencias morales. La moral, que es algo relativo a la deliberación y a la acción personal, sólo puede servir para orientar mis acciones y calificar la de otros, siempre y cuando dicha calificación se dé en términos morales y de forma personal, y siempre y cuanto no se obligue a la otra persona a asumir otra moral (a menos que lo haga por convencimiento) y no se le castigue por mantener las propias (con reclusión o exclusión).
Permítanme un ejemplo: una mujer, que en su creencia moral no ve el aborto como inmoral, ¿debe obedecer al imperativo de la creencia moral de quien sí lo ve como inmoral? Desde marcos institucionales y legales en el orden del liberalismo (en el que se vive o se aspira a vivir) no. Tampoco al contrario: una mujer a la que su creencia moral le dicta el imperativo de no abortar, no sólo no puede ser obligada a abortar, sino que tampoco puede ser obligada a aceptar la idea. Sigamos con el ejemplo: quien no esté de acuerdo con el aborto puede decirle a la mujer que aborta “oye, estás mal”, pero la mujer que hace la acción (abortar) no está obligada a aceptar de ningún modo el dictamen moral de quien la juzga. Lo que puede ocurrir es que la mujer que aborte dé sus razones del por qué lo hace, en cuyo caso, por reciprocidad, la persona que le dice “estás mal” tampoco está obligada a aceptar las razones que le son dadas. Al final del día, en sociedades con marcos institucionales y legales de tipo liberal, la mujer que aborta y la persona que le dice “estás mal” deberían irse a sus respectivas casas sin el temor de ser sancionadas ni legal ni políticamente por sus diferencias morales. Es a esto lo que me refería con inconmensurabilidad e incomunicabilidad moral. Aunque podamos dar razones, y hasta pedirlas, las morales son inconmensurables e incomunicables en cuanto que no puedes pedirle al otro que cambie. ¿Qué es lo que quiero decir? Lo moral se debe quedar en casa y si sale no debe servir para ir de caza. Cuando la moral sale de casa para ir de caza, estamos en el borde o ya de plano en la imposibilidad de la sociabilidad y del fascismo (para que vean cómo me tomo muy en serio eso del fascismo).
Para ello me gustaría ejemplificar con las ideas de un neopragmatista norteamericano de claro ascendente liberal (tipo de sociedad en la que se vive o se aspira a vivir, caso de Federico Arreola): Richard Rorty. Lo que dice este filósofo, sin juzgarlo por el momento en cuanto a si estoy de acuerdo o no en general con su propuesta, es que en el campo moral, que es un campo de decisiones personales, uno puede ser y hacer lo que se le antoje… siempre y cuando no afecte lo público. ¿Y qué significa atentar contra lo público? Pues no es una cuestión de mera apreciación moral, sino una afectación verdadera de lo que no es común, por ejemplo: la imposición de una moral sobre la del resto y la violencia física y verbal (seguro muchos intentarán a argumentar desde aquí contra Fernández Noroña. Frente a ello sólo diré que lo Fernández Noroña fue una estupidez, producto de su intransigencia, que si bien puede ser sancionado en términos morales, pero que no justifica la exclusión)
Allí es donde comienza el deslinde entre lo moral, lo ético y lo político. Comienzo por definir en sentido contrario: lo político reside en materializar estrategias y marcos que permitan conciliar los intereses; lo ético remite a la reflexión sobre los medios para lograr los fines de la política para darle dimensión moral, pero sin hacerlo desde una moral específica. ¿Y la moral? Para decirlo bien: ¿y las morales? Pues éstas son parte del centro de la política y la ética, es decir: la materialización y la reflexión tienden justamente a hacer posible la existencia de diferentes creencias e ideologías (entre éstas las morales) sin que no estemos matando los unos a los otros. Por paradójico que pueda sonar, tanto la política como la ética, en el horizonte liberal, hacen posible la “convivencia” de creencias, ideologías y morales completamente diferentes. No sé si estén de acuerdo (no sé si yo lo estoy), pero es el horizonte al que se tiende con la instalación permanente del liberalismo.
Ahora, me gustaría ejemplificar con algo para distinguir de forma clara lo anterior. ¿Qué pasa si soy borracho y se enteran en mi trabajo? Desde la perspectiva de una moral que considera tomar como algo malo, soy un inmoral. Pero, ¿qué pasa si me corren?; ¿el que desde esa perspectiva moral sea un borracho inmoral justifica que me corran? Pues no. ¿Y qué pasa si llego borracho al trabajo? Pues me corren. ¿Por qué? No por inmoral, sino porque mi borrachez afecta mi trabajo. El que sea inmoral no justifica que me corran. Y allí entra la ética: el discernimiento entre la inmoralidad de ser borracho y que el hecho de serlo afecte mi trabajo, es ya ético. No me pueden correr por ser un borracho, por hacerme tatuajes o perforaciones o porque soy homosexual (no creo ser borracho, tengo tatuajes y perforaciones, pero no soy homosexual, lo que no aclaro por miedo, sino para ahorrarles posibles insultos a mi persona). Si me corren lo hacen porque o tomo, o porque me voy a tatuar y/o a hacerme perforaciones o porque tengo relaciones sexuales pareja (no importando si soy homosexual o no, ¿o acaso sólo los homosexuales tienen sexo?) afectando el trabajo, es decir: por falta de ética. En este caso, de lo ético como reflexión sobre la moral pasamos a lo ético como norma acordada (moralidad le llaman algunos, que no es lo mismo que moral) en lo público (supuestamente) y que luego se traslada a lo legal. Lo ético sería 1) el marco formal o teórico de lo político y 2) la forma como una sociedad construye normas que permiten la convivencia de diferentes morales (de nuevo, en un marco moderno y liberal). En sociedades liberales, secularizadas, lo ético (lo social o moralidad o moral pública) permite la reproducción y la sociabilidad de lo moral (lo personal y/o grupal) como diferencia. El político tiene que hacer política desde lo ético y no desde lo moral, para que nosotros podamos vivir en paz.
Pero bien. Todo lo anterior sirve para algo en realidad muy simple: responder la pregunta ¿desde dónde hacer periodismo político? Cuento por qué: hace unos días Natalia Colmenares y Federico Arreola escribieron sendos artículos donde planteaban la necesidad de excluir, prescindir o deshacerse de Gerardo Fernández Noroña en el movimiento encabezado por AMLO. La idea que tuve en principio, es que hablaban desde la estrategia política: deshacerse de Fernández Noroña era un imperativo político para la imagen de AMLO en función de su carrera a la presidencia. Ese imperativo político, me parece que carece de ética, para comenzar por el hecho mismo de deshacerse o prescindir de una persona porque es diferente. Sin embargo, ahora me entero, sobre todo en el caso de Federico Arreola, que ese imperativo político tiene una dimensión moral. Me explico:
Muchos de los defensores de Federico Arreola y de Natalia Colmenares comenzaron a plantearme (vía tuiter) que la crítica a Fernández Noroña y la exigencia de su excomunión no era sino producto de unos dichos imbéciles (no hay otro forma de definirlos) que causaron la molestia de la periodista Katia D’Artigues. La molestia es fundada, si piensas que Fernández Noroña uso el término “down” (usado para identificar un problema de salud que afecta a muchísimos niños) para insultar y descalificar a personas que considera torpes o idiotas. Por lo que sé, me parece que la interpelación moral a Fernández Noroña por parte de la periodista es fundada, sobre todo si hijo de ésta tiene tal padecimiento (no sé cómo llamarlo, así que pido disculpas si no uso el término adecuado).
Ahora, ¿qué hizo D’Artigues además de increparlo moralmente? Pues decidió darle en tuiter un (famoso) público unfollow e invitar a otros a hacer lo mismo. Sin embargo eso no era lo importante. Lo que me parece substancial es la exigencia de una disculpa pública. En términos morales y éticos, tiene mayor peso axiológico la disculpa que la exclusión. Fernández Noroña usó de forma estúpida un término, lo que amerita una disculpa pública. ¿Y si no lo hace? Pues el juicio moral seguirá y, en ese caso, la gente creerá menos en una persona que no acepta su error y no se disculpa. Pero, ¿es posible pedir algo más? Yo creo que no. La exigencia de Katia D’Artigues no puede trasladarse a un pedido de exclusión. Se debe continuar, si se quiere, con el pedido de disculpa, pero no con el pedido de exclusión, sobre todo por una cuestión que me parece que no debemos olvidar: dudo que el dicho estúpido e inmoral de Fernández Noroña sea producto de la idea de que los niños down son torpes o imbéciles. De nuevo: Fernández Noroña tiene que disculparse públicamente; sin embargo cualquier otro pedido es un exceso, comprensible y si se quiere justificable por el enojo de quien recibe el insulto (Katia D’Artigues), pero no así de aquellos que, sobre todo localizados en la política y en el periodismo, en realidad usan el tema para halar agua a su molino, es decir: como mera propaganda.
A partir de este momento dejo fuera a Natalia Colmenares, porque no me consta que su artículo sea producto del dicho de Fernández Noroña. Caso diferente es el de Federico Arreola, quien a partir de un supuesto apoyo a Katia D’Artigues expresado en artículos, promueve la excomunión política de Gerardo Fernández Noroña. Federico Arreola da un salto así del periodismo y de la militancia de orden político, al periodismo y la militancia moral. Desde la solidaridad con Katia D’Artigues, se ha convertido en actor confesional de los dichos políticos. Todavía más: asume una posición moralina y moralizante de la política, perdiendo toda dimensión ética (que es lo que creo la política debe conservar: la moral a casa). Si mi texto se ha hecho largo, es porque quise desarrollar las diferencias que se tienen que hacer entre lo moral y lo ético para poder hacer política, pero también periodismo político. Ante eso reitero: “la moral se queda en casa; si sale de ésta no es para ir de caza”.
Ahora. Mucho me temo que lo de Federico Arreola es parte de una estrategia política (en sentido peyorativo) carente de ética. La dimensión moral de su estrategia, pienso, sólo magnifica dicha carencia. ¿Por qué? ¡Porque no hay tal dimensión moral sino mera estrategia política! Sin embargo, asumir esa dimensión moral dentro de la estrategia política (poniendo a Fernández Noroña como un inmoral y por tanto a ponerse él como moralmente superior [no lo dice, pero decir que otro es inmoral se hace siempre desde una supuesta superioridad moral]), lamentablemente, lo acerca a posiciones indeseables: de lo que se trata es de limpiar la casa; ir eliminando a los “malos” para el movimiento por sus efectos nocivos. Se trata, en metáfora religiosa, de eliminar a los posibles judas por los posibles daños a la imagen del mesías. Federico Arreola se convierte en una suerte de nuevo profeta (que ha podido anticipar lo que se debe hacer para que llegue la redención) encargado de denunciar a los falsos apóstoles. Y perdonen las metáforas, pero el cristianismo se construye después de Cristo y en buena medida sobre la imagen de la culpa de quien “lo vendió”. Lo que estoy viendo es la forma como un séquito cerrado en torno a AMLO ha ido convirtiendo al movimiento en una Iglesia, en la que se va preparando la culpa de aquellos que pueden llevar a la crucifixión del líder y la redención de aquellos que guardan fielmente la palabra.
p.d. En lo personal creo que Gerardo Fernández Noroña es un verdadero problema. Mi idea es que el sonsonete “que se vaya Calderón” y su estrategia estridente repetitiva muestra dos cosas: 1) que no escucha y 2) lo limitada que es su visión de la política. Lo segundo sería salvable si pudiera ver lo primero, pero como no ve lo primero nunca hará lo segundo. Sin embargo, ello no justifica la exclusión ni la anulación por cuestiones pseudomorales ni el uso de calificativos producto de la ocurrencia.

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