martes, 10 de agosto de 2010

Consideraciones éticas sobre “drogas” y “aborto” desde un liberalismo radical

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Recientemente algunas declaraciones de Felipe Calderón “abrieron” la puerta para un debate en torno a la legalización de las drogas. Otro tema es el debate, no detonado pero sí reforzado por la situación de cientos de mujeres en Guanajuato, es el relacionado con el aborto. Las siguientes líneas, asumidas estratégicamente desde una perspectiva liberal radical, intentan 1) ver los temas en su naturaleza ética más allá de cuestiones de política institucional 2) desde una postura radical que no acepta blancos ni negros en relación con lo que es público y privado. Mi idea es, en relación con esto último, que el tema “drogas” y “aborto” es relativo a lo personal y lo privado, y que lo público debería funcionar para salvaguardar el derecho de lo privado, es decir: el derecho a que las personas hagan de su vida y de su cuerpo lo que quieran, despojando al Estado y a la sociedad de la absurda carga de ser censor moral. En cuanto al primer punto, comenzando por el tema “drogas”, me parece equivocada la perspectiva que asume estratégicamente la posibilidad de su legalización pensando que así se podrá resolver el problema de la violencia y la corrupción engendradas por el tráfico de drogas. Hay una reducción economicista, reducción equivocada en cuanto que si el problema de la violencia y la corrupción es producto del tráfico, la legalización no pone punto final al fenómeno. Vamos: si el problema es el tráfico de drogas, básicamente a los EU, entonces el problema del tráfico sólo se resolverá con una regulación en ese mismo país. De no ser así, aunque en México se regulen las drogas (que de hecho ya lo están en el caso de muchas), la violencia y la corrupción persistirán. Yo propongo un giro en la visión. Dar un giro a la reducción economicista y dar base ética a la discusión pública y a la acción política progresista (en sentido amplio). Pienso que el mejor argumento (claro: en un plano político ideal) es ver el tema “drogas” como parte del derecho fundamental de las personas a hacer lo que quieran con su cuerpo. Mi idea sería que el marco institucional y legal, como espacios tendiente a garantizar los derechos de las personas (derechos sociales y civiles), debería establecer una clara distinción entre lo público y lo privado. ¿La drogadicción es un tema público o privado? Es público en cuanto a su discusión, pero es privado en cuanto que ni el Estado, ni las instituciones ni la sociedad pueden legislar sobre el arbitrio de las personas, sobre lo que las personas piensan, sienten, deciden, dicen y hacen, siempre y cuando no afecten de forma determinante lo público. El hecho es que la gente, si así lo desea, tiene derecho a drogarse. Al final, hacerlo no daña sino a la integridad individual. Estoy consciente del hecho de que lastima su entorno, pero no lo hace de forma más grave que un adicto al alcohol y otro tipo de enfermedades. El hecho es que si aceptamos el uso de bebidas alcohólicas para nuestro esparcimiento y no el de las drogas, es más bien por una serie de convenciones. No es porque hagan daño (de ser así habría millones de cosas más prohibidas), sino porque una sociedad, en un tiempo determinado, conviene sobre la necesidad de restringir ciertas cosas o reconsiderar dichas restricciones, según lo que piensan es dañino o no. ¿Puede la sociedad hacer eso? De hecho lo hace. Pero la pregunta es: ¿debería hacerlo? La misma sociedad responde. Ejemplo: Hace muchos años, en EU, las bebidas alcohólicas estaban prohibidas. Dicha prohibición, sin embargo, no sólo no resolvió el problema, sino que generó otros. Pero, ¿es la consideración de que la prohibición no sólo no resolvía problemas y generaba otro lo que hizo a una sociedad reconsiderarla? Es posible, pero había otra base: el hecho de que beber alcohol, nocivo o no, es algo relativo a que la gente puede hacer de su vida un papalote. Y hoy, no sólo en EU, sino en buena parte del mundo, aceptamos las bebidas alcohólicas como un hecho cotidiano, a pesar de las miles de muertes que su adicción genera. ¿No deberíamos tener la misma consideración con las drogas? O en su caso, ¿no deberíamos seguir la misma consideración que tenemos con las drogas en relación con el alcohol? Justo a eso es lo que me refería con que en relación con estos temas no hay grises; sólo blancos y negros. Éticamente es un imperativo reconsiderar la prohibición de las drogas en función de su legalización, o reconsiderar la legalización del alcohol en función de su prohibición. ¿Cuál es mi idea entonces? Se podrá ver claramente que mi propósito es plantear la necesidad de legalizar las drogas. ¿Bajo qué principio? Que el uso de las drogas y de los riesgos que conlleva es algo que compete a la libertad del individuo que, informado (lo que se debería de hacer es informar), los asume. ¿Por qué? Porque además no afecta de forma determinante lo público, por lo menos no más que otras cosas, que es el caso de las bebidas alcohólicas (que con la lógica aplicada a las drogas también deberían de ser prohibidas). No hay de otra: el uso de drogas debe legalizarse. ¿Y qué tipo de drogas? Todas. Lo demás no es sino hipocresía moralina.

2 Ahora, ¿qué decir en relación con el aborto? Exactamente lo mismo. Aquí me gustaría refutar la posición estratégica, políticamente correcta, que plantea la despenalización/legalización del aborto desde el hecho fáctico, es decir: como las mujeres abortan, es mejor que lo hagan en un lugar seguro a que se vayan a morir a cualquier lugar. Tiene su lógica. Pero en una sociedad que tiende a la idea de garantizar el derecho a lo privado, debe garantizar el derecho al aborto no desde el hecho fáctico, sino desde el derecho de la mujer de hacer de su vida y de su cuerpo lo que quiera. En la medida en que vivimos bajo marcos institucionales y legales seculares, no se puede sino admitir que en tanto el aborto (dentro de un tiempo establecido por médicos y científicos) no es un homicidio, la mujer tiene derecho a abortar si así lo decide, siempre y cuando lo haga consciente y con información en la mano. Y bien, ¿bajo qué atenuantes y bajo qué condiciones? Bajo la condición y atenuante que sea (siempre y cuando se dé en el tiempo que establecen médicos y científicos): por salud, por violación, por riesgo de la madre y, por supuesto, porque la mujer siente que el embarazo afecta substancialmente su proyecto de vida. No hay de otra: o se acepta o no (en términos éticos), porque lo otro, la aceptación intermedia, sólo indica la dimensión moralina o doble-moralista de quienes van caminando por el gris. Me explico, pero para ello tengo que dar un rodeo. ¿Cuál es el argumento anti-aborto? Éste es que el cigoto ya es vida humana y que en tanto tal el aborto es homicidio (ese es la línea que se sigue en Guanajuato). No hay más. Bajo este principio, cualquiera que diga que el cigoto ya constituye vida humana, no puede aceptar el aborto en ningún caso, porque asume que el valor fundamental es la vida humana. Si se asume que la vida humana es valiosa y que por tanto el cigoto ya debe ser considerado vivo en términos humanos, entonces todo cigoto ya es intrínsecamente valioso, no importando si es producto de una violación o trae un problema congénito. Decir desde esta perspectiva que es posible abortar algunas veces (violación o problema congénito), equivale a decir que la vida humana es valiosa unas veces y otras no. Quien piense que el cigoto ya constituye vida humana, no puede sino decir que el aborto es inaceptable en todos los términos. La anterior me parece una posición inaceptable. Pero reconociendo esto, no puedo sino irme al radical contrario, hacia una perspectiva, digamos liberal, que asume que la vida humana es valiosa (aunque reconociendo que debemos establecer criterios para decir qué es la vida humana para no caer en el ultraliberalismo que dice que es posible abortar siempre que se pueda y se quiera antes del parto) y que también asume la libertad del individuo, en este caso la mujer, de hacer de su vida y su cuerpo lo que quiera. ¿Qué criterios son los que nos permiten decir que algo ya es vida humana? Pues los de la ciencia y la medicina. ¿Y qué establece la ciencia y la medicina? Que el cigoto no es vida humana. ¿Cuándo o en qué momento el producto deja de serlo y pasa a ser vida humana?: cuando la corteza cerebral se ha desarrollado completamente (y no vayan a salir con los ejemplos típicos del comatoso o del senil [lzheime]; ahí hay singularidades que tiene que discernirse, lo que yo no hago porque no quiero extenderme). No voy a extenderme en las razones. Lo que quiero decir es que bajo este criterio, decir que sólo se puede abortar por violación, por problemas congénitos y por riesgo de la madre, no entraña sino una posición moralina en tanto restringe el hecho de que sea posible abortar porque la mujer lo decida en función de su proyecto de vida. ¿Por qué moralina? Porque parte del principio de que al poderse imputar el embarazo a un acto de irresponsabilidad y al no haber un problema de salud o de violación, entonces esa mujer no debería abortar (la maternidad es el castigo por “abrir las piernas” o por “no tener cuidado”, dicen algunos de mis alumnos). Si el criterio es científico y médico, no puede ser repentinamente moral. En la perspectiva pseudoliberal subyace en el fondo una cierta culpa porque se piensa, de cierto modo, que el cigoto ya es vida humana. De lo contrario, ¿por qué no podría abortar una mujer en función de su proyecto de vida si no hay razón médica y científica que lo determine lo contrario? De nuevo, no se puede decir que el cigoto es vida humana a veces y que en otras no. O lo es o no lo es. Entonces, ¿cuál es mi idea? Que la mujer no puede ser castigada legalmente por abortar (desde la posición proabortista que asumo) porque al no ser cigoto una vida humana, es parte del cuerpo de la mujer. Siendo así, puede abortar cuando quiera (en los tiempos médica y científicamente establecidos) no importando la razón. Estaría de más preguntarse si afecta lo público de forma determinante. Puede herir la sensibilidad moral y religiosa de muchos, pero dicha sensibilidad no puede estar encima del derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo. Ahora, legalización de drogas y legalización/despenalización del aborto, aunque no lo crean, van de la mano. En ambos casos, se trata de defender los derechos del individuo a decidir sobre su vida y su cuerpo. En ambos casos hay que secularizar la discusión pública y la acción política, porque ello permite una verdadera deliberación más allá de lo moral. La discusión pública y la acción política no pueden lanzarse desde una perspectiva moral, porque esa perspectiva, al ser ya hegemónica, al estar ya impuesta, evita la verdadera deliberación. ¿Por qué y para qué? Porque en ambos casos (drogas y aborto) se trata de una lucha por la extensión y no reducción de los derechos sociales, civiles e individuales. Se trata de convencer a las “buenas conciencias” de que vivan y dejen vivir y morir, porque ello, en tanto cosas relacionadas con lo privado, no daña en realidad público. p.d. Un criterio similar podríamos aplicar para la pena de muerte y la eutanasia. Pienso que la pena de muerte es inaceptable y no equivale al aborto, porque al que se mata es persona y tiene dignidad (no así el cigoto). Ahora, si se piensa que un crimen atroz debe ser castigado atrozmente, sigue siendo éticamente inaceptable (recuerdo, como en otros artículos, que ética y moral son dos cosas diferentes, que no son lo mismo, aunque su etimología diga lo contrario y aunque lo usemos como sinónimos), porque ello involucraría romper los principios que queremos proteger. En relación con la eutanasia, aceptable siempre, se aplicaría el mismo criterio de la persona que libre y conscientemente decide morir. Publicado originalmente en SDPNoticias.com

jueves, 5 de agosto de 2010

Los mo(ra)linos de Carbonell, Belaunzarán y Arreola: notas críticas para redimensionar la discriminación

Texto publicado en SDPNoticias.com

En primer lugar, el artículo que presento tiene su razón de ser en las discusiones entre Miguel Carbonell y Federico Arreola y Fernando Belaunzarán y quien escribe, a propósito de la intervención de CONAPRED para reconvenir a Gerardo Fernández Noroña por el uso insensible de éste del término “down” como sinónimo de idiota. La idea sería, así, intentar averiguar si 1) los dichos de Noroña pueden considerarse actos discriminatorios y 2) ya averiguado lo anterior ver si el juicio de origen moral puede pasar al ámbito legal.
Sin embargo, para llegar a ello es inevitable meterse en reflexiones de carácter formal. Siguiendo las pautas de análisis que me exige mi profesión, parto del hecho fáctico, del hecho inmediato pues, pero después sigo una ruta lógica y argumentativa para llegar a una conclusión que, a mi juicio, clarifica sobre los puntos expuestos en el primer párrafo. El artículo que sigue intenta ser un discernimiento de lo que significa “discriminar” y, a propósito de esto, una necesaria reflexión en concreto sobre el tipo de sanción que ameritan los dichos del estridente Fernández Noroña. El uso del término, que en realidad es un síndrome, sin lugar a dudas es inmoral. Pero, ¿amerita otro tipo de sanción? Mi opinión es que no. A dichos y acciones inmorales que no afecten substancialmente lo público sólo pueden contraponerse juicios y sanciones morales. Cualquier otra sanción resulta un exceso que va a contrasentido de una ley contra la discriminación.
Como elemento de articulación, voy a apoyarme en la propuesta liberal neopragmática del filósofo norteamericano Richard Rorty, lo que viene bien en el análisis en la medida que éste despoja la moral y la política de cualquier fundamentalismo. A decir de Rorty, no hay posibilidad de una moral universal a partir de la cual juzgar actos y creencias morales. En este orden, su teoría me permite postular una clara distinción de tres esferas tradicionalmente confundidas: la moral, la ética y la política. Veamos: la moral, al ser personal, es medida de juicio de los actos propios y de los demás sin sanción posible en términos legales, porque no hay principios universales. La ética, o eticidad (Hegel), sería ese momento que filtra lo personal para pasar a lo público; y lo político es lo público como materialización de ético, es decir: como paso de la moral pública construida que se expresa en marcos institucionales y legales. Por lo tanto, al mismo tiempo que tenemos una moral pública que expresa sus principios y valores en marcos legales e institucionales, lo moral personal, la moral en sentido estricto, se conserva como espacio privado en el que podemos hacer lo que queramos, siempre y cuando no transgredamos reglas puestas políticamente. Las reglas puestas políticamente no pueden ser puestas desde lo moral, porque ello implicaría tener una sociedad en la que todos piensan, dicen y hacen lo mismo. Al ser las morales inconmensurables o incomunicables, la moral sólo puede ser persuasiva o disuasiva del pensar, el decir y el hacer moral, pero nunca sancionadora en términos legales. Allí la ética es ese elemento formal que permite el paso de lo moral a lo político, despojando a lo político de cuestiones morales.
Claro que esto no mete en un problemón: ¿cómo hacer política y establecer reglas sin la orientación de “lo bueno”? No es sencillo, pero pienso que esto pasa necesariamente por la aceptación del principio de que lo que es bueno para unos no es bueno para otros. ¿Ello quiere decir que entonces la regla es que todo mundo haga lo que quiera? La respuesta es que no, pero que lo bueno socialmente establecido debe atender necesariamente a lo que es bueno para cada quien. ¿Y si eso que es bueno para quien incluye discriminar y violentar? Entonces la regla se aplica en tanto que se reconoce que lo bueno para uno no puede incluir discriminar o violentar a otro. Y aquí digo lo más importante: ¿qué tanto afecta o violenta a una persona el dicho y el pensar de un inmoral? Pues no afecta ni violenta nada, a menos que pase del pensar y el decir a un decir violento y realmente discriminador y por tanto a la acción violenta y discriminadora. Permítaseme comenzar con unos ejemplos reales:
1) Tenemos en un programa de entrevistas a un conocido racista. A este se le ocurre “decir”, en función de creencia moral (donde se resumen el conjunto de creencias acerca de lo que es la vida humana, el mundo y la naturaleza), que los negros son inferiores. No me cabe la menor duda de que quien “dice eso” está mal. A una persona que piensa y dice eso le podemos “decir”, por lo menos, que es un racista. Cuando se le dice racista, se hace desde otra creencia moral (que también resume el conjunto de creencias acerca de lo que es la vida humana, el mundo y la naturaleza).
2) Tenemos a otra persona que piensa que la homosexualidad “está mal”. Ésta se encuentra en el metro a dos homosexuales besándose y se le ocurre decir en voz alta que “eso está mal” e inclusive, públicamente, da sus razones. Una persona al lado, de una creencia moral distinta, interpela o cuestiona los dichos. Después de una discusión, que puede tornarse violenta, el segundo termina con un juicio de tipo moral y le dice “eres un homofóbico”, que es lo mínimo que se le puede decir.
3) Tenemos una mujer que aborta. Otra persona, pongamos un varón, que se ha enterado, le dice a la primera que según su creencia moral abortar está mal. Inclusive da razones y éstas le conducen a decirle “eres una asesina”. La mujer que abortó entra al debate y da sus razones de por qué según su creencia moral abortar no está mal. La discusión se vuelve ríspida y termina cuando la que abortó le dice a la otra persona “eres un misógino”.
¿Tenemos aquí actos de discriminación? No. Tenemos a una persona racista, homofóbica y misógina expresando un punto de vista que, por más equivocado que esté, tiene derecho a expresar. El juicio, de tipo moral, es la calificación de sus creencias que lleva a la calificación de sus personas: “eres un racista”, “eres un homófobo” o “eres un misógino”. Pero aquí viene algo interesante: desde la perspectiva de las personas calificadas como racistas, homofóbicas y misóginas, la calificación es en sí misma inaceptable. ¿Por qué? Porque el racista, el homófobo y el misógino no pueden dar cuenta críticamente de que lo son, es decir: eso son pero ellos no lo admiten porque hacerlo implicaría reconocer que están mal. Su mundo de creencias les hace pensar que están en lo correcto, aunque de hecho, desde otra perspectiva, no lo estén (de hecho, desde mi creencia, son posturas equivocadas). Ahí el diálogo y el debate son herramientas persuasivas que, si hay una disposición abierta, pueden hacerles cambiar de opinión. ¿Y si esto no sucede? Debemos persistir en la interpelación de sus creencias y en la calificación de que son racistas, homofóbicas y misóginas. ¿Se puede hacer algo más con respecto a lo que piensan y dicen? Si y no, pues depende del alcance de lo que expresan, lo que implica un discernimiento previo de eso mismo.
Pregunto: si el racista piensa que hay razas inferiores y superiores, si el homófobo dice que la homosexualidad es antinatural y si el misógino dice que el aborto es homicidio, ¿cuál es el verdadero alcance de lo que piensa y expresa? Mi idea, siguiendo a Rorty, es que esto no se puede considerar sino como un problema moral. Afecta la sensibilidad de las personas, molesta, puede llegar a alterar nuestra emoción, pero no es una verdadera forma de discriminación y violencia. De ser así lo que se tendría que hacer es prohibir todo insulto en la medida que siempre afecta la sensibilidad de alguna persona o de algún grupo. El pensar y el decir, que deben ser juzgados desde la perspectiva moral, no pueden ser susceptibles sino de sanción moral.
Sin embargo lo anterior es limitado. Si bien quiero plantear que el decir y el hacer, en la medida que en que son puro decir y hacer sin real afectación, también quiero pasar a un ámbito en el que “decir” y el “hacer” rebasan una línea tenue que requiere pasar de lo moral a lo legal. Si no analizamos lo anterior, corremos el riesgo de ir a contrasentido del espíritu de una ley contra la discriminación, pero si nos quedamos allí podemos llegar a la creencia del “todo se vale”. Intentemos salir de la circularidad del perro que busca morderse la cola: ¿en qué momento debemos pasar de lo moral a lo legal? Permítanme regresar a los ejemplos: desde un pragmatismo liberal como el de Rorty, que es de los pocos que se ha dado cuenta de la circularidad del tema, el racista, el homofóbico y la antiabortista tienen todo el derecho a sostener y expresar sus creencias morales, SIEMPRE Y CUANDO NO PASEN DEL UNA FORMA DE DECIR A OTRA FORMA DE DECIR Y/O A LA ACCIÓN. Lo explico:
¿En qué momento se debe pasar de lo moral a lo legal? Reitero: eso sólo puede ocurrir cuando el racista, el homófobo o el misógino pasen de una forma de decir a otra forma de decir y/o a la acción, es decir: cuando se pasa del pensamiento y el decir al decir y a la acción excluyentes. ¿Por qué? Porque las ideas morales sólo pueden juzgarse en términos morales. Dicho de otro modo: no se pueden juzgar en términos legales. Si creemos en lo segundo pasamos a un lugar indeseable, propio de sistemas totalitarios y dictatoriales donde hay cosas que se prohíben pensar y decir. Ahora, tampoco el mero hecho de decir puede medirse sino en términos morales. Ejemplo: “eres un naco”. ¿Me debo sentir ofendido? Sí. ¿Cuál puede ser mi respuesta? Irme o debatir. Ejemplo: hace unos momentos Fernando Belaunzarán me insultó diciendo que mi reflexión era similar a la que haría Serrano Limón. Fernando sabe que mis ideas distan mucho de ser ultramontanas. Claro: si alguien me dice ultramontano y me asemeja con Serrano Limón me ofende, causa molestia e indignación, pero no pasa nada. Miguel Carbonell, para poner otro ejemplo, identificaba a unos twitteros como “trolls”. ¿Qué quería decir? Habrá que preguntarle, pero a los que identifica como trolls podrían sentirse ofendidos. ¿Pasa algo más? No, no pasa nada. Me siento ofendido, me molesto, vamos: me encabrono, pero no pasa nada. Mi respuesta puede ser, por ejemplo, “eres un pendejo”, “chinga tu madre”, y tantas cosas que “resuenan” en twitter. ¿Y si alguien dice “pinches negros”, “pinches homosexuales” o “pinches viejas”? ¿Hay un verdadero problema? No. Nos ofendemos, los insultamos, intentamos dialogar con ellos, les pedimos se disculpen, etc., ¿pero pasa algo en verdad? No.
De nuevo: en el horizonte liberal, aplicar medidas legales por lo que se piensa y se dice, es una contradicción. La creencia moral es un ámbito de lo personal que puede ser interpelado moralmente, que puede ameritar juicios morales, pero que no puede ser juzgada en términos legales. Al que por sus creencias es racista, homófobo o misógino, se le puede juzgar porque precisamente es racista, homófobo o misógino. Eso en sí mismo es un juicio que lleva una forma de exclusión, porque no queremos convivir con ese tipo de personas. Se le puede inclusive exigir que cambie sus ideas (éste es libre de no aceptarlas), pero no se le puede reconvenir ni institucional ni legalmente. Perdón que me ponga teórico, pero justo a esto es lo que se refiere Rorty con la inconmensurabilidad o incomunicabilidad entre creencias morales distintas. Podemos persuadir a otros de que sus creencias morales son nocivas y de que las debe cambiar, pero eso se da desde un ámbito moral y nunca desde el ámbito moral
¿Cuándo debe entrar lo legal? Cuando se pasa del pensar y del decir a un modo particular de decir y a la acción. En ese caso, éstas pueden ser objeto de juicio moral, pero también legal. Si el racista, el homófobo y el misógino pasan a la promoción del odio a la amenaza y a la acción violenta, entonces debe saber que ello amerita una sanción legal. Veamos: cuando el racista pasa de decir que hay razas inferiores y superiores, cuando pasa de decir “pinches negros” a promocionar el odio racial o a decir que va a matar a personas de razas diferentes y/o pasa a la acción, ahí viene lo legal. Lo mismo con el homófobo: si pasa de decir que los homosexuales le parecen sucios e inmorales, si pasa de decir “pinches maricones” a promocionar el odio contra estos, o a decir que va a matar a todo homosexual que se le cruce enfrente y/o a la acción de matar, entonces viene lo legal. Si un misógino pasa de decir que las mujeres no tienen derecho a abortar, de decir “pinches viejas” a promover el odio a las éstas, o a decir que va a matar a las mujeres que abortan y de hecho las mata, viene lo legal. Los actos de discriminación no son por sentir o expresar odio, sino porque del sentir y expresar se pasa a la promoción del odio, de la exclusión y a la violencia física.
Espero darme a entender: el otro día pasaba por la calle y un señor me dijo “pinche puto”. Inmediatamente supe que hacía alusión a mis perforaciones en la orejas. Otro día, un cuate en la fila de las tortillas a la que pedí no se saltara la fila, me digo “pinche chaparro puto”. Orto día me dijeron “gordo”. No hice nada, sólo pensé “pobres pendejos”, lo que a pesar de la grosería es un juicio moral. Caso diferente hubiera sido si me hubieran dicho “por pinche puto, gordo y chaparro te voy a romper la madre” o si de hecho me la hubieran partido. La mera expresión no discrimina. Hiere la sensibilidad y como tal amerita una disculpa, pero nunca sanción legal. La expresión que discrimina es la que amenaza, la que promueve odio, y la que lleva a la acción violenta.
Pregunto: ¿qué tipo de práctica discriminatoria y promotora de odio estaba expresando Gerardo Fernández Noroña? Ninguna. De forma estúpida y altanera usó un síndrome para descalificar a un contrario. El mal uso del término “down” (porque para decir a otro que es un idiota hay que decirlo así: “eres un idiota”) no amerita sin embargo la reconvención de CONAPRED. De forma personal no votaría por él nunca (no solamente por lo que dijo aquel día sino por lo que dice y hace siempre). Puedo inclusive promover públicamente que no voten por él, pero todo ese desde una perspectiva moral, si quieren verlo hasta de ética profesional (por cierto, un día llamaron de un banco para cobrarme a media noche; apelé al código de ética y la señorita se rio a carcajadas).
En este mismo sentido, la persona ofendida (indirectamente, porque no es la que estaba ofendiendo de modo directo) interpeló a Fernández Noroña y pidió una disculpa. ¿Por qué? Porque no tuvo cuidado al decir lo que dijo; usó como metáfora la situación de miles de personas que viven con el síndrome y al hacerlo hizo de tal síndrome algo indigno. Pero la interpelación va directo a la persona y es de orden moral: “discúlpate con todos los que ofendiste al usar el término down como sinónimo de idiota”. El imperativo que se impone a Fernández Noroña es de tipo moral: “no puedes usar el término down como sinónimo de idiota y si lo haces te debes disculpar”. Diferente hubiera sido si Fernández Noroña hubiese dicho: “las personas con síndrome de down son idiotas, no valen nada y si desaparecen no pasa nada y habría que desaparecerlas”, promocionando el odio contra esas personas o actuado de forma intencional contra las mismas. Vamos, inclusive en términos morales es necesario discernir la intencionalidad del dicho para no errar el juicio.
Lo que me intriga es que los defensores del derecho (Miguel Carbonell y Fernando Belaunzarán), en cuyo ejercicio siempre es necesario el discernimiento de la intencionalidad para fortalecer o atenuar castigos, la obvien y justifiquen la intromisión de un organismo contra la discriminación en un problema personal (así se haya dicho de forma pública), convirtiendo a este organismo en un censor moral. Ahora, entiendo que estos defensores de las buenas costumbres y el derecho, lo hacen también desde lo personal (Belaunzarán y Federico Arreola). Tradicionalmente contrarios a Fernández Noroña, la situación de éste en este momento les cae, como dicen por ahí, “de perlas”. Para uno (Belaunzarán) la situación le sirve para ratificar lo que siempre dice de Fernández Noroña; para otro (Arreola) le sirve para comenzar a hacer trabajo de limpieza política. Sin embargo, no quiero irme por allí; quiero ir a los argumentos. Estos son, así de simple, que los dichos de Fernández Noroña son discriminatorios por el hecho de que son ofensivos y por ello atentan contra la dignidad de las personas. Que me perdonen, pero yo no vi eso: lo que vi es un error producto de la torpeza de un personaje que no aguantó las ofensas recibidas por sus detractores
(Lo que me recuerda: ¿CONAPRED entrará a investigar las ofensas que recibe Fernández Noroña? La gente que lo insulta usa metáforas similares a las que éste usó. ¿O hay en términos de discriminación una legislación para una persona pública como Fernández Noroña y otra para la población en general? Y aclaro: no defiendo a Fernández Noroña; de hecho me cae mal, no le tengo respeto como político. Pero ello no implica aceptar las tesis legalistas carentes de discernimiento que buscan, así de simple, el castigo (Miguel Carbonell y Fernando Belaunzarán), o que lo usan políticamente para “limpiar la casa (Federico Arreola)).
Ante todo lo anterior repito lo que dije en otro artículo: “la moral se queda en casa y si sale de casa no es para ir de caza”. Debemos desmoralizar los discursos políticos y jurídicos, de modo tal que no terminen por convertirse en prácticas discursivas totalitazantes y totalitarias. Dicha desmoralización debe pasar por un ejercicio de discernimiento, sin el cual damos la apariencia de ser justos, cuando en realidad promovemos un linchamiento justificado política y jurídicamente en torno a la moral, pero nunca éticamente. La ética es el punto intermedio entre la moral personal y la moral pública, punto desde el cual podemos plantear de forma correcta el tema de la discriminación como problema político y jurídico. Ajustarse al mero legalismo bajo la comprensión de que la ley es la ley y que además es buena, no abona a un verdadero proceso de democratización. Y que conste que no estoy pidiendo romper la ley. Lo que digo es que hay que tener cuidado con el discurso de abogados (Miguel Carbonell), políticos (Fernando Belaunzarán) y periodistas (Federico Arreola) cuyo sustrato es profundamente moralino y moralizante.
No puedo terminar sin antes dejar claro (a mi esposa se preocupa) que Fernández Noroña ni siquiera me cae bien. Me parece un pésimo político, porque no hace trabajo político. Se le paga por ser eterno activista. Lo dije anteriormente: su sonsonete “que se vaya Calderón” y su repetitiva estridencia son claras expresiones de que no escucha y de su visión limitada de la política. Que la crítica vaya por ahí; que lo otro quede de lado. De nuevo: “la moral se queda en casa y si sale de casa no es para ir de caza”.

El MO(ra)LINO de Arreola: lo moral, lo ético y lo político vistos a partir del caso Fernández Noroña

Texto publicado originalmente en SDPNoticias

¿Qué pasa cuando lo moral y lo político se mezclan? Vamos a clarificar un poco el significado de la pregunta, pensando sobre todo que para muchos no puede haber política sin actitudes morales. La cuestión es: ¿qué sucede en el momento en que las creencias acerca de lo que es moralmente bueno o malo afectan de forma fundamental (reitero en lo de fundamental) lo que es bueno o malo en términos políticos y sociales? Mi perspectiva, que me lleva a hacer un deslinde entre lo moral, lo ético y lo político, es que hacer política desde una perspectiva moral nos lleva a situaciones políticas, sociales y éticas indeseables.
Siendo así, frente al sentido común que dice que la buena política parte de la moral, vale preguntar: ¿es posible hacer política sin moral?, ¿cómo se pueden buscar beneficios para la sociedad sin una idea acerca de lo que es bueno? Frente a lo primero digo que es posible, siempre y cuando, relacionado con lo segundo, en sociedades políticamente seculares (liberales para este caso), pensemos “lo bueno” no como algo dado de una vez y para siempre, como algo que se da en el origen, sino como algo que se construye socio-históricamente. El político, que es el encargado de generar, mantener o transformar marcos institucionales y legales, debe pensar su actividad como de orden racional, lo que implica pasar por un proceso de racionalización ética de su creencia moral, con lo que no quiero decir otra cosa que el político debe cobrar plena conciencia de sus creencias en general, en función de que dicha claridad permita que sus creencias personales no afecten ni determinen de modo absoluto sus decisiones. Vamos: siempre subyace cierta dimensión moral. No es posible ni deseable la aniquilación de lo moral en la vida de nadie, pero en función de la cosa pública las decisiones deber pasar por el filtro de la reflexión consciente y crítica del lugar moral e ideológico desde el que se piensa y se dice.
Pero, ¿sólo el político hace política? No. En función de lo que me interesa plantear aquí, que es la dimensión moral retomada por Federico Arreola para excomulgar de facto (el periodismo alternativo también puede ser una forma de poder fáctico en el sentido en que impone agendas) a un actor polémico e insoportable como Gerardo Fernández Noroña, es que los periodistas también hacen política, sobre todo si su objeto es la política. En este sentido, la pregunta y la respuesta que doy en relación con “desde dónde” hacer política (si desde la moral o la ética, que vale decir no son lo mismo), también vale para el periodismo político, máxime si este periodismo también milita o por lo menos apoya una agenda política. El periodista político, que además también actúa políticamente (como el caso de Federico Arreola), y sobre todo si presume de su (neo)liberalismo ideológico (fundamentalmente secular), que hace y dice (sobre todo dice) desde lo moral, se equivoca tanto (o más, por su naturaleza analítica) que el político que hace su actividad desde el campo moral (para poner un ejemplo: el PAN).
Entonces, dicho lo anterior, vuelvo a lo mismo intentando hacer las ideas accesibles (he recibido quejas sobre la oscuridad de mi texto, para lo cual pongo ejemplos que, sin embargo, alargan el presente): ¿es posible desde la creencia moral hacer política? Creo que no, porque es imposible crear desde la moral aquellos marcos institucionales y legales que permitan la convivencia de diferentes morales; no es posible crear marcos institucionales y legales desde la creencia moral que parte del principio de que el otro está mal desde por sus creencias morales. La moral, que es algo relativo a la deliberación y a la acción personal, sólo puede servir para orientar mis acciones y calificar la de otros, siempre y cuando dicha calificación se dé en términos morales y de forma personal, y siempre y cuanto no se obligue a la otra persona a asumir otra moral (a menos que lo haga por convencimiento) y no se le castigue por mantener las propias (con reclusión o exclusión).
Permítanme un ejemplo: una mujer, que en su creencia moral no ve el aborto como inmoral, ¿debe obedecer al imperativo de la creencia moral de quien sí lo ve como inmoral? Desde marcos institucionales y legales en el orden del liberalismo (en el que se vive o se aspira a vivir) no. Tampoco al contrario: una mujer a la que su creencia moral le dicta el imperativo de no abortar, no sólo no puede ser obligada a abortar, sino que tampoco puede ser obligada a aceptar la idea. Sigamos con el ejemplo: quien no esté de acuerdo con el aborto puede decirle a la mujer que aborta “oye, estás mal”, pero la mujer que hace la acción (abortar) no está obligada a aceptar de ningún modo el dictamen moral de quien la juzga. Lo que puede ocurrir es que la mujer que aborte dé sus razones del por qué lo hace, en cuyo caso, por reciprocidad, la persona que le dice “estás mal” tampoco está obligada a aceptar las razones que le son dadas. Al final del día, en sociedades con marcos institucionales y legales de tipo liberal, la mujer que aborta y la persona que le dice “estás mal” deberían irse a sus respectivas casas sin el temor de ser sancionadas ni legal ni políticamente por sus diferencias morales. Es a esto lo que me refería con inconmensurabilidad e incomunicabilidad moral. Aunque podamos dar razones, y hasta pedirlas, las morales son inconmensurables e incomunicables en cuanto que no puedes pedirle al otro que cambie. ¿Qué es lo que quiero decir? Lo moral se debe quedar en casa y si sale no debe servir para ir de caza. Cuando la moral sale de casa para ir de caza, estamos en el borde o ya de plano en la imposibilidad de la sociabilidad y del fascismo (para que vean cómo me tomo muy en serio eso del fascismo).
Para ello me gustaría ejemplificar con las ideas de un neopragmatista norteamericano de claro ascendente liberal (tipo de sociedad en la que se vive o se aspira a vivir, caso de Federico Arreola): Richard Rorty. Lo que dice este filósofo, sin juzgarlo por el momento en cuanto a si estoy de acuerdo o no en general con su propuesta, es que en el campo moral, que es un campo de decisiones personales, uno puede ser y hacer lo que se le antoje… siempre y cuando no afecte lo público. ¿Y qué significa atentar contra lo público? Pues no es una cuestión de mera apreciación moral, sino una afectación verdadera de lo que no es común, por ejemplo: la imposición de una moral sobre la del resto y la violencia física y verbal (seguro muchos intentarán a argumentar desde aquí contra Fernández Noroña. Frente a ello sólo diré que lo Fernández Noroña fue una estupidez, producto de su intransigencia, que si bien puede ser sancionado en términos morales, pero que no justifica la exclusión)
Allí es donde comienza el deslinde entre lo moral, lo ético y lo político. Comienzo por definir en sentido contrario: lo político reside en materializar estrategias y marcos que permitan conciliar los intereses; lo ético remite a la reflexión sobre los medios para lograr los fines de la política para darle dimensión moral, pero sin hacerlo desde una moral específica. ¿Y la moral? Para decirlo bien: ¿y las morales? Pues éstas son parte del centro de la política y la ética, es decir: la materialización y la reflexión tienden justamente a hacer posible la existencia de diferentes creencias e ideologías (entre éstas las morales) sin que no estemos matando los unos a los otros. Por paradójico que pueda sonar, tanto la política como la ética, en el horizonte liberal, hacen posible la “convivencia” de creencias, ideologías y morales completamente diferentes. No sé si estén de acuerdo (no sé si yo lo estoy), pero es el horizonte al que se tiende con la instalación permanente del liberalismo.
Ahora, me gustaría ejemplificar con algo para distinguir de forma clara lo anterior. ¿Qué pasa si soy borracho y se enteran en mi trabajo? Desde la perspectiva de una moral que considera tomar como algo malo, soy un inmoral. Pero, ¿qué pasa si me corren?; ¿el que desde esa perspectiva moral sea un borracho inmoral justifica que me corran? Pues no. ¿Y qué pasa si llego borracho al trabajo? Pues me corren. ¿Por qué? No por inmoral, sino porque mi borrachez afecta mi trabajo. El que sea inmoral no justifica que me corran. Y allí entra la ética: el discernimiento entre la inmoralidad de ser borracho y que el hecho de serlo afecte mi trabajo, es ya ético. No me pueden correr por ser un borracho, por hacerme tatuajes o perforaciones o porque soy homosexual (no creo ser borracho, tengo tatuajes y perforaciones, pero no soy homosexual, lo que no aclaro por miedo, sino para ahorrarles posibles insultos a mi persona). Si me corren lo hacen porque o tomo, o porque me voy a tatuar y/o a hacerme perforaciones o porque tengo relaciones sexuales pareja (no importando si soy homosexual o no, ¿o acaso sólo los homosexuales tienen sexo?) afectando el trabajo, es decir: por falta de ética. En este caso, de lo ético como reflexión sobre la moral pasamos a lo ético como norma acordada (moralidad le llaman algunos, que no es lo mismo que moral) en lo público (supuestamente) y que luego se traslada a lo legal. Lo ético sería 1) el marco formal o teórico de lo político y 2) la forma como una sociedad construye normas que permiten la convivencia de diferentes morales (de nuevo, en un marco moderno y liberal). En sociedades liberales, secularizadas, lo ético (lo social o moralidad o moral pública) permite la reproducción y la sociabilidad de lo moral (lo personal y/o grupal) como diferencia. El político tiene que hacer política desde lo ético y no desde lo moral, para que nosotros podamos vivir en paz.
Pero bien. Todo lo anterior sirve para algo en realidad muy simple: responder la pregunta ¿desde dónde hacer periodismo político? Cuento por qué: hace unos días Natalia Colmenares y Federico Arreola escribieron sendos artículos donde planteaban la necesidad de excluir, prescindir o deshacerse de Gerardo Fernández Noroña en el movimiento encabezado por AMLO. La idea que tuve en principio, es que hablaban desde la estrategia política: deshacerse de Fernández Noroña era un imperativo político para la imagen de AMLO en función de su carrera a la presidencia. Ese imperativo político, me parece que carece de ética, para comenzar por el hecho mismo de deshacerse o prescindir de una persona porque es diferente. Sin embargo, ahora me entero, sobre todo en el caso de Federico Arreola, que ese imperativo político tiene una dimensión moral. Me explico:
Muchos de los defensores de Federico Arreola y de Natalia Colmenares comenzaron a plantearme (vía tuiter) que la crítica a Fernández Noroña y la exigencia de su excomunión no era sino producto de unos dichos imbéciles (no hay otro forma de definirlos) que causaron la molestia de la periodista Katia D’Artigues. La molestia es fundada, si piensas que Fernández Noroña uso el término “down” (usado para identificar un problema de salud que afecta a muchísimos niños) para insultar y descalificar a personas que considera torpes o idiotas. Por lo que sé, me parece que la interpelación moral a Fernández Noroña por parte de la periodista es fundada, sobre todo si hijo de ésta tiene tal padecimiento (no sé cómo llamarlo, así que pido disculpas si no uso el término adecuado).
Ahora, ¿qué hizo D’Artigues además de increparlo moralmente? Pues decidió darle en tuiter un (famoso) público unfollow e invitar a otros a hacer lo mismo. Sin embargo eso no era lo importante. Lo que me parece substancial es la exigencia de una disculpa pública. En términos morales y éticos, tiene mayor peso axiológico la disculpa que la exclusión. Fernández Noroña usó de forma estúpida un término, lo que amerita una disculpa pública. ¿Y si no lo hace? Pues el juicio moral seguirá y, en ese caso, la gente creerá menos en una persona que no acepta su error y no se disculpa. Pero, ¿es posible pedir algo más? Yo creo que no. La exigencia de Katia D’Artigues no puede trasladarse a un pedido de exclusión. Se debe continuar, si se quiere, con el pedido de disculpa, pero no con el pedido de exclusión, sobre todo por una cuestión que me parece que no debemos olvidar: dudo que el dicho estúpido e inmoral de Fernández Noroña sea producto de la idea de que los niños down son torpes o imbéciles. De nuevo: Fernández Noroña tiene que disculparse públicamente; sin embargo cualquier otro pedido es un exceso, comprensible y si se quiere justificable por el enojo de quien recibe el insulto (Katia D’Artigues), pero no así de aquellos que, sobre todo localizados en la política y en el periodismo, en realidad usan el tema para halar agua a su molino, es decir: como mera propaganda.
A partir de este momento dejo fuera a Natalia Colmenares, porque no me consta que su artículo sea producto del dicho de Fernández Noroña. Caso diferente es el de Federico Arreola, quien a partir de un supuesto apoyo a Katia D’Artigues expresado en artículos, promueve la excomunión política de Gerardo Fernández Noroña. Federico Arreola da un salto así del periodismo y de la militancia de orden político, al periodismo y la militancia moral. Desde la solidaridad con Katia D’Artigues, se ha convertido en actor confesional de los dichos políticos. Todavía más: asume una posición moralina y moralizante de la política, perdiendo toda dimensión ética (que es lo que creo la política debe conservar: la moral a casa). Si mi texto se ha hecho largo, es porque quise desarrollar las diferencias que se tienen que hacer entre lo moral y lo ético para poder hacer política, pero también periodismo político. Ante eso reitero: “la moral se queda en casa; si sale de ésta no es para ir de caza”.
Ahora. Mucho me temo que lo de Federico Arreola es parte de una estrategia política (en sentido peyorativo) carente de ética. La dimensión moral de su estrategia, pienso, sólo magnifica dicha carencia. ¿Por qué? ¡Porque no hay tal dimensión moral sino mera estrategia política! Sin embargo, asumir esa dimensión moral dentro de la estrategia política (poniendo a Fernández Noroña como un inmoral y por tanto a ponerse él como moralmente superior [no lo dice, pero decir que otro es inmoral se hace siempre desde una supuesta superioridad moral]), lamentablemente, lo acerca a posiciones indeseables: de lo que se trata es de limpiar la casa; ir eliminando a los “malos” para el movimiento por sus efectos nocivos. Se trata, en metáfora religiosa, de eliminar a los posibles judas por los posibles daños a la imagen del mesías. Federico Arreola se convierte en una suerte de nuevo profeta (que ha podido anticipar lo que se debe hacer para que llegue la redención) encargado de denunciar a los falsos apóstoles. Y perdonen las metáforas, pero el cristianismo se construye después de Cristo y en buena medida sobre la imagen de la culpa de quien “lo vendió”. Lo que estoy viendo es la forma como un séquito cerrado en torno a AMLO ha ido convirtiendo al movimiento en una Iglesia, en la que se va preparando la culpa de aquellos que pueden llevar a la crucifixión del líder y la redención de aquellos que guardan fielmente la palabra.
p.d. En lo personal creo que Gerardo Fernández Noroña es un verdadero problema. Mi idea es que el sonsonete “que se vaya Calderón” y su estrategia estridente repetitiva muestra dos cosas: 1) que no escucha y 2) lo limitada que es su visión de la política. Lo segundo sería salvable si pudiera ver lo primero, pero como no ve lo primero nunca hará lo segundo. Sin embargo, ello no justifica la exclusión ni la anulación por cuestiones pseudomorales ni el uso de calificativos producto de la ocurrencia.

martes, 3 de agosto de 2010

Respuesta al artículo “Noroña, uno de los que debemos prescindir”, de Natalia Colmenares

Texto originalmente publicado en SDPNoticias
El siguiente texto tiene como intención ser publicado en el sitio SDPNoticias. Al ser respuesta a otro artículo, tiene formato epistolar. Por ello, sugiero sea consultado antes el artículo de Natalia Colmenares en el mismo sitio: http://sdpnoticias.com/sdp/columna/natalia-colmenares-natcolmenares/2010/07/29/1086744
Estimada Natalia:
Después de leer tu artículo me quedé preocupado. Para comenzar mi crítica al mismo y después desarrollarla me gustaría citarte, no sin antes disculparme por introducir en ésta una serie de reflexiones que lindan entre la postulación de la necesidad de teorizar y de explicitar las posiciones políticas que te hacen 1) identificar a Fernández Noroña como “ultra” de “izquierda” y 2) pensar en la necesidad de prescindir de él. Dices:
“Después del mitin de Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo de la Ciudad de México, el señor Federico Arreola escribió en SDPNoticias.com acerca del lastre del ultraizquierdismo que El Peje debe tirar para ser exitoso en su carrera por la Presidencia de la República en 2012. Aunque sé que las habrá, quiero informar que no es mi intención entrar en discusiones aparentemente teóricas sin ningún sentido. No discutiré aquí qué es el ultraizquierdismo, solo diré que es lo mismo que el ultraderechismo pero con el signo opuesto: una actitud ante los rivales poco racional, con arranques violentos, fanática o dogmática, basada en ofensas y calumnias.”
En primer lugar, el mismo hecho de plantear la prescindibilidad de alguien me parece peligroso. Si eso piensan Federico Arreola y tu es algo que respeto, pero que sin duda no comparto.
Sin embargo, conectado con esto, me parece que en el párrafo citado hay cuando menos tres problemas, todos producto de lanzar una crítica que define desde la indefinición y que obvia la definición, y todo porque eso sería hacer “teoría sin sentido”. ¿Cómo se puede definir a alguien de ultraizquierda sin definir su propia posición y sin definir teóricamente las mismas definiciones? Permíteme ejemplificar (después explicaré el problema de mal uso de la analogía): definir a alguien como de “ultraizquierda”, y además hacerlo con esa carga peyorativa (es un lastre), sólo es posible hacerlo (no debatiendo por el momento su existen o no algunas de ellas) desde la izquierda, la centro izquierda, el centro, la centro derecha, la derecha o la ultraderecha (aunque también puede ser desde el socialismo, el comunismo, el anarquismo, el liberalismo, el neoliberalismo, el feminismo, la religión, el ateísmo, etc.). ¿Desde dónde plantean ustedes que Fernández Noroña es un lastre ultraizquierdista”? ¿Desde dónde construyen su crítica a una posición como la Fernández Noroña? Vamos, tengo un problema que bien puede ser clarificado mediante el diálogo y el debate: no alcanzo a ver con claridad (con esa claridad con la que usan el adjetivo de ultraizquierda) el lugar en el espectro político desde donde hacen la crítica a alguien que identifican como “ultra” de “izquierda. Y el problema, querida Natalia, no es “aparentemente teórico sin ningún sentido”, sino un problema de posición política asumible, es decir: que deben asumir, a menos que su elección sea la de nadar en y desde la ambigüedad. Sería bueno que tanto tu como Federico Arreola nos digan “desde dónde hablan y critican”.
Ahora. No te conozco. Digo, me caes bien, pero en realidad no te conozco. Tengo una dificultad para comprender desde dónde adjetivas (equivocadamente) a Fernández Noroña de “ultraizquierda” (que por cierto es el mismo término con el que en los medios se anatemiza a AMLO). En el caso de Federico Arreola la cosa es diferente: lo dejé de leer cuando trabajando en Milenio publicó un artículo donde se auto-identificaba como neoliberal (espero, si lee él esto que escribo, pudiera darnos el dato de ese artículo porque yo lo tiré con el Milenio de ese día; o espero, que en un acto de buena memoria, recuerde por lo menos que lo escribió. Si no se da ninguna de las dos esperas, ya buscaré dicho artículo). Por ello mismo, tiempo después, me extraño su articulación con AMLO, pues entendiendo que éste se auto-identifica como un liberal/nacionalista/místico, me parecía una contradicción el repentino apoyo a AMLO (tal vez debido al temor de un avance de la ultraderecha). Neoliberalismo y liberalismo, a pesar de que en apariencia pudieran tener alguna relación, son proyectos diferentes. Un neoliberal (derecha) y un liberal (aparentemente centro, aunque a la izquierda del neoliberalismo) juntos, me parecía una franca contradicción.
Pero bien, ¿en qué sentido podemos considerar a AMLO de izquierda siendo en realidad un liberal/nacionalista/místico (autodefinición de AMLO mismo en cuanto a lo de místico)? Ya no hablemos de Federico Arreola (si su posición ha cambiado hacia una perspectiva distinta podré corregir lo que vengo diciendo), pero en el caso de AMLO se le puede identificar como tal en el ámbito ideológico de hegemonía neoliberal que estamos viviendo. Y así es: frente al neoliberalismo hegemónico, un liberal bien puede pasar por ser de “izquierda”. Y claro: frente a esta ilusión una persona como Fernández Noroña (que personalmente me parece que tiene actitudes más bien porriles, o irracionales, como bien dices tú) puede pasar como de ultraizquierda. No sé si me explico bien, pero la idea es que si tu (aquí voy a dejar fuera a Federico Arreola) no explicitas “desde dónde” estás pensando o criticando (perdona la reiteración: con la excusa de que no quieres hacer teoría), entonces tu adjetivación es incomprensible e insalvable, aunque avises (te excuses) que como no te quieres meter en “teorías sin sentido”, entonces sólo definirás lo que es “ultraizquierda” por analogía.
Y éste era el otro elemento que quería tocar: el uso equivocado de la analogía para deducir el significado de ultraizquierda. En términos lógicos, tu argumento constituye, con todo respeto, una falacia, injustificable aunque hayas aclarado que no quieres entrar en cuestiones teóricas (perdona la insistencia). El sentido común también tiene su lógica, lo que ayuda dotar de cierto sentido al razonamiento, porque ni siquiera en el ámbito de la opinión personal (que tal persona sea un lastre) ni en el del deseo (no someter tus dichos a una lógica teórica) la falacia es permisible (sobre todo si en el mismo fragmento apelas de forma indirecta a la necesidad de mantener una actitud racional). Lo que quiero decir es que hasta la opinión personal tiene límites puestos por una lógica que le es inherente, es decir: no se vale decir cualquier cosa porque “así lo pienso yo”, principio insostenible en la medida que nos encerraría a todos en la “opinión personal” sin posibilidad de diálogo verdadero, lo que es un atentando contra la política y contra el periodismo (disculpa la dureza, espero no perder, si la tengo, tu estima, porque tu no pierdes la mía).
Ahora vuelvo a lo de la analogía, donde por cierto hay toda una lógica, aunque resulte equivocada. Dices que no vas “a discutir aquí lo que es ultraizquierdismo”. Vaya: si no quieres enunciar claramente tu identificación política y ideológica y prefieres mantenerla en privado (lo que me sigue pareciendo inadmisible, porque no ayuda a comprender bien el “desde dónde” ejerces la crítica), por lo menos si debería haber claridad de qué entiendes por ultraizquierda. Pero no sucede tal cosa; tu recurso es apelar a la analogía en la que defines “ultraizquierda” por la vía de lo que “no es”: “ultraderecha”. Según tú, la “ultraizquierda es lo mismo (aunque no es lo mismo, de ahí la falacia) que la ultraderecha. No sé qué te parezca, pero cuando dices que “ultraizquierda” y “ultraderecha” son “lo mismo” pero “de diferente signo”, en realidad estás diciendo que “no-son-lo-mismo”, porque el “signo” en verdad “significa” (allí caes en el “lugar común” que dice que “signos opuestos” se juntan). Tu idea sería algo así: “como no me quiero meter en cuestiones teóricas y además no quiero enunciar, por lo mismo, mi identificación o mi posición político-ideológica, y como ello me impide entonces definir “ultraizquierda” de modo positivo (por lo que es), lo hago de modo negativo (por lo que no-es): la ultraizquierda es (y al mismo tiempo no-es) lo mismo que ultraderecha”. Pongo ahora sin paréntesis para enfatizar: además de que te vas por el lugar común que dice que “los polos opuestos se juntan”, llegas a una definición a partir del principio de contradicción: ultraderecha y ultraizquierda “son” pero “no-son” lo mismo, principio insostenible no sólo en la teoría, sino también en la práctica (curiosamente, en el debate tuitero con Fernando Belaunzarán, usando el mismo lugar común de que los polos opuestos se juntan, éste lanza la misma crítica de AMLO, pero no asociándolo con la ultraderecha, sino con el PRI).
Todo lo anterior es salvable reduccionistamente. Es posible hacerlo cayendo en el juego de decir: “pues tú tu opinión y yo la mía”. El problema de esta reducción es que anula los alcances de cualquier crítica, dentro de ésta la tuya. Entonces la opinión, cuya crítica es anulada (entendiendo por crítica la posibilidad de pensar los límites y alcances de la opinión), carece de sentido y de valor porque imposibilita un verdadero diálogo (tendríamos dos monólogos; no un diálogo). La importancia de la teoría en política es que pone límites y permite la razonabilidad de lo que se dice y se hace. Si decides ahorrarte la teoría para dar fundamento a la opinión, entonces la opinión carece de articulación y tu calificación de Fernández Noroña se convierte en un mero anatema o excomunión carente de racionalidad (Podrás decir las cosas de manera más elegante, sin caer en el en la violencia irracional del insulto que tanto criticas, pero eso no exime que tu calificación sea todavía más violenta por una aparente lucidez de tus palabras.). Y ese es justamente el problema del discurso político actual (tu opinión se da en un contexto político-discursivo). Puede haber teóricos en el movimiento de AMLO, pero ello no quiere decir que se dé el teorizar, es decir: la reflexión sobre y la postulación del “desde dónde” hablo. Sin ese teorizar la propuesta se convierte en dogma. En tu caso lo notó al hablar con cierta ligereza, a partir de la estrategia política (peyorativamente hablando), sobre la prescindibilidad de Fernández Noroña. Y entonces le dan la razón a los críticos: AMLO es una figura profética que tiene que ser protegido de los judas que lo rodean.
Ahora, esto me lleva a otra idea: el tratamiento que das a Fernández Noroña (con el que nunca estaré de acuerdo) tiene como implicación la universalización de la “forma”, es decir, le das legitimidad a la “forma” como es tratado AMLO; le das legitimidad a la excomunión de éste de la esfera político-institucional. Es un imperativo: si tú usas ciertos recursos para “prescindir” de una persona por su postura radical, entonces legalizas ética y políticamente la exclusión de cualquier otra persona por ser radical. Y es que en verdad tu problema no es que es Fernández Noroña sea de izquierda o de ultraizquierda o política e ideológicamente radical (que es lo mismo que “ultra”), sino su actitud beligerantemente irracional. La ultraizquierda (comunista y anarquista, que para decirlo claro son dos radicalismos distintos; dos formas de “ultra”) me parece respetable; no tiene nada irracional, aunque sí de beligerante. Cuando usas (y si así lo hizo Federico Arreola me lo parece también) el adjetivo de “ultraizquierda” para identificar la postura irracional de Fernández Noroña, tú misma estás cayendo en una posición irracional, en la medida en que no hay un discernimiento (no tiene que ser teórico, puede ser desde la intuición o la posición política) sobre los términos que usas, sobre todo porque tu opinión no se queda en el marco de lo personal, sino que avanza hacia la reflexión pública. Lo digo de otro modo: si dices que Fernández Noroña es de “ultraizquierda”, lo estás diciendo es que es una persona “estando políticamente en la izquierda se ha radicalizado ideológicamente”. No soy nadie para decir cómo debes decir, pero creo que tu lo que estás planteando es que Fernández Noroña “es una persona irracional cuya estrategia de la mera ofensa, el insulto y la descalificación no tiene sentido político”. No sé dónde ves tú la radicalización política e ideológica, lo que me hace preguntad de nuevo: ¿qué entiendes por izquierda?, pregunta completamente válida, aunque implique meterse en teoría. Claro y de nuevo: no te pido que teorices, te pido que asumas una posición.
Estimada Natalia: por ahorrarte palabras y evadir la teoría; por seguir el camino más fácil, caíste en un punto sin retorno, porque lo dicho… dicho está. ¿No habría sido más fácil, si decidiste por ese camino, decir que Fernández Noroña, por su radicalismo irracional (que no es de ultraizquierda; ojalá lo fuera, así al menos sus actitudes tendrían algún sentido), es prescindible para el movimiento de AMLO? Claro que con eso también podríamos dar razón al PRD que dice que AMLO, por su radicalismo irracional (a juicio de su dirigencia), es prescindible. Todavía más: podrían decir, como dicen muchos, que es prescindible, por su radicalismo irracional (a juicio de buena parte de la opinión pública) de la política en general. Yo creo que esa no es la vía.
Disculpa si he sido duro, pero hay cosas que me parecen inadmisibles. Seguramentehabrá cosas en las que me equivoque. Siendo tal el caso, acá estoy siempre listo para debatir.
Saludos
Favián