domingo, 4 de julio de 2010

Reflexiones sobre la contradicción de la alianza PAN-PRD

Texto escrito el viernes 22 de enero de 2010
Una persona que en el mundo actual se define políticamente “como de izquierda” enfrenta momentos difíciles. La naturalización del modelo democrático liberal no da chance para más: si eres parte de aquella “vieja izquierda” te pones en tal situación que terminas anatemizado por los poderosos discursos (pos)modernizadores y normalizadores de la izquierda. ¿Cuáles son estos discursos? Esos que en aras de una racionalidad dialogante y moderada caen en una suerte de “tercerismo ambiguo”; esos que hacen eco al dictamen liberal del fin de las ideologías. Son aquellos que cayendo en el peor de los positivismos (realismo histórico) se han ido con la finta de la historiografía hegemónica que reduce al socialismo a un proyecto imposible y que por tanto descartan la teoría que lo sostiene y eliminan de ésta sus contenidos éticos. Al hacer eso, desfondan la lucha política. ¿Por qué? Porque escinden lo político de lo social. Para decirlo de modo claro: desplazan lo social en la medida en que el “hoy” (lo político) así lo exige. El discurso (pos)modernizdor y normalizador de la izquierda renuncia a la utopía; totaliza el presente, se niega a cualquier teleología ético-racional (libre) y nos entrega a la certidumbre del mercado. La política es efímera. Y como ya no hay posibilidad de fundamentación ética, pues lo que queda es el eterno presente.

Ahora. ¿Es lo anterior necesariamente malo? No, a esa izquierda no se le puede negar su derecho a existir. De hecho su existencia es necesaria, en tiempos que juega de subalterno, como elemento crítico de las ortodoxias. Sin embargo, ortodoxia y radicalismo no son lo mismo. Por ejemplo: la izquierda que se auto-define como moderada hoy es hegemónica, tanto que una izquierda verdaderamente radical (que no es el peje, hay que decirlo claro) no tiene espacio para la interpelación. Ahí la izquierda moderada se hace ortodoxa. No recibe críticas (salvo de quien le disputa la hegemonía, que es el proyecto lopezobradorista). No incorpora democráticamente las voces subalternas del radicalismo (toda izquierda radical es stalinista). El problema es que esta izquierda dialogante no dialoga con la crítica interna. Los de la izquierda tradicional (marxistas, comunistas, socialistas, anarquistas, etc.) son grupos minúsculos que no aceptan el dictamen de la historia. Son simples ideologías derrotadas históricamente; propuestas muertas, del pasado, reminiscencias. Con esas izquierdas no se dialoga. Vamos: ni siquiera se les toma en cuenta como ala. Simplemente han sido expulsadas por un proyecto pragmático que, por lo mismo, carece de ideología y de sustento teórico que, al final, es lo de hoy.

Pero bien. Desde una izquierda radical (porque cree que un mundo justo sólo es posible más allá del capitalismo), ¿qué es lo que yo quisiera que la izquierda moderada hegemónica escuchara? No tiene que estar de acuerdo, pero sí debería dialogar. ¿Qué le decimos a la izquierda institucional? Que según nuestra perspectiva, la izquierda en la actualidad se ha convertido en una mera denominación estratégica en torno al proyecto liberal. Allí hay una interpelación ética y filosófica válida. Desde mi perspectiva, ésta la izquierda ha sido monopolizada por grupos y tribus que han abandonado la lucha social, quedándose en el ámbito de lo político (una interpelación crítico-práctica de la acción política). Vamos un poco más lejos: parece que para ser de izquierda en el ámbito de los partidos institucionales se debe, previamente, haber abandonado el centro de su crítica y su reflexión: el capitalismo (interpelación ético-teleológica). Hoy por hoy los partidos autodenominados de izquierda se han convertido maquinarias electorales abandonando (por cuestiones de sobrevivencia y reconociendo que esa izquierda es un producto histórico) la acción con principios. Lo que más me preocupa es que en el caso de sus cuadros más “inteligentes”, tenemos sujetos dispuestos a justificar políticamente lo éticamente injustificable, como lo son las alianzas con partidos de derecha bajo la idea de lograr equilibrios políticos, pero nunca sociales. ¿Y por qué es éticamente injustificable? Porque en el ámbito de la democracia liberal dichas alianzas cierran cualquier posibilidad de usar ésta (la democracia liberal) estratégicamente en función conquistar derechoso para grupos marginados y como vía de acceso a un mundo realmente distinto.

Todavía más. El problema es que la izquierda parece haber adoptado un síndrome similar al de la derecha: la idea de que el progreso humano basado en la libertad del mercado no es contradictorio y que como tal ya no es necesario pensar el fenómeno del capitalismo. Frente a la caída del muro y el fracaso del proyecto soviético, han adoptado la tesis leibnziana que dice que vivimos el mejor de los mundos posibles y que sólo en ése es posible perseverar. Se trataría, si acaso, de darle un rostro humano el capitalismo, lo que sólo es posible mediante la lucha política, que se reduce a la lucha por la democracia en el ámbito electoral. Sin temor a decirlo, pienso que se normaliza la resistencia social porque no hay otra arma que el voto. Hay una contradicción: pensar que de hecho la atenuación del conflicto político atenúa el conflicto social; el voto nos iguala a pobres, clasemedieros y ricos; a mujeres y hombres; a viejos y jóvenes; a enfermos y sanos, no importando que cuando regresamos a casa lo hacemos al mundo injusto de siempre.

Ahora, ¿qué significa ser parte de algún proyecto de izquierda? La respuesta se antoja subjetiva. En ese sentido no puedo hacer que mi posición sea definitiva. Tenemos que hablar de izquierdas y no de izquierda. Sin embargo, a pesar de la variación en cuanto a medios, todas las izquierdas tiene algo que las comunica: el grado de conciencia de que el capitalismo es contradictorio con sus propios principios y que por tanto allí no hay futuro digno. No importa si eres de una izquierda radical o moderada, el capitalismo es simple y llanamente inaceptable. Ahora: admito que no es un problema de voluntad. La voluntad de cambiar la realidad, si bien es necesaria, no es suficiente. En ese sentido, hacerse un poco pragmático me parece comprensible. No es cuestión de mera sobrevivencia, sino de “lograr ciertas cosas”. Si bien no puedo por mera voluntad cambiar el sistema, ello no quiere decir que no pueda oponerme a él y, en sus intersticios, “ganar algo”: derechos para aquellos que han sido excluidos de la comunidad política, del pacto, del contrato, como quieran llamarle. Eso es aprovechar el régimen político democrático-liberal que, en tanto falla (a manera de intersticio) en el capitalismo, permite hacer del proceso de reforma un vehículo para “ganar cosas”. El problema es que esa ganancia, si bien es meritoria, no resuelve el problema fundamental: lo social. Son conquistas, claro está. Hay que caminar por allí. Pero caminar por allí no implica la renuncia a resolver el problema social ni expulsar o anatemizar a un sector de la izquierda por transnochada, vieja, arcaica, totalitaria. ¿Por qué no se dialoga con esa izquierda? De nuevo el realismo político: dialogar con ella no deja políticamente. En el cálculo electoral resta. En cambio, en ese mismo cálculo dialogar y pactar con la derecha sí deja. Ahí está el problema:
¿Qué pasa cuando te defines de izquierda y pactas con la derecha para hacerte de espacios de poder? Primero dejémonos de eufemismos: hay izquierda y hay derecha; también los hay quienes se piensan de centro (esos se autodenominan liberales y se definen como centro porque han naturalizado su discurso), lo que no pasa de ser una mera pretensión. Pero vamos: metámonos en la misma lógica del discurso liberal de izquierda. Lo primero es o bien quitar o bien impedir que el PRI obtenga el poder. Ya, se logra romper el cacicazgo. ¿Y luego? Bien, ahí viene el problema de conformar un gobierno. ¿Para qué? Para beneficio de la gente. ¿Qué gente? La más fregada. ¿Y quiénes son esos? Y ya resuelto quiénes son estos, queda el cómo. Ahí es donde la cosa se friega. Ejemplo: para el PAN se beneficia al fregado económicamente con reformas laborales que quiebren las relaciones actuales. Para esta izquierda se logra con inversión, sin retroceder en derechos laborales. ¿Cómo hacerle para resolver tal dilema? ¿Y qué decir de temas como el aborto? La visión retrograda del PAN imposibilitaría cualquier avance en la materia. ¿Y el problema de las orientaciones sexuales? ¿Y los feminismos? ¿Sacar al PRI y poner un extraño híbrido en su lugar ayuda o dificulta? ¿Cómo resolver esas diferencias fundamentales? Allí la reducción democratista opera al máximo: la democracia solita resolverá las cosas con el tiempo. Allí hay una renuncia a la libertad (renuncia a la ética y a la verdadera política). La democracia juega como subjectum (sujeto) que ordena el mundo institucional y social en la medida que avanza y nos sujeta. Tanto así que ninguna de las alianzas nos ha mostrado una agenda política, social y económica. Lo único que los anima es el equilibrio entre poderes que en realidad es equilibrio entre partidos (otra “reducción democratista”). Posponen el tema para después de sacar al PRI. Eso es lo que un estimado perredista (intelectual orgánico a la hegemonía de la izquierda actual que trabaja en función de justificar políticamente lo éticamente injustificable) define como “política situacional”. Vamos, no está mal inventar categorías que permitan explicar el por qué de decisiones políticas. El problema es tener claridad de si puedes sostenerla. Vamos: si llegase a haber un triunfo de las alianzas, ¿después qué? “Política situacional”. ¿Qué es eso? Beneficiar a la gente. ¿Cómo? Seguimos esperando los programas de gobierno de las alianzas. ¿Qué va a pasar después de ganar, cuando se deban tomar decisiones en materia de derechos políticos y sociales de aquellos grupos que se encuentran acechados por los sectores más conservadores del país (PAN)?
En conclusión: para ser de izquierda se necesita serlo efectivamente y no por mera denominación. La izquierda es un proyecto político en sí mismo. Es una visión de la historia, de la cultura y el arte. En tiempos complicados, ser de izquierda implica usar un cierto nivel de racionalidad estratégica para conquistar derechos en espera de tiempos mejores (espera activa porque la transformación no llega sola). Eso es una izquierda pragmática. Lo que tenemos hoy en México es una izquierda que se define como tal ante el vacío ideológico al que nos arroja la naturalización del liberalismo. Para decirlo: no hay proyecto de izquierda sino un voluntarismo desordenado y pragmático (en sentido peyorativo) que no logra articular una verdadera crítica y que en aras de ganar votos pierde todo lo demás.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades me ha gustado mucho la forma en la que ha presentado el dilema de la izquierda.

Aunque no comparto su respuesta, es muy interesante la pregunta ¿Qué después de las alianzas?

Gran paquete al los comités locales les han dejado.

Anónimo dijo...

Creo que en esto no tienes tanta diferencia con Andrés Manuel (en lo que respecta a las alianzas)

saludos, Jaime

PEPMAC dijo...

Mi estimado, he leído tu análisis y coincido en lo fundamental...Me agrado eso de "para ser de izquierda hay que realmente serlo", creo que en la politiquería actual la mayoría de los actores políticos solo trabajan por su permanencia en el circulo y me imagino que es a lo que ahora denominan "el centro"...si permanecer en el centro del circulo político sin importar nada mas...Sin importar siquiera abrir la caja de pandora política y dejar escapar quien sabe que "monstruos"...en fin...Recibe un abrazo de parte mía.