martes, 22 de junio de 2010

La contradicción de definirse como de izquierda o de derecha en el ámbito de la democracia (neo)liberal

Domingo, 20 de septiembre de 2009

La modernidad es un fenómeno complejo. De hecho definir la modernidad como una sola, monolíticamente, es una ilusión totalizadora que termina por reducir la potencia crítica que encierra. Apelando al espíritu posmoderno deberíamos decir que si bien es cierto que la modernidad tiene un “comienzo concreto”, también es diversa. De allí que hablar de “modernidad” en realidad la reduce porque tal forma de nominarla impide abarcarla en su complejidad. Esa es la razón por la que en lugar de hablar de “modernidad” deberíamos hablar de “modernidades” o, cuando menos, de una modernidad pluritópica, pues ésta es enunciada desde horizontes de comprensión que están dentro de la modernidad, desde los valores y principios que la inauguran, pero que se relacionan de distinta manera con ellos. ¿Qué quiero decir con “horizontes de comprensión”? El lugar desde el que cada sujeto se apropia y enuncia el valor del valor y del principio, es decir: su pertenencia a un grupo social, a una clase, cultura, época, etcétera (inclusive el topos de la posmodernidad es la modernidad misma; es la modernidad volviendo sobre sí recuperando algo que había perdido: la autocrítica).
¿Cuál es el problema entonces? ¿Por qué la racionalidad moderna nos aparece ahora como inviable? Pues porque lo que hemos vivido a lo largo del siglo XX y en lo que va de éste no es otra cosa sino el trágico impacto de la misma. No hay de otra y así tenemos que verlo. Pero habría que matizarlo: lo que en realidad hemos vivido es el trágico impacto de una forma de razonabilidad de la racionalidad moderna, en este caso la modernidad liberal-capitalista. Habrá muchos que piensen que la modernidad propiamente dicha es esa y que no puede ser otra. Y bien pueden tener razón, es decir: si consideramos que muchas de las filosofías que surgen en el siglo XIX y XX son re-acciones frente a la modernidad, la modernidad es la modernidad capitalista y en ese caso el marxismo, el vitalismo, el existencialismo, el psicoanálisis, las filosofías latinoamericanas y de la liberación y el posmodernismo no serían ámbitos propios de la modernidad, sino una contra, anti, trans, pre o pos-modernidad. Sin embargo, si pensamos que la gran discusión modernidad/posmodernidad gira en torno a la ideas de razón y sujeto, entonces no todas las re-acciones son superadoras de la modernidad, sino de las violencias que engendra la modernidad hegemónica, y no toda crítica de la modernidad pretende salirse de la misma pues buena parte de ésta no piensa ni quiere abandonar la noción de sujeto y menos de la razón. En todo caso piensan en su fragmentación, lo que en sí mismo es una exigencia muy moderna.
Sin embargo no es mi idea desarrollar lo anterior. Eso me sirve de preámbulo para la reflexión sobre la contradicción de definirse como de izquierda o de derecha en el ámbito de la democracia neoliberal. Si aplicamos el mismo criterio al fenómeno de las ideologías y la práctica política, podríamos decir que “el fin de las ideologías” no es sino una ilusión producto del triunfo de una de ellas sobre las demás. Vivimos una suerte de ilusión que nos permite creer que efectivamente hemos resuelto el problema de la ideología cuando en realidad lo que estamos presenciando es la hegemonización que confundimos con universalidad de una de ellas: la ideología neoliberal entendida como 1) concepción del mundo y la vida y 2) como fundamento o fundamentación de un modo de ser y hacer.
¿Pero esto que digo que es una ilusión cómo la constatamos? En el ámbito de la práctica política y la crisis de los partidos. La universalización del modelo democrático-(neo)liberal ha traído una serie de movimientos extraños que han obligado a las izquierdas y derechas a replantear sus acciones, lo que sin embargo no tiene repercusiones sólo en el ámbito de la práctica, sino en el ámbito de la idea y el concepto. Por cuestiones de sobrevivencia en un ámbito que les es hostil, tanto las izquierdas como las derechas se han visto obligadas a asumir una posición contraria a sus fundamentos. Tanto las derechas como las izquierdas se han visto obligadas a liberalizarse liberándose de los fundamentos ético-políticos que los originaron precisamente frente al liberalismo. Las izquierdas y las derechas viven una paradoja: ante la derrota histórica (con lo que quiero decir que no es definitiva) no ha quedado sino aceptar que estaban equivocados.
Permítanme ponerlo de otra manera, ya particularizando: Apenas ayer escuchaba una entrevista que le hacía la periodista Denis Maerker (de ascendencia claramente liberal, lo que no está de más decir) a Soledad Loaeza (de la que supongo sin saberlo realmente la misma ascendencia) a propósito de los setenta años de fundación del PAN. Según la historiadora, en la dirigencia del PAN y en algunos de sus cuadros hay un cierto tono refundacional producto de la autoconciencia de la incongruencia entre la idea y la práctica. Es verdad: el PAN siente que en el camino al poder algo ha ido dejando y entonces asumen una posición de flagelo y de ansia de un retorno al origen. El PAN ha cobrado conciencia de que los medios usados para ganar poder y llevar a cabo su proyecto han terminado por deformar los fines y por tanto al mismo proyecto. El proyecto del PAN, fundado en la dignidad de la persona (podemos no estar de acuerdo, pero el PAN surge como proyecto político de inspiración cristiana), es decir, en su dignificación, se ha visto aplazado indefinidamente en la medida en que su tarea ha consistido en mantenerse en el poder. La idea es muy simple: para ganar y mantener el poder el partido ha tenido que modernizarse, liberalizarse, hacerse acorde a una concepción de mundo y de vida que no es suyo.
La tragedia del PAN es que su proyecto es anacrónico, opuesto a la metafísica del mercado, que es el supuesto de la ideología liberal donde la persona es reducida a individualidad y Dios es transmutado en mercado. Para Soledad Loaeza la crisis del PAN es producto de lo que ella llama la conciencia de la pérdida de la inocencia. Hay una suerte de tensión entre el ámbito ético y la realpolitik, irresoluble a menos que se opte por una en detrimento de la otra. El PAN, para ganar y mantener el poder, ha tenido que optar por el olvido de los supuestos que dan sentido a su existencia. La cosa es simple: el requisito para ganar y mantener el poder es perder la inocencia. Vamos: se hacen paganos en la medida en que asumen la concepción liberal de libertad y se hacen creyentes del dios-mercado.
(Vale aclarar algo antes de proseguir: jamás estaré de acuerdo con el PAN. La derecha panista me parece una reacción al liberalismo en la medida que éste, con su espíritu secularizador, quiebra cualquier posibilidad de retorno a un pasado ideal. La utopía de derecha relocaliza el tiempo ideal exigiendo un retorno, lo que me parece absurdo. La modernidad como proceso de secularización y el liberalismo como parte fundamental de la misma me parecen que no tienen vuelta de hoja, aunque la secularización moderno-liberal me parece insuficiente.)
Por mi parte, yo no estoy de acuerdo con Soledad Loaeza. Un día antes de escuchar su entrevista, escuchaba en wradio que Salvador Camarena hacía una pregunta al público: “¿les gustaría ser diputados?”. La pregunta yo la llevaría a otro nivel: “¿te gustaría dedicarte a la política?”. Pues las respuestas fueron el colmo de la mentira o la ignorancia. La mayoría de la gente respondió que sí “porque quieren mucho a México y ellos sí trabajarían”. Algunos hasta lo harían gratis. A mí en lo personal me pareció cuando menos ingenuo, porque lo que no meditaban los que respondían es que es cierto lo que dice Soledad Loaza: para dedicarse a la política hay que perder la inocencia. La pregunta debería ser en todo caso si seríamos capaces de sacrificarla (la inocencia). Ese es el punto. Meterse en política implica, paradójicamente, despolitizarse, es decir: dejar de hacer política con sentido para hacer simple y llanamente política-basura, grilla, como le quieran decir. La pregunta debería de ser en todo caso la siguiente: “¿estarías dispuesto a deshacerte de tus creencia y principios para poder ser admitido en el ejercicio profesional de la política?”. Mi respuesta sería que no.
Pero es que hay un problema de trasfondo y en ese sentido me parece que tengo que regresar a la filosofía. Ya hice un breve recorrido que a muchos les parecerá moralino y moralizante y ahora regreso a la filosofía porque allí está el problema de fondo: el problema es que el triunfo del neoliberalismo sobre las otras ideologías se piensa como un triunfo del espíritu humano y en ese sentido no es posible dar marcha atrás. Detrás de la crisis tenemos una suerte de teleologismo desarrollista que entiende que ese triunfo implica que el ser humano ha llegado al mejor de los mundos posibles. No es, a decir de los liberales, el triunfo de una ideología sino el triunfo del espíritu humano. Vivimos, pues, el fin de la historia y lo que sigue no es sino la mejora paulatina de la vida humana siempre cuando no rompamos el esquema. Las ideologías y las utopías ya no tienen sentido (sean éstas de derecha o de izquierda). A eso es a lo que yo llamaría “realismo político”, pensando en que la idea, que es lo real, ha sido revelada, sacada de la oscuridad, y que en ese sentido ahora sí estamos en capacidad de comprender el sentido. ¿Quién comprende? Un sujeto que enuncia la totalidad: el economista, el político, que son las figuras sacerdotales que pueden escuchar la voz del mercado y llevarla a la masa. Así como la palabra de Dios no es accesible a todos, la voz del mercado, cuya naturaleza es divina, sólo es accesible a unos cuantos.
Pero hay un realismo vulgar, que es el de Soledad Loaeza, que proclama que para poder hacer política hoy es necesario perder la inocencia, dejarse corromper. Eso es lo que algunos llaman negociar. Y negociar no es malo siempre y cuando no negocies lo fundamental. ¿Qué es lo que no puede negociar el PAN?: la dignidad de la persona. Y cuando el PAN se liberaliza cede eso que es fundamental y sin lo cual su existencia no tiene sentido, que es que el ser humano nunca es medio y siempre es fin, es decir: es sujeto y no objeto. Allí hay una diferencia radical con el neoliberalismo, pues para éste, a pesar de que enuncia el valor supremo en la libertad del individuo, éste, dentro de lo que yo llamo la metafísica del mercado, el ser humano, despersonalizado, convertido en dato objetivo del dios-mercado, siempre es medio para otro fin. Vamos: es medio para la realización del mercado. En el neoliberalismo el individuo es objeto porque el que es sujeto es el mercado. De paso o de pasadita genera beneficios al objeto, pero no a todos sino a unos cuantos que en realidad no son objetos sino sujetos sujetados al Sujeto. Si nosotros los seres humanos sacrificamos nuestra libertad en función de la realización del mercado, el mercado nos inundará y colmara de beneficios no vistos. Por eso el liberalismo cree haber llegado a la objetividad, porque se ha dado cuenta de que el ser humano como sujeto libre y autónomo es una desgracia y que es mejor entonces perder la libertad y la autonomía, es decir, hacerse o asumirse como objeto del mercado para vivir un día con sentido. Vamos: la libertad para el liberalismo viene después de todo.
Pero en la izquierda no suceden cosas distintas. Claro que antes habría que reconocer que como hay derechas también hay izquierdas. Pero yo parto de que hay un punto que las unifica: la justicia, que sólo es posible en una sociedad que garantice el acceso de todos a una vida digna con todo lo que ello implica. Por ello las izquierdas más lúcidas son dos: la comunista y la social demócrata (que aunque reformista piensa que para llegar a una sociedad verdaderamente justa hay que salir, tarde o temprano, del capitalismo).
El problema es que las auto-denominadas izquierdas han perdido ese radicalismo. Se han radicalizado pero al interior de un modelo que creen no pueden “destruir”. Las izquierdas, debido al trauma de la caída del muro y por cuestiones de sobrevivencia, han tenido que modernizarse, es decir: liberalizarse. En principio la idea era buena y en ese sentido la social-democracia parecía ganar terreno: lograr una serie de conquistas sociales por medio de un proceso de reforma. El cambio es un proceso gradual. Podemos estar de acuerdo o no, pero no podemos olvidar que aún en la social-democracia al final del proceso de reforma se encuentra la transformación radical, es decir: el socialismo. La izquierda radical, la revolucionaria, perdió en el actual estado de las cosas viabilidad, aunque históricamente sigue representando una alternativa. El problema es que el PRD y AMLO, que dicen representar la izquierda, olvidaron todo aquello y derivaron en populismo. Una izquierda neoliberalizada, moderna dicen por allí, moderada, deriva naturalmente en populismo. El PRD y AMLO, que se autodefinen de izquierda por mera tradición o conveniencia, se han visto obligados a ceder en lo fundamental. Nociones como “clase” han sido ocupadas por nociones ambiguas y profundamente conservadoras como “pueblo” y se han creído el cuento de que la imposibilidad del socialismo hoy implica ya no volver a pensar en él. Pero esto tiene una explicación: en función de ese realismo político vulgar, han sacrificado la praxis. Para decirlo de otro modo: en esta conversión pragmática (en eso consiste su neoliberalización) han reducido la praxis a práctica. Vamos: mandaron a la goma la idea y el concepto y se quedaron sin nada. Se creyeron el cuento de que el “fin del socialismo” en Europa no sólo cancela cualquier posibilidad de pensarlo (les da un terror hablar de socialismo), sino que su fin de hecho implica la cancelación del marxismo como teoría que nos permite aproximarnos a un mejor conocimiento de la realidad. En palabras de Rosa Luxemburgo: se han dedicado a hacer política de gallinero, grilla pues, en buen “mexicano”. Y cuando eso sucede se radicalizan, pero lo hacen sin sentido, simplemente diciendo cosas que carecen de idea y concepto. No piensan en una transformación radical porque han aceptado la tesis de que ya vivimos el “fin de la historia”. Sin embargo, a diferencia de la derecha que sí obtiene beneficios de su neoliberalización, la izquierda con eso lo pierde todo porque ni siquiera es capaz de conquistar el poder. En algunos casos abandona inclusive posiciones propias de una social-democracia relacionadas con conquistas sociales: aborto, eutanasia, ecología, matrimonios homosexuales, drogas, la cuestión del trabajo, etcétera. Muchos pensarán que estoy equivocado. Sin embargo debemos preguntar por qué el PRD espero hasta pasadas las elecciones del 2006 para hacer propuestas y llevarlas a cabo. Porque esos temas no rinden electoralmente. Y ni qué decir de la economía: allí lo han abandonado todo trasladándose a un discurso populista y hasta populachero todo en función de ganar votos para que nada cambie.
Por último: la crisis de las ideologías es enunciada desde una ideología. Allá nosotros si les seguimos creyendo.

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