Texto publicado en SDPNoticias.com
En primer lugar, el artículo que presento tiene su razón de ser en las discusiones entre Miguel Carbonell y Federico Arreola y Fernando Belaunzarán y quien escribe, a propósito de la intervención de CONAPRED para reconvenir a Gerardo Fernández Noroña por el uso insensible de éste del término “down” como sinónimo de idiota. La idea sería, así, intentar averiguar si 1) los dichos de Noroña pueden considerarse actos discriminatorios y 2) ya averiguado lo anterior ver si el juicio de origen moral puede pasar al ámbito legal.
Sin embargo, para llegar a ello es inevitable meterse en reflexiones de carácter formal. Siguiendo las pautas de análisis que me exige mi profesión, parto del hecho fáctico, del hecho inmediato pues, pero después sigo una ruta lógica y argumentativa para llegar a una conclusión que, a mi juicio, clarifica sobre los puntos expuestos en el primer párrafo. El artículo que sigue intenta ser un discernimiento de lo que significa “discriminar” y, a propósito de esto, una necesaria reflexión en concreto sobre el tipo de sanción que ameritan los dichos del estridente Fernández Noroña. El uso del término, que en realidad es un síndrome, sin lugar a dudas es inmoral. Pero, ¿amerita otro tipo de sanción? Mi opinión es que no. A dichos y acciones inmorales que no afecten substancialmente lo público sólo pueden contraponerse juicios y sanciones morales. Cualquier otra sanción resulta un exceso que va a contrasentido de una ley contra la discriminación.
Como elemento de articulación, voy a apoyarme en la propuesta liberal neopragmática del filósofo norteamericano Richard Rorty, lo que viene bien en el análisis en la medida que éste despoja la moral y la política de cualquier fundamentalismo. A decir de Rorty, no hay posibilidad de una moral universal a partir de la cual juzgar actos y creencias morales. En este orden, su teoría me permite postular una clara distinción de tres esferas tradicionalmente confundidas: la moral, la ética y la política. Veamos: la moral, al ser personal, es medida de juicio de los actos propios y de los demás sin sanción posible en términos legales, porque no hay principios universales. La ética, o eticidad (Hegel), sería ese momento que filtra lo personal para pasar a lo público; y lo político es lo público como materialización de ético, es decir: como paso de la moral pública construida que se expresa en marcos institucionales y legales. Por lo tanto, al mismo tiempo que tenemos una moral pública que expresa sus principios y valores en marcos legales e institucionales, lo moral personal, la moral en sentido estricto, se conserva como espacio privado en el que podemos hacer lo que queramos, siempre y cuando no transgredamos reglas puestas políticamente. Las reglas puestas políticamente no pueden ser puestas desde lo moral, porque ello implicaría tener una sociedad en la que todos piensan, dicen y hacen lo mismo. Al ser las morales inconmensurables o incomunicables, la moral sólo puede ser persuasiva o disuasiva del pensar, el decir y el hacer moral, pero nunca sancionadora en términos legales. Allí la ética es ese elemento formal que permite el paso de lo moral a lo político, despojando a lo político de cuestiones morales.
Claro que esto no mete en un problemón: ¿cómo hacer política y establecer reglas sin la orientación de “lo bueno”? No es sencillo, pero pienso que esto pasa necesariamente por la aceptación del principio de que lo que es bueno para unos no es bueno para otros. ¿Ello quiere decir que entonces la regla es que todo mundo haga lo que quiera? La respuesta es que no, pero que lo bueno socialmente establecido debe atender necesariamente a lo que es bueno para cada quien. ¿Y si eso que es bueno para quien incluye discriminar y violentar? Entonces la regla se aplica en tanto que se reconoce que lo bueno para uno no puede incluir discriminar o violentar a otro. Y aquí digo lo más importante: ¿qué tanto afecta o violenta a una persona el dicho y el pensar de un inmoral? Pues no afecta ni violenta nada, a menos que pase del pensar y el decir a un decir violento y realmente discriminador y por tanto a la acción violenta y discriminadora. Permítaseme comenzar con unos ejemplos reales:
1) Tenemos en un programa de entrevistas a un conocido racista. A este se le ocurre “decir”, en función de creencia moral (donde se resumen el conjunto de creencias acerca de lo que es la vida humana, el mundo y la naturaleza), que los negros son inferiores. No me cabe la menor duda de que quien “dice eso” está mal. A una persona que piensa y dice eso le podemos “decir”, por lo menos, que es un racista. Cuando se le dice racista, se hace desde otra creencia moral (que también resume el conjunto de creencias acerca de lo que es la vida humana, el mundo y la naturaleza).
2) Tenemos a otra persona que piensa que la homosexualidad “está mal”. Ésta se encuentra en el metro a dos homosexuales besándose y se le ocurre decir en voz alta que “eso está mal” e inclusive, públicamente, da sus razones. Una persona al lado, de una creencia moral distinta, interpela o cuestiona los dichos. Después de una discusión, que puede tornarse violenta, el segundo termina con un juicio de tipo moral y le dice “eres un homofóbico”, que es lo mínimo que se le puede decir.
3) Tenemos una mujer que aborta. Otra persona, pongamos un varón, que se ha enterado, le dice a la primera que según su creencia moral abortar está mal. Inclusive da razones y éstas le conducen a decirle “eres una asesina”. La mujer que abortó entra al debate y da sus razones de por qué según su creencia moral abortar no está mal. La discusión se vuelve ríspida y termina cuando la que abortó le dice a la otra persona “eres un misógino”.
¿Tenemos aquí actos de discriminación? No. Tenemos a una persona racista, homofóbica y misógina expresando un punto de vista que, por más equivocado que esté, tiene derecho a expresar. El juicio, de tipo moral, es la calificación de sus creencias que lleva a la calificación de sus personas: “eres un racista”, “eres un homófobo” o “eres un misógino”. Pero aquí viene algo interesante: desde la perspectiva de las personas calificadas como racistas, homofóbicas y misóginas, la calificación es en sí misma inaceptable. ¿Por qué? Porque el racista, el homófobo y el misógino no pueden dar cuenta críticamente de que lo son, es decir: eso son pero ellos no lo admiten porque hacerlo implicaría reconocer que están mal. Su mundo de creencias les hace pensar que están en lo correcto, aunque de hecho, desde otra perspectiva, no lo estén (de hecho, desde mi creencia, son posturas equivocadas). Ahí el diálogo y el debate son herramientas persuasivas que, si hay una disposición abierta, pueden hacerles cambiar de opinión. ¿Y si esto no sucede? Debemos persistir en la interpelación de sus creencias y en la calificación de que son racistas, homofóbicas y misóginas. ¿Se puede hacer algo más con respecto a lo que piensan y dicen? Si y no, pues depende del alcance de lo que expresan, lo que implica un discernimiento previo de eso mismo.
Pregunto: si el racista piensa que hay razas inferiores y superiores, si el homófobo dice que la homosexualidad es antinatural y si el misógino dice que el aborto es homicidio, ¿cuál es el verdadero alcance de lo que piensa y expresa? Mi idea, siguiendo a Rorty, es que esto no se puede considerar sino como un problema moral. Afecta la sensibilidad de las personas, molesta, puede llegar a alterar nuestra emoción, pero no es una verdadera forma de discriminación y violencia. De ser así lo que se tendría que hacer es prohibir todo insulto en la medida que siempre afecta la sensibilidad de alguna persona o de algún grupo. El pensar y el decir, que deben ser juzgados desde la perspectiva moral, no pueden ser susceptibles sino de sanción moral.
Sin embargo lo anterior es limitado. Si bien quiero plantear que el decir y el hacer, en la medida que en que son puro decir y hacer sin real afectación, también quiero pasar a un ámbito en el que “decir” y el “hacer” rebasan una línea tenue que requiere pasar de lo moral a lo legal. Si no analizamos lo anterior, corremos el riesgo de ir a contrasentido del espíritu de una ley contra la discriminación, pero si nos quedamos allí podemos llegar a la creencia del “todo se vale”. Intentemos salir de la circularidad del perro que busca morderse la cola: ¿en qué momento debemos pasar de lo moral a lo legal? Permítanme regresar a los ejemplos: desde un pragmatismo liberal como el de Rorty, que es de los pocos que se ha dado cuenta de la circularidad del tema, el racista, el homofóbico y la antiabortista tienen todo el derecho a sostener y expresar sus creencias morales, SIEMPRE Y CUANDO NO PASEN DEL UNA FORMA DE DECIR A OTRA FORMA DE DECIR Y/O A LA ACCIÓN. Lo explico:
¿En qué momento se debe pasar de lo moral a lo legal? Reitero: eso sólo puede ocurrir cuando el racista, el homófobo o el misógino pasen de una forma de decir a otra forma de decir y/o a la acción, es decir: cuando se pasa del pensamiento y el decir al decir y a la acción excluyentes. ¿Por qué? Porque las ideas morales sólo pueden juzgarse en términos morales. Dicho de otro modo: no se pueden juzgar en términos legales. Si creemos en lo segundo pasamos a un lugar indeseable, propio de sistemas totalitarios y dictatoriales donde hay cosas que se prohíben pensar y decir. Ahora, tampoco el mero hecho de decir puede medirse sino en términos morales. Ejemplo: “eres un naco”. ¿Me debo sentir ofendido? Sí. ¿Cuál puede ser mi respuesta? Irme o debatir. Ejemplo: hace unos momentos Fernando Belaunzarán me insultó diciendo que mi reflexión era similar a la que haría Serrano Limón. Fernando sabe que mis ideas distan mucho de ser ultramontanas. Claro: si alguien me dice ultramontano y me asemeja con Serrano Limón me ofende, causa molestia e indignación, pero no pasa nada. Miguel Carbonell, para poner otro ejemplo, identificaba a unos twitteros como “trolls”. ¿Qué quería decir? Habrá que preguntarle, pero a los que identifica como trolls podrían sentirse ofendidos. ¿Pasa algo más? No, no pasa nada. Me siento ofendido, me molesto, vamos: me encabrono, pero no pasa nada. Mi respuesta puede ser, por ejemplo, “eres un pendejo”, “chinga tu madre”, y tantas cosas que “resuenan” en twitter. ¿Y si alguien dice “pinches negros”, “pinches homosexuales” o “pinches viejas”? ¿Hay un verdadero problema? No. Nos ofendemos, los insultamos, intentamos dialogar con ellos, les pedimos se disculpen, etc., ¿pero pasa algo en verdad? No.
De nuevo: en el horizonte liberal, aplicar medidas legales por lo que se piensa y se dice, es una contradicción. La creencia moral es un ámbito de lo personal que puede ser interpelado moralmente, que puede ameritar juicios morales, pero que no puede ser juzgada en términos legales. Al que por sus creencias es racista, homófobo o misógino, se le puede juzgar porque precisamente es racista, homófobo o misógino. Eso en sí mismo es un juicio que lleva una forma de exclusión, porque no queremos convivir con ese tipo de personas. Se le puede inclusive exigir que cambie sus ideas (éste es libre de no aceptarlas), pero no se le puede reconvenir ni institucional ni legalmente. Perdón que me ponga teórico, pero justo a esto es lo que se refiere Rorty con la inconmensurabilidad o incomunicabilidad entre creencias morales distintas. Podemos persuadir a otros de que sus creencias morales son nocivas y de que las debe cambiar, pero eso se da desde un ámbito moral y nunca desde el ámbito moral
¿Cuándo debe entrar lo legal? Cuando se pasa del pensar y del decir a un modo particular de decir y a la acción. En ese caso, éstas pueden ser objeto de juicio moral, pero también legal. Si el racista, el homófobo y el misógino pasan a la promoción del odio a la amenaza y a la acción violenta, entonces debe saber que ello amerita una sanción legal. Veamos: cuando el racista pasa de decir que hay razas inferiores y superiores, cuando pasa de decir “pinches negros” a promocionar el odio racial o a decir que va a matar a personas de razas diferentes y/o pasa a la acción, ahí viene lo legal. Lo mismo con el homófobo: si pasa de decir que los homosexuales le parecen sucios e inmorales, si pasa de decir “pinches maricones” a promocionar el odio contra estos, o a decir que va a matar a todo homosexual que se le cruce enfrente y/o a la acción de matar, entonces viene lo legal. Si un misógino pasa de decir que las mujeres no tienen derecho a abortar, de decir “pinches viejas” a promover el odio a las éstas, o a decir que va a matar a las mujeres que abortan y de hecho las mata, viene lo legal. Los actos de discriminación no son por sentir o expresar odio, sino porque del sentir y expresar se pasa a la promoción del odio, de la exclusión y a la violencia física.
Espero darme a entender: el otro día pasaba por la calle y un señor me dijo “pinche puto”. Inmediatamente supe que hacía alusión a mis perforaciones en la orejas. Otro día, un cuate en la fila de las tortillas a la que pedí no se saltara la fila, me digo “pinche chaparro puto”. Orto día me dijeron “gordo”. No hice nada, sólo pensé “pobres pendejos”, lo que a pesar de la grosería es un juicio moral. Caso diferente hubiera sido si me hubieran dicho “por pinche puto, gordo y chaparro te voy a romper la madre” o si de hecho me la hubieran partido. La mera expresión no discrimina. Hiere la sensibilidad y como tal amerita una disculpa, pero nunca sanción legal. La expresión que discrimina es la que amenaza, la que promueve odio, y la que lleva a la acción violenta.
Pregunto: ¿qué tipo de práctica discriminatoria y promotora de odio estaba expresando Gerardo Fernández Noroña? Ninguna. De forma estúpida y altanera usó un síndrome para descalificar a un contrario. El mal uso del término “down” (porque para decir a otro que es un idiota hay que decirlo así: “eres un idiota”) no amerita sin embargo la reconvención de CONAPRED. De forma personal no votaría por él nunca (no solamente por lo que dijo aquel día sino por lo que dice y hace siempre). Puedo inclusive promover públicamente que no voten por él, pero todo ese desde una perspectiva moral, si quieren verlo hasta de ética profesional (por cierto, un día llamaron de un banco para cobrarme a media noche; apelé al código de ética y la señorita se rio a carcajadas).
En este mismo sentido, la persona ofendida (indirectamente, porque no es la que estaba ofendiendo de modo directo) interpeló a Fernández Noroña y pidió una disculpa. ¿Por qué? Porque no tuvo cuidado al decir lo que dijo; usó como metáfora la situación de miles de personas que viven con el síndrome y al hacerlo hizo de tal síndrome algo indigno. Pero la interpelación va directo a la persona y es de orden moral: “discúlpate con todos los que ofendiste al usar el término down como sinónimo de idiota”. El imperativo que se impone a Fernández Noroña es de tipo moral: “no puedes usar el término down como sinónimo de idiota y si lo haces te debes disculpar”. Diferente hubiera sido si Fernández Noroña hubiese dicho: “las personas con síndrome de down son idiotas, no valen nada y si desaparecen no pasa nada y habría que desaparecerlas”, promocionando el odio contra esas personas o actuado de forma intencional contra las mismas. Vamos, inclusive en términos morales es necesario discernir la intencionalidad del dicho para no errar el juicio.
Lo que me intriga es que los defensores del derecho (Miguel Carbonell y Fernando Belaunzarán), en cuyo ejercicio siempre es necesario el discernimiento de la intencionalidad para fortalecer o atenuar castigos, la obvien y justifiquen la intromisión de un organismo contra la discriminación en un problema personal (así se haya dicho de forma pública), convirtiendo a este organismo en un censor moral. Ahora, entiendo que estos defensores de las buenas costumbres y el derecho, lo hacen también desde lo personal (Belaunzarán y Federico Arreola). Tradicionalmente contrarios a Fernández Noroña, la situación de éste en este momento les cae, como dicen por ahí, “de perlas”. Para uno (Belaunzarán) la situación le sirve para ratificar lo que siempre dice de Fernández Noroña; para otro (Arreola) le sirve para comenzar a hacer trabajo de limpieza política. Sin embargo, no quiero irme por allí; quiero ir a los argumentos. Estos son, así de simple, que los dichos de Fernández Noroña son discriminatorios por el hecho de que son ofensivos y por ello atentan contra la dignidad de las personas. Que me perdonen, pero yo no vi eso: lo que vi es un error producto de la torpeza de un personaje que no aguantó las ofensas recibidas por sus detractores
(Lo que me recuerda: ¿CONAPRED entrará a investigar las ofensas que recibe Fernández Noroña? La gente que lo insulta usa metáforas similares a las que éste usó. ¿O hay en términos de discriminación una legislación para una persona pública como Fernández Noroña y otra para la población en general? Y aclaro: no defiendo a Fernández Noroña; de hecho me cae mal, no le tengo respeto como político. Pero ello no implica aceptar las tesis legalistas carentes de discernimiento que buscan, así de simple, el castigo (Miguel Carbonell y Fernando Belaunzarán), o que lo usan políticamente para “limpiar la casa (Federico Arreola)).
Ante todo lo anterior repito lo que dije en otro artículo: “la moral se queda en casa y si sale de casa no es para ir de caza”. Debemos desmoralizar los discursos políticos y jurídicos, de modo tal que no terminen por convertirse en prácticas discursivas totalitazantes y totalitarias. Dicha desmoralización debe pasar por un ejercicio de discernimiento, sin el cual damos la apariencia de ser justos, cuando en realidad promovemos un linchamiento justificado política y jurídicamente en torno a la moral, pero nunca éticamente. La ética es el punto intermedio entre la moral personal y la moral pública, punto desde el cual podemos plantear de forma correcta el tema de la discriminación como problema político y jurídico. Ajustarse al mero legalismo bajo la comprensión de que la ley es la ley y que además es buena, no abona a un verdadero proceso de democratización. Y que conste que no estoy pidiendo romper la ley. Lo que digo es que hay que tener cuidado con el discurso de abogados (Miguel Carbonell), políticos (Fernando Belaunzarán) y periodistas (Federico Arreola) cuyo sustrato es profundamente moralino y moralizante.
No puedo terminar sin antes dejar claro (a mi esposa se preocupa) que Fernández Noroña ni siquiera me cae bien. Me parece un pésimo político, porque no hace trabajo político. Se le paga por ser eterno activista. Lo dije anteriormente: su sonsonete “que se vaya Calderón” y su repetitiva estridencia son claras expresiones de que no escucha y de su visión limitada de la política. Que la crítica vaya por ahí; que lo otro quede de lado. De nuevo: “la moral se queda en casa y si sale de casa no es para ir de caza”.
1 comentario:
Querido Favián,
te pongo este mail algo trasnochado porque verdaderamente, tras leer tus últimas reflexiones, tengo que confesar que me han hecho un gran bien. En un principio tu estilo me había parecido denso, aunque me doy cuenta que haces un gran esfuerzo (y un gran trabajo) por poner la lógica y el desarrollo del pensamiento al alcance de todos. Esto te lo dice alguien que no tiene ni idea de fundamentos de filosofía (hace muchos años tomé un curso en bachillerato pero ni siquiera logro recordar la diferencia entre ética y moral) pero que siente una gran ansiedad ante la imposibilidad, que cada vez encuentro más frustrante, de sostener un verdadero diálogo, diálogo en el sentido de compartir, escuchar y definir opiniones y visiones. Resulta tan difícil poder compartir inquietudes sin que la gente (y perdona la generalización, supongo que no es muy correcta pero creo que se entiende lo que quiero decir) se enroque en una posición infranqueable! Me reconforta el corazón ver, a través de tus reflexiones, que SI es posible ir más allá de los clichés y de las frases hechas y que ello es accesible incluso para personas poco preparadas como yo, al menos en un marco teórico, porque en lo personal me declaro por el momento incapaz de llevarlo a la práctica (sin saber muy bien si es incapacidad mía para explicarme o incapacidad de mis interlocutores para escuchar, o al revés, o ambas cosas). Si das alguna clase sobre estos temas en la universidad la verdad es que me gustaría saber los horarios. Te mando un abrazo y por favor sigue compartiéndonos tus textos.
un saludo.
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